Una fiesta singular

Una fiesta singular

POR CRISTINA MARRERO
Nadie imaginó que aquello pasaría. Españoles y dominicanos –éstos últimos muy entusiastas con la tradición ajena- se ataron una pañoleta roja en el cuello y se entregaron a la diversión plena.

Era la Fiesta de San Fermín, originaria de Pamplona y caracterizada por una corrida de toros. En el país se realiza desde hace cuatro años bajo la organización de los representantes del Mesón La Quintana y Atarazana 9.

¿El escenario?: la Zona Colonial. Allí el pasado domingo, los arriesgados que se inscribieron –tras firmar un documento de descargo de responsabilidad- se dispusieron a esperar el inicio bajo el sol que les castigaba y ellos sin enterarse.

Bailaron durante horas, sin importarles el largo retraso. Mientras, compartían con los organizadores, entre ellos María Quintana, administradora del Mesón La Quintana.

Cuando el reloj asomaba las 4:00 de la tarde, sin que los “atletas” estuvieran completamente listos –no hubo previo aviso- los 14 toros que protagonizarían la corrida aparecieron en escena con su triste aspecto, ni parecido a los robustos animales que se ven en las corridas “de verdad”.

En ese momento empezó y se acabó todo, cuando ocho de esos toros se escaparon por un callejón hasta varios puntos de la Zona Colonial.

Sin duda, estaban “descarriados” y buscaron el camino del Señor, pues seis de ellos fueron capturados en el patio de una iglesia evangélica menonita.

El alboroto no sólo se sintió en La Atarazana, sino que trascendió hasta la avenida San Martín, donde decenas de curiosos se acercaron para “tirarse el show”.

Suerte o milagro que los toros en la “versión dominicana”, sean más inofensivos e inútiles que un poema en un taller, pues ¿qué habría ocurrido con genuinas bestias típicas en la tradición española? ¿Acaso el incidente es una muestra de que no estamos preparados para reproducir ese tipo de fiesta “no nuestra”? San Fermín dirá.

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