Quiero iniciar con una frase de Henry Kissinger, donde el dice que: “La tarea del líder es llevar a la gente desde donde están hasta donde no han estado”. Tanto la religión como la política hacen esa tarea, tratan de mover a cada individuo de un estado “inferior” a un estado “superior”.
La religión busca llenar el vacío existencial, la religión trasciende a lo tangible, la religión rompe la maldición de la muerte. De la misma forma, la política busca que el ser humano y cada ciudadano tenga una vida más productiva y feliz. La política y la religión se retroalimentan, en otras palabras, existe una mutualidad.
El Papa Francisco lo expresó muy bien al decir que la dimensión religiosa, no es una subcultura, es parte de la cultura de cualquier pueblo y de cualquier nación. Es importante entender que la política y la religión ejercen una función simbiótica en la sociedad en la cual vivimos. En el caso de la política, es bueno aclarar que la política no es un medio para llegar a un fin, la política es en sí mismo un fin porque tiene que ver con el ser humano de forma integral, tiene que ver con la felicidad y la seguridad de los individuos. La religión también no es un medio, es la cultura misma de cada sociedad, es la forma como se interpreta el diario vivir y las dinámicas sociales. Entendiendo todo esto, debemos preguntarnos lo siguiente: ¿Porqué vemos la política como una tarea endiablada? ¿Porqué vemos la religión como una práctica aislada y distante de la política?
Es tiempo de reconocer esa dinámica de mutua ayuda entre religión y política, en vez de promover un choque o fricción, debemos de promover un encuentro en esas estratégicas y determinantes esferas del ser humano. Quiero usar un modelo natural para poder entender mejor el comportamiento simbiótico de la religión y la política; me refiero a la anémona de mar (que no es más que coloridos organismos que parecen plantas, pero realmente se tratan de animales inmóviles e invertebrados) y el cangrejo ermitaño: aquí podemos aprender que el cangrejo brinda desplazamiento a la anémona y esta le ofrece protección con sus tentáculos venenosos. De la misma forma la religión forma la cosmovisión, como vemos todo, y de conducta-ética. También la política le sirve a la religión de ejecución colectiva o mejor dicho de implementar un orden que represente una vida en abundancia, segura y próspera. La política sin religión es amarga, la religión si política es caótica y espiral.
Claro, estamos hablando de la política que todos anhelamos, aquella que nos libera y que genera orden y no excesiva corrupción. Esto puede ser posible cuando los ciudadanos formemos un tipo de “filtro conductual” para determinar quién se merece una posición gubernamental y quién no. La religión debe jugar un papel en la política, y este es, diría yo, cristalizar los procesos democráticos, certificando a cada candidato no solo en base a un debate político, también mirando la trayectoria de todos ellos y su carácter. Religión y política existen para crear un mejor Estado; si esto no sucede, la religión deja de ser sal y la política deja de ser ciencia y arte de administrar los intereses de todos nosotros.