Una gran bola de alcanfor

Una gran bola de alcanfor

FEDERICO HENRIQUEZ GRATEREAX
Las azorantes «cosas humanas» son realidades escurridizas que no se dejan atrapar en ninguna cuadricula intelectual. Esas que llamo «cosas humanas» aparecen, son o existen, ¨dentro¨ del mundo. Podemos decir, con toda propiedad, que «tienen lugar» en el mundo, un anchísimo espacio que solo adquiere sentido con la presencia y acción de las «cosas humanas». La realidad del mundo parece mucho más fácil de estudiar y explicar que los asuntos humanos.

Los geólogos, cosmólogos y astrónomos, pueden darnos respuestas coherentes -lógicas- y hasta persuasivas -elocuentes- sobre los planetas y las estrellas. A sus «dichos» o predicaciones les llamamos, pomposa y afirmativamente, opiniones «científicamente fundadas».

En cambio, las «cosas humanas» se resisten vigorosamente a entrar en los esquemas o cedazos de las teorías filosóficas, de los puntos de vista religiosos, morales, estéticos e incluso científicos. Siempre a los fenómenos humanos les queda afuera un pie, un brazo, la cabeza, cuando no es el torso completo. Ninguna visión general «cuadra» por completo a la hora de examinar las mentadas «cosas humanas». Son tantas las filosofías, ontologías especiales, «antropologías», que han intentado definir al hombre, que su propia diversidad las invalida a todas. Nunca logran confeccionar un traje con las justas medidas del personaje que pretenden vestir.

La literatura es el único instrumento que nos permite ver con plenitud las figuras de hombres y mujeres «viviendo» en el mundo. Pero las vistas que ofrece son nada mas que «medallones», algo así como paisajes contemplados a través del ojo de buey de un navío en movimiento. La literatura es, sin dudas, un agujero para entender la vida de hombres y mujeres en el tiempo y en el espacio, como dicen los físicos. La literatura nos concede la oportunidad de verlos, sopesarlos, oírlos, olerlos y «tocarlos». El arte literario crea un ámbito o pseudomundo situado mas allá del largo, el ancho y el espesor. La poesía es también una forma de conocimiento.

La literatura puede calificarse como «ciencia general de lo humano». Pero es una «ciencia» a la que se ha extraído el ADN, en forma parecida a las experiencias de los biotecnólogos con células de animales destinadas a clonación. La literatura únicamente «muestra», no demuestra ni comprueba. La marca típica de la ciencia natural es la dichosa prueba experimental. La literatura tiene, no obstante, el valor de la «simple inspección» a los números que recomendaban los matemáticos árabes de la antigüedad. Es una «ciencia» a la que se le ha sacado la semilla, el «gen» que caracteriza a toda ciencia. Por eso cada literato debe abrir su propio y original agujero óptico -telescopico o microscópico- para enfocar la vida: la vida personal, la vida social, la vida histórica. Las ciencias nos ofrecen aspectos parciales del estrecho territorio que acotan para estudiar; todas van a parar a las especialidades. La literatura, por el contrario, es general; aunque imprecisa, porque aspira abarcar la totalidad. Y a veces, como he insinuado, lo consigue en más de tres dimensiones.

Recuerdo haber leído en una tira cómica, publicada hace cuatro décadas por el diario El Caribe, la historieta de un astrólogo embaucador quien convenció a los personajillos Benitin y Eneas de que la luna era «una gran bola de alcanfor». Los preceptistas literarios contemporáneos, teóricos expertos en literatura comparada, en lingüística estructural… y compartes, quieren persuadirnos de que la luna es una gran bola de alcanfor. La literatura se expresa con palabras, ciertamente, pero no se hace de palabras; en realidad se hace de vida, de vida vivida, soñada, real o imaginaria, propia o ajena, actual o remota, esto es, vida en todos los casos. Esas vidas se expresan en inglés, en español, francés, alemán y otras lenguas. Por eso «conectamos» con una literatura universal, independiente de cada lengua particular. Shakespeare, Cervantes y Goethe son tres ramilletes de vida compartida que toleran traducciones.

Los nuevos preceptistas no se percatan de que a veces actúan como los desacreditados preceptistas clásicos que filiaban las figuras de dicción. Son, en realidad, muy parecidos, aunque usen otros términos técnicos y desarrollen unos «discursos» diferentes. Son preceptistas de tomo y lomo. Mas prestigiosos y escuchados que los antiguos. Las novelas constituyen, como es obvio, un genero; el genero, desde luego, es general, pero cada novela es una «individua», una concreta realidad única. El tema ¨especifico¨ que angustia al escritor pone las condiciones artísticas a cada obra. El tema, y la perspectiva humana para transmitirlo eficazmente, son los dos aspectos que se presentan al escritor con cara de obstáculos técnicos. Para salvar esas dificultades cada escritor debe encontrar, mediante tanteos en la obscuridad, sus propios medios de expresión. No les servirán las recetas ajenas; porque siendo formulas valiosas previamente empleadas, no siempre serán aplicables a otra persona, ni a todos los temas, menos aun a los nuevos e inesperados. Para fabricar un «agujero» personal de ver la vida, el escritor ha de sobrevivir primero a varios naufragios. El tema mismo y un largo forcejeo, le ayudarán, finalmente, a encontrar el camino adecuado.
henriquezcaolo@hotmail.com

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