Una hidra de muchas cabezas

Una hidra de muchas cabezas

La hidra de la mitología griega era un monstruo del lago de Lerna, con siete cabezas que renacían a medida que se cortaban. Hizo falta un héroe, Hércules, quien se las cortó todas de un golpe, para acabarla. Entre nosotros vivimos denunciando la hidra de la corrupción, pero pocos lucen dispuestos a empuñar un machete, el hierro filoso que nos dio la Independencia, para librarnos de sus deletéreos efectos.

Al final del gobierno de Antonio Guzmán, en 1982, el país hervía en rumores de corrupción. Que el Hotel Lina lo habían adquirido familiares del Presidente, que eran dueños de un nuevo banco o asociación de ahorros y préstamos, que habían transferido sumas fabulosas a cuentas bancarias del extranjero; en fin, la corrupción dizque ahogaba al gobierno al punto que motivó el suicidio del gobernante. El paso del tiempo puso cada cosa en su lugar y los promotores de la maledicencia quedaron reducidos a su real dimensión histórica. 

Una de las cantaletas de actualidad es que varios funcionarios del gobierno poseen casas de veraneo calificadas como vergonzosamente lujosas, dizque fruto de sus devaneos administrativos. Y puede que en verdad haya por ahí un hilo digno de seguirse hasta el ovillo… Pero el valor total de todas esas casas de supuesto gran lujo, sumado, no alcanza ni para el solar de la mansión veraniega en La Romana del líder del partido de la oposición, que la construyó siendo secretario de Obras Públicas. Un mal no justifica otros pero lo pone en perspectiva.

En su recién publicada autobiografía, George W. Bush recuerda cómo Jacques Chirac se burló de él llamándolo “unilateralista” porque en una cumbre del G-8 insistió en condicionar la ayuda a pobres países africanos a sus esfuerzos anti-corrupción.

El francés decía que, después de todo, eran los propios países ricos quienes habían inventado la corrupción, en una frase que a los dominicanos debería recordarnos la famosa carta del Arzobispo Nouel al ministro Russell.

Chirac “parecía querer condenar a los pueblos del mundo en desarrollo al status quo de la corrupción, la pobreza y los malos gobiernos, todo porque se sentía culpable por lo que naciones como Francia habían hecho en la era colonial”, escribe Bush.

A falta de un Hércules criollo, ojalá la opinión pública catalice suficiente fuerza para exigir a los políticos, y no sólo a los funcionarios actuales, que expliquen su riqueza.

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