Una invitada de honor

Una invitada de honor

HACE UNOS DÍAS. Hace unos días, como un rayito de sol me escribió Sagrada Bujosa y entre las muchas cosas que me dijo fue que “Los inocentes” la había conmovido.

Para Sagrada Bujosa Mieses
“Un hombre honorable acabará por no saber dónde vivir”
Ivan Serguievich Turgueniev

Anoche soñé con Rebeca Edwards. La noche anterior vi por HBO una película inglesa con el titulo Brighton Rock sobre una novela de Graham Greene.
La novela se titula “Brighton, parque de atracciones” y forma parte de lo que él mismo llamó novelas de «entretenimiento».
Pinkie, el protagonista de la novela, es un matón de poca monta de Brighton en la costa sudeste de Inglaterra que ve su poder amenazado cuando se establece en la ciudad un delincuente de más importancia. Acaba de matar a un periodista y la presencia de una joven camarera puede llevarlo a la horca si ella dice lo que vio. La enamora, seduce y hasta planeará su asesinato para evitar que lo delate, la compra al padre por 150 guineas y se casa para inhibir la declaración en su contra.
Tanto en la película como en la novela se vive un clima de terror que crece en torno a la desvalida muchacha, una creciente tensión y angustia por el destino final de la joven amenazada por el matón y vendida y regateada sin rubor por el padre “malhumorado”.
Quién sabe lo que detonó en mi interior esa película, tal vez algo larvado a lo largo de estas semanas donde he reflexionado sobre el mundo femenino dominicano lo cierto es que esa madrugada soñé con el personaje femenino de la novela “Un invitado de honor”.
Es toda la indefensión femenina, todo el engaño y abandono al que puede ser sometida una mujer blanca en el África de 1970, con la diferencia que en la vida de Rebeca se cruza el coronel Bray. Un hombre bueno y honesto. Imagino que la película, el sueño y todo lo que pensé al despertar tiene que ver con lo que pasa por mi corazón y mi cabeza en estas semanas acerca de lo que pienso de las mujeres, de mí misma, de las posibles muertes, de las descaradas mentiras de las nuevas autoridades en materia de femenicidio.
Lo más llamativo y lo que me aterra es la sordera y complicidad de todas las mujeres ofendidas. Tan sordas como la inglesa de los sesenta.
Hace días que pienso en las mujeres de República Dominicana, leo los diarios, escribo de ellas, me quedé pensando en lo que escribió Inés Aizpun hace unas semanas en Diario Libre. Dice que nadamos en un mar de mermelada. No. Nadamos en un mar turbio y fecaloide, un mar de olvido e indiferencia donde todos y todas viven en el ruido, la tontería y la vocinglería. Donde hay gente, periodistas, escritores y escritoras que dicen cosas para el bien de todos o simplemente con lucidez y respeto por sí mismo y nadie escucha.
Ni siquiera las ofendidas.
“Los pastores serán brutales mientras las ovejas sean estúpidas”, escribió Fray Luis de León. Gran verdad.
Dicen que el presidente las defraudó. No. Son una receta puntual de documento de funcionario internacional que tiene que rendir el informe final para cobrar. No se engañen ni disfracen detrás del eslogan feminista.
Lo escrito, escrito está. Ovejas estúpidas llevadas al matadero.
Ni siquiera estoy enojada, solo tengo un hastío de milenios.
El clima de Santo Domingo es tan crepuscular, tan lóbrego, tan de matadero de ovejas estúpidas que algo se cocinó en mi inconsciente y fui como una sonámbula exactamente al lugar de mi biblioteca donde guardo los libros de Irène Némirovsky.
Compré y leí “Suite francesa”, el 12 de junio de 2009. Estaba pasando un mal momento personal, me habían echado del empleo de mala manera a los 62 años y el relato sin concesiones que hace de Francia en plena invasión nazi donde aflora lo peor de la sociedad me hizo sentir que ese relato me contenía y que la debacle de una sociedad en estampida como la francesa en 1939, era salvando las distancias y el tiempo la misma debacle de esta sociedad en estampida 70 años después.
Sus hijas guardaron por años en una maleta aquellos textos de apocalipsis, creyeron guardar las impresiones de una escritora marginada, segregada por sus pares escritores, esperando que la llevaran al campo de concentración por judía y administrando en sus últimos días los derechos de autor de su obra para preservar a las hijas.
“Suite francesa” tiene tres capítulos, un anexo con las cartas que se intercambiaron con su editor hasta que ella y su marido desaparecieron en las cámaras de gas de Auschwitz.
¿Por qué en estos días pensé en la sociedad egoísta, sorda e indiferente de Francia en 1939, por qué escribí “Los inocentes” pensando en la indefensión de la juventud argentina de 1970, por qué soñé con Rebeca la joven blanca de 1970 y el coronel Bray en un país africano recién independizado, por qué evoco la indefensión de la joven inglesa vendida por su padre y casi asesinada por su amante como una constante de la mujer, por qué me quedo en estupor cuando esta sociedad asiste sin inmutarse al genocidio en masa de sus mujeres, niñas, abuelas e intelectuales y no dice nada mientras bracea en un mar de mermelada?
Hace unos días, como un rayito de sol me escribió Sagrada Bujosa y entre las muchas cosas que me dijo fue que “Los inocentes” la había conmovido. Y fue ahí cuando ella pensó en esos jóvenes que fuimos en 1970 en Buenos Aires, en La Habana, en Santo Domingo o en un país innominado del África Central, fue ahí que yo evoqué en sueños a Rebeca Edwards.
¿Por qué evoqué a esa mujer joven de los setenta? Porque de toda esa maravillosa, pulcra y ética escritura que es la obra de la Nobel Nadine Gordimer eso que ella escribió de manera clandestina en 1970 y que recién pudo publicar en 1988 es el paradigma de lo que se debe escribir como forma de estar en el mundo.
De ser ética, lúcida, honorable, generosa como esa pareja de empleados franceses los Michaux en la obra de Irène Némirovsky o como ese hombre puro que es el coronel Bray en la obra de Nadine Gordimer que en el medio del zafarrancho social despiden bondad y generosidad por el prójimo.
El clima del sueño era ese mismo de 1970, el de un país africano cuyo nombre no se dice y que acaba de lograr su independencia, país al que llega el coronel Bray invitado por las nuevas autoridades. El fue en el pasado un funcionario colonial inglés castigado y represaliado diez años atrás por sus simpatías con el movimiento negro independentista.
La novela termina con una Rebeca, que añora el amor del coronel Bray, que emprende el viaje a Suiza y a Londres en busca de un dinero heredado de su familia que él ha sacado al exterior para protegerla, ese amor la hace darse cuenta de que su marido y matrimonio son una mentira y que el marido es un consultor internacional más, al cual no le importa nada del país al que fue mandado y que como un empleado colonial solo quiere el salario y los privilegios del blanco.
En toda su soledad y vulnerabilidad ella puede estar sola y triste y al mismo tiempo tener la fuerza para emprender una nueva vida para ella y sus hijos.
La Rebeca Edwards que soñé las otras noches es treinta años más vieja y sigue pensando en el coronel Bray. La Rebeca soñada es una inocente de los setenta que sobrevivió, que emprendió una nueva vida y no se dejó aturdir, ni engañar, ni matar, ni vender por 150 guineas. Es una Rebeca envejecida pero madura, tranquila con los hijos crecidos y con un cierto bálsamo sobre todas sus heridas y cicatrices…
Soñé con Rebeca Edwards porque el final abierto de la novela es esa otra forma de ser mujer, de enfrentar las normas milenarias del opresor, de empezar de nuevo, de envejecer de otra manera, de escuchar al corazón y de aceptar ser la invitada de honor de una nueva vida.
Santo Domingo, martes 5 de febrero 2019.

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