Una iglesia que nació de una historia de amor

<STRONG>Una iglesia que nació de una historia de amor</STRONG>

LONDRES. AFP. El anglicanismo nació de una ruptura de la Iglesia de Inglaterra con Roma en el siglo XVI, por razones que poco tienen que ver con la religión y mucho con una historia de amor.  

El rey Enrique VIII de Inglaterra (1491-1547), católico ferviente y fiel sostén del papado, veía con malos ojos la Reforma protestante y criticaba abiertamente al alemán Martín Lutero, lo cual le valió el título de «Defensor de la Fe», concedido por León X en 1521.  

Pero años después, el papa Clemente VII le infligió un desaire que el monarca consideró irreparable y que abrió una herida no menos definitiva en el cristianismo. Enrique VIII esperaba que su esposa, Catalina de Aragón, cuya unión garantizaba una alianza entre Ingleterra y España aislando a Francia, le diera un heredero varón que continuara la dinastía Tudor.  

Pero el paso de los años aumentaba la impaciencia del rey y hacía cada vez más improbable que esa aspiración se realizara.   Fue entonces cuando se enamoró de Ana Bolena, una elegante dama de la aristocracia inglesa que ejercía una fuerte fascinación en la corte.  

En 1527, solicitó a Clemente VII la anulación de su casamiento con Catalina, pero tres años después, tras tensos vaivenes entre Inglaterra, Roma y el poderoso emperador español Carlos V, sobrino de la reina, el Papa rechazó la demanda.  

Ante el desplante de Roma, Enrique VIII decidió fundar su propia doctrina religiosa: se proclamó jefe de la Iglesia de Inglaterra e hizo anular su matrimonio por el arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, a quien promovió al rango de primado de la nueva Comunión.  

En 1533, se casó con Ana Bolena. La ruptura con Roma se consumó en 1534, con la promulgación de la Ley de Supremacía, que confirmó a Enrique VIII como «gobernador supremo» de la Iglesia, cargo que hoy ostenta la reina Isabel. Ironía del destino, la nueva reina dio a la luz a una niña -Isabel I- y sufrió varios abortos naturales.  

El rey acabó por cansarse también de ella y en 1536 la hizo condenar a muerte, aunque le concedió ser degollada con una espada y no decapitada con un hacha, para atenuar su dolor.  

En estos casi cinco siglos, las relaciones entre anglicanos y católicos han seguido siendo tensas, aunque el Benedicto XVI efectuó en 2010 la primera visita de Estado de un Papa para estrechar los lazos ecuménicos en un mundo cada vez más secularizado.  

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