Una información inexacta

<p>Una información inexacta</p>

POR  DOMINGO ABRÉU COLLADO
La Casa de Juan Ponce de León no es una ruina, como indica el letrero… que por cierto, me parece nuevo.

Y eso es lo extraño, que siendo nuevo diga que la casa solariega de Juan Ponce de León, casa que fue restaurada en época de Balaguer (1972), y que recientemente fue habilitada como museo, con cientos de piezas originales, tanto del uso cotidiano de la casa como del uso personal de Juan Ponce de León, como son sus armas y armadura, la gente de Brugal no se haya enterado de eso.

Juan Ponce de León ostentaba el rango de Capitán y luego de Adelantado, un título que se les daba a los jefes de la conquista de América. Ese rango les confería poder para hacer y deshacer en las tierras «de la corona española», incluyendo matar aborígenes a nombre del cristianismo y de la paz. Es decir, no los mataban, los pacificaban. Y según se sabe, Ponce de León fue un gran pacificador.

Bueno, el cuento es que Ponce construyó la casa que se encuentra en San Rafael del Yuma en 1505, toda de piedra y argamasa, en dos niveles. Una casa muy sobria y muy fresca, con pinta de fuerte inexpugnable.

Durante muchos años, cientos de años, la casa estuvo en ruinas, pues había perdido todo el techo y la planta alta. Pero como se conservaban dibujos de la época y los cimientos donde se levantó, resultó posible su restauración y habilitación para ser visitada… aunque sus años le tomó.

Juan Ponce de León se enteró, quién sabe si por los mismos indios que quedaban, que en algún lugar de La Florida había una supuesta «fuente de la eterna juventud». Y como el tipo veía tantas indias en cueros, sin novio ni marido –pues los había matado casi a todos-, se dijo para sí que lo único que necesitaba para atenderlas a todas era ser eternamente joven. Porque ocurre que al Ponce le gustaban todas las jovencitas entre 15 y 75 años.

Así que agarró un día soleado de 1508, bajó por el Yuma hasta el mar, y se fue en busca de la famosa fuente. El hombre hasta se desentendió del negocio que tenía de exportar maderas hacia España –cosa que devastó los bosques de toda esa zona –, apenas dejó la conexión del puerto de Yuma para reexportar cosas de España para Puerto Rico -donde fue hecho Gobernador-, y la fábrica de casabe que tenía en Isla Mona.

Pues el Ponce del cuento fue herido en La Florida… -digo, allá por Miami, no en algún sitio del cuerpo que le digan así- por indios, quizás avisados por los de aquí sobre el «mano-dura» que era Ponce. Se murió en Cuba, en 1521, sin encontrar nunca la fuente de la juventud y sin poder tirarse a ninguna india más.

Una auyama como un bombillo
Así como los niños son la luz de la casa, las auyamas partidas son la luz de los ventorrillos. Mejor ejemplo de lo que digo lo tienen en la foto.

Fíjense cómo esa magnífica mitad de auyama ilumina la foto por completo, se vuelve el centro de toda la atención, de todas las miradas (yo espero que al imprimirse el periódico no me la arruinen).

Los ventorrillos fueron de las principales alternativas de la economía informal que tuvo la ciudad de Santo Domingo. No había barrio que no tuviera dos o tres ventorrillos atiborrados de plátanos, yuca, mapuey, ñame, batata, yautía (blanca y amarilla), aguacates, naranjas (dulces, agrias y de babor), guineos, rulos, ajíes (picantes, gustosos y grandes) y fajos de verdura (puerro, cilantro, cilantrito y otras) medio sumidas en agua para mantener su verdor.

Pero la reina del color era la auyama, siempre fue la auyama. Pero así como era la reina del color para las sopas y locrios, no había cosa que rechazaran más las mujeres que una auyama pálida. Una auyama descolorida era como una amenaza, un mal agüero, un aviso de enfermedad para la casa. Por lo que las auyamas eran escogidas por las marchantes hincándoles una uña para descubrirles el color antes de comprarlas.

Los ventorrillos desaparecieron de Santo Domingo. Los colmados los absorbieron, además de que encarecieron los productos que anteriormente eran de centavos en los ventorrillos.

Ahora sólo podemos verlos en las provincias, y como siempre, iluminados por media auyama, con unos colores naranja tales que ya quisiera el mismo Cándido Bidó.

Gasolina por botellas
La informalidad ha llegado a unos niveles que de momento estaremos viendo a la venta en las aceras chips y discos duros, junto con longaniza, asaduras y tripitas trenzadas. Sin embargo, nada de eso sería tan peligroso como la venta de gasolina por botellas.

En realidad, no se llevan estadísticas de los accidentes que ocurren con situaciones como esas. Ocurren incendios y todos son supuestamente causados por velas que quedaron encendidas o por cortocircuitos.

Pero, ¿cómo se incendia tan rápidamente una casa por una vela si no hay algún combustible volátil cerca?

Los (y las) vendedores de gasolina por botella, por lo regular, tienen su «almacenamiento», «su stock». ¿Cuántos galones de gasolina guarda en su casa un vendedor de la calle? ¿Cuántos galones creen estos comerciantes informales que deben tener guardados por si la gasolina sube de precio o desaparece de las bombas?

Ninguno de esos datos son manejados por nadie, ni siquiera buscados. Simplemente nadie se ocupa, porque al dominicano hay que dejarlo que se la busque como pueda. Si alguna autoridad intenta eliminar semejante forma de negocio de gasolina está poniendo en riesgo el triunfo de algún partido.

Si esto está permitido –como ostensiblemente se aprecia en todo el país-, ¿por qué se prohibe que en las estaciones de gasolina se venda combustible por galones sueltos?

Detalles de la ciudad
La arquitectura vernácula
La arquitectura siempre será el detalle más llamativo en cualquier ciudad del mundo. Junto con la arborización, es la arquitectura la que representa a las ciudades.

Es por eso que cuando una ciudad pierde elementos importantes de su arquitectura, o conjuntos particulares, o edificios históricos que la han representado en el exterior, la ciudad parece morir para dar paso a otra ciudad.

La arquitectura vernácula, la de nuestras provincias, también suele estar afectada por esas sustituciones.

No hay dudas en torno a que la gente busca más seguridad en las casas nuevas, más confortabilidad y a veces –raras veces- más funcionalidad. Pero por lo regular la gente común peca de olvidar lo vernáculo. En realidad no lo olvida, simplemente lo desprecia, busca alejarse o más posible del origen de su arquitectura, porque muchas veces la asocia a situaciones desfavorables, a «pobreza». Construir una casa nueva es «progresar», buscar mejor vida. Pero casi siempre se yerra. Es decir, cuando no se construye según lo que sugiere el entorno, pensando en el clima, la pluviometría de la zona, las épocas de calor, etc., se yerra.

La arquitectura original siempre atinó a usar materiales relacionados con las condiciones del entorno, fuera el material que fuera: madera, piedra o arcilla. Pero actualmente estos elementos no son los más comunes para la nueva arquitectura. Es más, no existe una nueva arquitectura, y las muestras que van apareciendo no tienen nada que ver ni con el país ni con el entorno inmediato.

En la foto, un detalle de la arquitectura vernácula de la provincia Monseñor Nouel.

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