“Tener sólo 999, 950 pesos no te hace millonario”
Karina Pereyra
El poeta lituano Czeslaw Milosz dijo que lo que se nombra adquiere fuerza, y lo que no se nombra deja de existir. Me encanta nombrar las cosas que aprecio, aunque sean objetos aparentemente “inanimados”. Hace muchos años comprendí que al colocar un nombre a algo, creamos una relación especial. Los que me conocen saben la manera en que llamo las cosas que valoro.
En“Cien años de soledad” el escritor colombiano Gabriel García Márquez Dijo: “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.
Desde tiempos inmemorables, la necesidad y el deseo de ser conocido ha hecho que los nombres sean algo significativo. Recuerdo las películas en que un corpulento hombre semi-desnudo decía “Yo Tarzán, tú Jane” y en las que un vaquero se golpeaba el pecho mientras repetía “John”, a lo que un hombre nativo le respondía “Toro sentado”.
Luego de pasar varios días en México, un amigo fue a mover a “muñeco” (ese el nombre de mi vehículo) para colocar unas sillas en la marquesina. Sólo lo rodó un par de metros, cuando alguien le avisó de un líquido que salía a borbotones por debajo.
Me llamaron con una alharaca para decirme que había botado el combustible y que era muy peligroso encenderlo. Lavaron el derrame y tomaron las precauciones para que no se generara un accidente. Algunas personas me advirtieron jocosamente: “¡Karina, prepárate! los carros que tienen nombre y apellido tienen los juegos pesados”.
Llamé al mecánico para que fuera a ver a muñeco a domicilio, pero no pudo ir hasta el día siguiente. Mientras habría el bonete para examinarlo y darme el diagnóstico, me sorprendí deteniendo la respiración. ¿miedo? ¿angustia? ¿preocupación?
Finalmente, me mostró una pieza metálica echa añicos y me dijo que la “abrazadera” de la manguera del combustible había colapsado y que iría a comprarla.Siendo jueves santo, empecé a mentalizarme para no moverme durante unos días.
Para mi sorpresa, llegó muy rápido con la pieza. La colocó y cuando terminó su trabajo, le pregunté sus honorarios. Me dijo: “la pieza costó sólo cincuenta pesos, no te voy a cobrar por eso”.Luego de agradecer su tiempo y disposición para resolver el problema, me quedé cavilando en lo ocurrido.
Estoy convencida que las cosas ocurren por alguna razón necesaria, para despertar nuestra consciencia. Cuando esto no ocurre, la experiencia se convierte en algo inútil que nos produce molestia y/o dolor.De repente, llegó un pensamiento que iluminó mi interior como un trueno: cincuenta pesos tuvieron el poder de parar 26,000 veces su valor.
Pensé en todas las veces que desprecié monedas de 5, 10 y 25 pesos y lo relacioné con lo que me ocurría. Abraham Hicks dice que tanto para lo que nos gusta, como para lo que no nos gusta, siempre recibimos la esencia de lo que pensamos. ¿Cuántos millones habían detenido esas monedas en mi vida?
Recordé las palabras “In God We Trust” (en Dios confiamos) inscritas en todas los dólares americanos, por sugerencia del pastor M.R. Watkinson, y en el pensamiento que comparto en mis programas de que “el dinero es la energía de Dios, vibrando tan lentamente que puedas tocarlo”.
Súbitamente, comprendí que aunque en los últimos tiempos he avanzado mucho en relación con el dinero, aún no había respetado lo que representa.
No quiero confundirte. Mi reflexión no va en la dirección de ir detrás de cada centavo o peso. Creo auténticamente en la generosidad, y procuro empezar a practicarla conmigo misma.
Soy consciente que el dinero sólo tiene sentido cuando lo reconocemos como un recurso de agradecimiento, por el regalo de la vida. El poeta libanés Khlail Gibrándecía que la generosidad no consiste en dar algo que el otro necesite más que tú, sino en darle algo que tú necesitas más que el otro.
Los Estados Unidos es una de las naciones más consumistas del planeta. Parecería que para los norteamericanos, gastar el dinero es otra manera de “drogarse”. Al mismo tiempo, respetan tanto el dinero que una cajera puede detener una fila de compradores por un “penny” (centavo).
Para los gringos, encontrar un centavo en la calle es un símbolo de buena suerte. Hace dos años, un banco pequeño anunció con un comunicado de prensa que estarían ofreciendo mil dólares, a cada persona que encontrara unos centavos con las palabras “Lucky You”, que repartieron en diez estados. La iniciativa buscaba demostrar la importancia de darle valor a cada penny.
Tal vez, este sentimiento fue parte de la inspiración que llevó al reverendo Watkinson a escribir una carta al Secretario del Tesoro en 1861. Por aquel entonces, la Guerra Civil amenazaba la economía y según el pastor si se encomendaba a Dios Todopoderoso, cada vez que la gente recibiera dinero fortalecería la creencia de que Él es la Fuente.
El secretario del tesoro Salomón Portland Chase, quien luego fundó el Chase National Bank de Nueva York, no olvidó la carta del pastor, y la remitió al señor Oliver Pollock, jefe de la casa de moneda en Filadelfia, añadiéndole que ninguna nación podrá ser poderosa si no cuenta con la fuerza de Dios, ni puede contar con seguridad alguna, si Dios no la defiende. Y terminó su carta diciendo: “la confianza de nuestro pueblo en Dios debe ser proclamada en las monedas que se acuñan para uso de este mismo pueblo”.
En el año 1861, el señor Pollock presentó un modelo para la moneda de oro de diez dólares que llevaba inscrito el lema God Our Trust (Dios es nuestra confianza). Sin embargo, ningún proyecto fue aceptado hasta 1864, cuando el propio Chase propuso un modelo con el lema In God We Trust.
Aunque esta inscripción apareció en muchas de las monedas de los Estados Unidos, no estuvo en todas. En 1907, el presidente Teodoro Roosevelt pidió al artista Augusto Saint-Gaudens que diseñara un modelo para las monedas de oro de diez y veinte dólares y le pidió que quitara la frase, por considerarla irreverente.
Cuando el dinero nuevo salió a la calle el público protestó con tanto empeño, que el lema tuvo que ser inscrito ¡en todas las monedas! Esta vez, por una ley aprobada en el congreso (1908).
En1953, el señor Mateo Rophert presentó una petición al secretario del tesoro Jorge Humphrey, para que el lema fuera colocado también en los billetes. La motivación surgió un domingo en la iglesia, al ver que en la canasta de diezmos la confianza en Dios sólo estaba en lo pequeño (monedas), y no en lo grande (billetes).
Justificó su petición argumentando también que los billetes de los Estados Unidos circulaban en el extranjero mucho más que las monedas y, si el papel moneda llevaba también la inscripción, el mensaje sobre la confianza del pueblo estadounidense en Dios, se difundiría más ampliamente.
En 1955, las dos cámaras del congreso aprobaron la demanda, y el presidente Eisenhower firmó la ley que lo ordenaba. A partir de entonces, el lema “en Dios confiamos” es el soporte de los dólares americanos.
Por no caer en “amar el dinero”, descubrí que me había perdido también de amar a su Creador, que también creó a todo lo que existe, incluyéndome a mi. La esencia de Dios está tan presente en un centavo como en un billón de pesos.
Esta semana santa, muñeco me enseñó una importante lección acerca del valor del dinero. Aunque sólo me costó cincuenta pesos, el valor que tiene para la expansión de mi consciencia de prosperidad es invaluable.
Ante los ojos del Creador, no hay diferencias en valor. Todo ha sido creado con propósito por Él. Cuando no vemos el valor de algo, estamos reduciendo a Dios al tamaño de nuestra limitación. Dios es riqueza omnipresente y es la abundancia pródiga de la creación.