Una hembra ventanera

Una hembra ventanera

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
El poeta dominicano Rafael Américo Henríquez escribió un extenso poema titulado «Rosa de Tierra». Este poema surrealista pretende darnos una «película» que registre el proceso de la creación poética, en el instante mismo en que tiene lugar. La introspección psicológica, y el análisis verbal, hacen que poeta y poema sean momentáneamente un solo objeto artístico. El extraño poema comienza así: «Rosa de Tierra fue pez. /Pez de la mar llevado por el viento a ser pez de la luna./ Hoy es pájaro y sombra de pájaro./ Los pájaros frustrados quedan siendo rosas de rosal./ Un pájaro imperfecto ha de ser siempre una rosa perfecta./»

Poco más adelante, el poeta ofrece una «explicación» que confunde e intriga al lector y, a la vez, le sumerge en una realidad difluente y escurridiza: «Quien vacíe miel bastante a colmar una jícara de corteza, o trence agua con superficie bastante a contener la sombra de un pájaro, dará por cosa bien sabida que Rosa de Tierra no ha sido pájaro ni sombra de pájaro». Ya en mitad de la composición, nuestro poeta confiesa que «Durante años Rosa de Tierra fue esbozo de personaje de poema»… pero, «con cualidades de azogue, incapaces de concreción»… y, finalmente, declara en forma directa: «y como la luz hace la sombra, Rosa de Tierra se hizo y fue persona de hembra ventanera».

Se trataba, nada menos, que de una «hembra ventanera». ¿Qué es una hembra ventanera? Durante años, como ocurrió con el feto o embrión de este poema, yo anduve con el enigma de la hembra ventanera. Contemplar una mujer asomada a la ventana desencadena en el poeta un torbellino sentimental. Según parece, alcanzó a ver las manos de la mujer, pues dice: «unas manos deshilachan luz recia, luz torrada por las distancias del mar». La luz torrada, creí entonces, podría ser la luz sin sombra que rodea una torre; por eso la califica dos veces: torrada y recia. Es algo así como luz colada a través de una torre y no por un colador. Después de veinte y nueve estrofas, en la numero treinta, Rafael Américo Henríquez levanta una especie de acta notarial de la existencia del poema: «Rosa de Tierra entro en jerarquía de personaje de poema por accidente fortuito. La simetría, la correspondencia entre los tonos y los movimientos del mar le dieron enseñanza; modos de ser, a la vez realidad y estimulo de recuerdo. Habiendo sido pez de la mar y pez de la luna, pájaro y sombra de pájaro, le había dado cumplimiento a las leyes de la preceptiva. Había quedado lograda la fantasía que ha de alcanzar cualquier personaje de poema. Crío pringoso en calle de arrabal».

En la National Gallery of Art de Washington se exhibe un cuadro del pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo: Una muchacha y su dueña, el cual pudo ser pintado alrededor del año 1670. El lienzo representa a una mujer joven asomada a una ventana, la mano en la mejilla, mirando hacia afuera con curiosidad y coquetería; la criada, detrás de la jovencita, parcialmente oculta por la hoja de la ventana, ríe con evidente complicidad y se tapa la boca con una mantilla. Nadie puede saber, a ciencia cierta, si las dos mujeres contemplan una escena de amor, si espían a un vecino o se dejan galantear por un pretendiente que está en la calle. El cuadro transmite una intensa vitalidad; la composición y el sobrio colorido, la atmósfera de recatada picardía provinciana, todo contribuye a la plenitud del disfrute artístico. Frente a este cuadro se siente la impresión de haber conocido a Rosa de Tierra, la hembra ventanera.

Sevilla es capital andaluza y patria de Murillo; allí se conserva con gran cuidado el antiguo asiento de la judería, el barrio de Santa Cruz. En esa zona, frente a la Plaza de doña Elvira, nació Murillo. La casa tiene en el balcón una placa instalada en su memoria por la municipalidad de Sevilla. Parado en dicho en balcón, busqué por todas partes una ventana que pudiera ser la ventana de alguna hembra ventanera.  Rafael Américo Henríquez, varias estrofas después de la irónica acta de nacimiento de Rosa de Tierra, dice: «Siempre asomada a ventano con grosuras de hierros y flores de jazminero».

¿En que lugar del mundo hay una ventana con hierros y enredaderas de jazmines? En todas las ciudades americanas colonizadas por los españoles debe haber ventanas así.  En España, lugar de donde procede el estilo de estas ventanas, deben encontrarse muchísimas.  La que estimuló al poeta dominicano pudo estar en Santo Domingo. Es verosímil que así sea. Sin embargo, esta ventana es una ventana genérica, universal, transmutada en símbolo por el arte poético. La ventana de Rosa Tierra es, al mismo tiempo, una ventana medieval, caballeresca, una ventana romántica del siglo XIX, una ventana emparentada directamente con la meningitis surrealista de que habla Gómez de la Serna; con el «poema – objeto» que expuso André Bretón en 1935.  La propia Rosa de Tierra – no ya su ventana – es una Venus de la Perturbación, parecida a una mujer desnuda del pintor Max Ernst que tenia el vientre carcomido por un pájaro. La hembra ventanera del escritor dominicano recuerda también a la mujer descrita por Bretón en su poema Amor libre: «mi mujer con axilas de marta y de bellotas / de noche de San Juan / con la nuca de canto rodado y de tiza mojada». Las reacciones de Rosa de Tierra, una vez llegada al mundo de las letras, fueron de gran candor, afirma Rafael Américo Henriquez; «han sido como seria la leche de una cabra que fuese ordeñada mientras cantara el gallo de Belén». Pero el poeta no aclara por que «los pezones de Rosa de Tierra no han sido gotas de sombra roja». Rosa de Tierra es una abarcadora construcción cultural, con raíces antiguas, clásicas, modernas y novísimas; una singular y perdurable creación estética: la hembra ventanera.

henriquezcaolo@hotmail.com

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