«Una herida del tamaño de África»

<STRONG>«Una herida del tamaño de África»</STRONG>

“He abierto una puerta para ti que nadie puede cerrar” –Revelación 3:8

Todas las relaciones, absolutamente todas, implican un riesgo. Y todos hemos salidos lastimados de alguna relación. Pero algunas veces, una herida en el corazón del tamaño de Africa, provocada por una relación, o incluso por una ilusión pasajera, (pasajera sólo  para el otro, no para uno), puede llevarnos  a un nivel tal de  madurez y fortaleza, que es como si de repente esa persona que nos hizo tanto daño, la comenzáramos a ver  todo el tiempo, incluso en nuestros recuerdos, desde el último piso de una las torres Petronas, en Kuala Lumpur (una de las más altas del mundo, o la más, no sé bien, pero alta si es). La idea es que  vemos   a “esa persona”,así, como una especie de hormiga, por quien sentimos compasión debido a su fragilidad, sin casi poder creer que tiempo atrás esa hormiga era el gigante que no sólo llenaba nuestro espacio, sino que terminaba sacándonos del mismo.

Y entonces desde la Petrona de Kuala Lumpur, aprendemos que TODO SE SUPERA. Pero esta, es la parte “really cool”, no sólo se superan: los rechazos, los maltratos, las crueldades, las ofensas, la indeferencia, el dolor, sino que a través de ese infiernoVIP, encontramos un tesorito maravilloso: el darse verdadero, el darse sin esperar nada, sin expectativas y sin pasar factura, la entrega por el disfrute de la entrega, sin transacciones ni transgresiones, sin ese sentido histérico de exclusividad.

Siempre recuerdo la historia de Kichiro, un chico de 29 años, que ganó una fortuna en Japón por sus habilidades en matemáticas y ciencias, en una entrevista un periodista le preguntó: “Kichiro que puede desear un hombre como tú?, brillante, millonario, admirado….” Kichiro con una sonrisa, que más bien parecía un contenedor de lágrimas, respondió: “Deseo tener mucho dolor en el corazón, así podré descifrar el universo”.  

El periodista sorprendido, le dice, lo único que podía decir: «no comprendo». Y Kichiro le explica: “una de las mujeres más interesantes que he conocido,  solía ir a zonas de refugiados, y estar con ellos, leerles, llevar alimentos y cocinar con ellos, jugar juegos de mesa, les llevaba música, hasta jugaban fútbol. Eran desdichados: víctimas de guerra, niños huérfanos, adictos, ancianos, enfermos terminales, en fin, ella realmente le regalaba a estas personas su presencia, su alegría, su tiempo, su amistad, se entregaba y servía totalmente, a estas personas invadidos hasta las células de miseria y desgracia. Ellos no tenían nada que ofrecerle a ella, y eso siempre me llamó la atención.

Un día le pregunté porque lo hacía, y me dijo: “Porque tengo mucho dolor en el corazón. Estoy tan dañada, que sólo puedo continuar viviendo bajo la única condición de ayudar a otros,  además lo interesante aquí es que nadie ofrece nada al otro, sólo con sobrevivir cada día, es suficiente. Estar ya es regalo, Estar ya es agradecer».

Comprendí que mi amiga fué curándose de su propio dolor, curando el ajeno, y cuando alguien quiso volver a lastimarla, ya ella era inalcanzable, y se encontraba a años luz para poder afectarla, antes de la primera movida, ya ella había perdonado, porque en su corazón ya convivían todo el amor y el coraje de todos los que ayudó. Ella comprendió el universo en una dimensión, que yo jamás he podido descifrar, todos somos iguales y estamos interconectados por el dolor, porque sólo así reconocemos el verdadero amor, aquel que tan sólo con entregarlo ya lo disfrutamos”.

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