Mucho se ha dicho y propuesto acerca de nuestra frontera con Haití, sus miserias, peligros y oportunidades, gran parte producto de interpretaciones simplistas, interesadas o prejuiciadas.
La historia de esa frontera está llena de incidentes, algunos de una brutalidad inenarrable, como los genocidios contra dominico-españoles bajo el gobierno del libertador haitiano Dessalines en 1805, y “el Corte” de miles de haitianos ordenado por Trujillo en el 1937. Pero también de cooperación entre ambas comunidades, como bajo Favre Geffrard por la restauración de nuestra República, y la de Jacques Viaud y otros haitianos durante la guerra de Abril del 1965, lo mismo que los dominicanos han ayudado una y otra vez a los vecinos del Oeste con trabajo, asistencia en salud y educación para sus nacionales.
Más recientemente, una sentencia peregrina de nuestro Tribunal Constitucional, convirtió en el 2013, a los hijos de haitianos nacidos desde 1929, en extranjeros; es decir, con hasta 84 años, que despertó una ola de repudio internacional. Para contrarrestarla se aprobó en el 2014 una ley que les permitía regularizar su residencia sin ser perseguidos, por más de dos años, lo que dio pábulo a que centenares de miles de haitianos ingresaran al país con familias enteras. Por lo que resultó peor el remedio que la enfermedad.
Lo cierto es que la República Dominicana, agobiada por el desempleo, el subempleo y graves problemas sociales, no está en condiciones de acoger y darle salida a los abrumadores problemas haitianos, sino las potencias imperialistas como Francia y los Estados Unidos, que se beneficiaron del trabajo esclavo y los recursos naturales de ese país infortunado.
La inmigración irregular de haitianos en República Dominicana debe reducirse a la que ésta pueda asimilar, sin sustituir los espacios que deben ocupar los nacionales de este país, aunque comprendiendo que su trabajo contribuye a nuestro crecimiento económico.
Lo que sí corresponde hacer es socializar a los que nacieron aquí y viven en virtuales “guetos“ de los antiguos bateyes y en la periferia de las ciudades; evitando que lleguen más; porque éstos son focos de odio antidominicano; ofreciéndoles nuestra historia, el idioma y educación, para que se integren plenamente a nuestra sociedad, como de hecho hay muchos que son ya dominicanos de pensamiento, palabra y obra. No hay que olvidar que personajes como Luperón, Heureaux, Trujillo, Peña Gómez y el propio Balaguer tuvieron orígenes haitianos y Duarte nuestro apóstol, nunca predicó el antihaitianismo.
La frontera debe ser un área bien organizada de control humano e intercambio de mercancías,pero hoy en día es una barrera porosa y nido de la delincuencia y el enriquecimiento ilícito, en perjuicio de haitianos y dominicanos.
Armamentos, municiones, bebidas alcohólicas, drogas, inmigrantes de diferentes nacionalidades, ajo, arroz, automóviles, ganado y todo lo imaginable, pasan ilegalmente por la frontera con la tolerancia o la participación de militares y funcionarios de migración y aduanas, que han convertido la frontera en un verdadero“nido de ratas”: al punto que se dice no sin razón que en ésta las hormigas y los furgones de mercancías se parecen en que ambos pasan por la frontera y nadie los ve…!
Si el gobierno y sus instituciones no son capaces de convertir la frontera en una fuente de progreso y cooperación disciplinada, la estabilidad económica, social y política dominicana estará cada vez más comprometida…