La XVI Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2013 está en su salsa. Una vez más, el libro como protagonista. Obviamente, él y su entorno. La presencia de escritores, artistas, educadores, libreros, agentes literarios, críticos, editoriales. Además de los representativos de nuestro país, han llegado de América Latina, Estados Unidos y Europa.
Sólo algunos nombres de los invitados extranjeros: Rafael Correa, presidente de Ecuador; Silvio Rodríguez, cantautor; Leo Brower, músico; Juan Gelman, poeta y Premio Cervantes; Spike Lee, cineasta; los ecuatorianos Jorge Núñez Sánchez, historiador y académico; Erika Silva, ministra de Cultura; y María Fernanda Espinosa, poeta y ministra de Defensa; Luis Rafael Sánchez, escritor puertorriqueño, ganador de la primera edición del Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña, instituido por la Presidencia de la República y el Ministerio de Cultura; en torno a ese reconocimiento se está desarrollando, en la Biblioteca Nacional, una importante jornada sobre las obras de Pedro Henríquez Ureña y del galardonado; con la participación de especialistas y la presencia de Sonia Henríquez Lombardo, hija de don Pedro y presidenta de honor del premio; José Ovejero, reciente ganador del premio Alfaguara de novela; Atilio Boron, escritor y sociólogo argentino; Leonardo Padura, escritor cubano; Luce López Baralt y Arturo Echavarría, destacados investigadores y catedráticos puertorriqueños; y Daniel Mordzinski, fotógrafo argentino, entre otros.
Como entre las novedades y atractivos de la FIL figuran las recién inauguradas Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña y la Biblioteca Pública Metropolitana Salomé Ureña, quiero compartir con nuestros lectores, un texto del suscrito sobre el rol de la biblioteca en la educación y el desarrollo de los pueblos, publicado en la edición de Hoy, del 23 de abril del 2000:
La biblioteca es probablemente la reserva espiritual más completa de la humanidad. La dimensión no se mide por su número de volúmenes y documentos, sino por la cantidad de reflexiones y juicios a los que aquellos les ponen alas. Y por el conjunto de hombres y mujeres que sobreviven a la inanición cultural tras abrevar en sus frondas. Un antiguo proverbio muestra su verdadera proyección humana: Cada vez que muere un envejeciente desaparece una biblioteca. En fin, la información y el conocimiento al pie de los anaqueles, al servicio del crecimiento, la paz y el desarrollo.
Con el avance de la revolución tecnológica y electrónica también crecen las posibilidades de expansión de la biblioteca, especialmente la destinada al uso público, siguiendo la tradición del Foro romano. Con la Revolución Industrial nace el modelo contemporáneo de biblioteca pública, a fin de responder a las necesidades de lectura e información de los nuevos alfabetizados de las ciudades. Tanto en el mundo anglosajón como en los Estados Unidos se convirtieron en centros por excelencia de participación democrática.
A raíz de su gran revolución, surge en Francia la Biblioteca Nacional. Así, todo el acervo bibliográfico y documental, cuyo uso era exclusivo de la aristocracia, pasó al servicio de la sociedad. Lo propio ocurrió en América Latina, con la creación de las repúblicas independientes. Entre los primeros decretos de muchos de los nuevos gobiernos figuraron los que establecieron las bibliotecas públicas. Después se convertirían en las actuales bibliotecas nacionales. Las mulas con las que el general José de San Martín cruzaba Los Andes, desde las provincias del Río de la Plata, iban cargadas de rifles y municiones; pero algunas transportaban los libros con los que fueron creadas las bibliotecas nacionales de Chile y Perú.
En esa búsqueda de la identidad y la noción de patria nació la biblioteca en América Latina: era una manera de ser distintos, mientras se forjaba un destino autónomo respecto al de la metrópoli. A eso aspiramos hoy, a sabiendas de que vivimos en un mundo que no es el de principios del siglo XIX: los finales del XX y en vísperas de uno nuevo, con milenio incluido. Y con desafíos tan tremendos como los de la contaminación y, la cada vez mayor depredación, de los recursos naturales, las grandes desigualdades sociales, así como el peso agobiante de la globalización en una época caracterizada por la competitividad de los grandes acontecimientos.
Desde los tiempos del rey babilónico Assurbanipal, con las primeras muestras en sus piezas de arcilla de lo que miles de años después serían los libros, pasando por las bibliotecas de Alejandría y del Congreso de los Estados Unidos, así como por el inicio de la democratización del libro con la aparición de la imprenta en el siglo XV; los mecanismos transmisores de información y conocimiento se han desarrollado de una manera jamás sospechada. También llaman la atención, gracias a los avances meteóricos de la tecnología, los adelantos que se producirán en el futuro inmediato
En la mansedumbre de los conventos se incubaron los fondos bibliográficos que produjeron el Renacimiento, del mismo modo que las grandes revoluciones del siglo XVIII en los Estados Unidos y en Francia nacieron en las lecciones iluminadas de los enciclopedistas. El libro ha sido tan consecuente y generoso con la humanidad, se ha entregado con tal pasión, que a los otros les crecieron unas alas tan largas y fuertes, que a veces se pone en riesgo en el laberinto de la audacia de la cibernética.
El libro es un hábitat que nos conduce a la felicidad o la tragedia. Dependerá de las circunstancias, de los niveles de sensibilidad y percepción. Con la lectura se viven cuantas vidas y situaciones se presenten en el texto; abre las compuertas del sueño hacia zonas inimaginadas en el viaje a la esperanza. La posibilidad de sobrevivir en medio del cataclismo. Y se asienta en sus páginas la fuerza del cambio, el poder de convertir la información en ideas y conocimiento para transformar la humanidad.