Una isla llamada utopía

Una isla llamada utopía

EMMANUEL RAMOS MESSINA
El futuro está ahí, a la vuelta de la esquina… Lo importante es llegar al futuro antes que otro lo haga…
¿Le preocupa acaso a usted el futuro de esta isla?
La futurología, el planeamiento, es una valiosa dedicación. Hay países que planean su futuro, para otro el futuro no existe, ya que si no puede resolver el presente, ¿se va acaso a ocupar de esa cosa incierta y nebulosa llamada porvenir? Como usted conoce a ese país, mejor callamos su nombre…

Dicen que las gitanas tienen un ojo telescópico para ver el futuro, y aquella gitana que conocí en Sevilla dio muestras de conocerme, de penetrarme, de decirme lo que pensaba, mis intimidades y hasta lo que llevaba en los bolsillos, y por diez euros prometió decirme mi futuro, todo lo bueno, y callar todo lo malo, porque ella, muy discreta, “no le iba a amargar a nadie la vida”.

Dijo un sabio de Las Mil y Una Noches, que el más sabio profeta es el que se niega a predecir el futuro; muchos han pretendido anticipar el futuro para evitar los males presentes de los países y crear y organizar la vida para lograr la felicidad, humanizando el trabajo, la habitación, la soledad y hasta el sexo.

El tema es interesante, porque sin querer queriendo nos pasamos la vida inadvertidamente pensando en el mañana. Por eso algunos ahorran para la vejez y los malos tiempos; otros se afanan buscando esposas para fabricar descendencia; la novia se desvela eligiendo, pensando en el macho y la moda para su traje de bodas, desde el velo hasta las zapatillas; la puta se las ingenia para aumentar sus “ingresos”; la doncella planea cómo ocultar su pecado y su desafortunado desliz; la madre planea la felicidad de sus hijos; el ladrón ingenia métodos para el próximo robo; el corrupto planea cómo tapar su hedionda podredumbre; el Estado planea cómo vaciar los bolsillos del pueblo con el menor número de gritos; y el gobernante planea cómo mantenerse eternamente en el poder.

Otros, como ya dijimos, planean utopías para organizar la vida, como Tomás Moro, Campanella y Sir Thomas Bacon, que cada uno en una isla planearon organizar a su modo socialista la alimentación, la salud colectiva, y tuvieron además la osadía de sacar a la luz y reglamentar el sexo, tema que en esa época era tabú, pero que ahora se pasea orondo con la tolerancia del bikini, junto a los convulsos, sudorosos y “civilizados” gestos del perreo y del regaeton, activados con la “gasolina”. Gracias a ellos el ombligo y las nalgas, antes zonas prohibidas, vedadas, misteriosas y tan vigiladas como el Pentágono, Fort Knox, la bomba atómica y el Santo Sepulcro, se convirtieron en zonas visibles, libres, plazas públicas, piel placentera para los hombres; y el tobillo, zona cuya vista era un pecado delicioso, es hoy un mero acto autorizado de zapaterías y de ortopedas. La ropa cede sus espacios a la vista. El culto pagano al desnudo, al fin venció. ¿Quién hoy se atreve a vestir a la Venus de Milo?

Las utopías, son siempre ubicadas en islas tropicales desprovistas de las lacras de la propiedad privada, siempre bajo un régimen socialista y comunitario. Allí, las bellas jóvenes tendrán sin tapujos e hipocresías el derecho de destapar y exhibir sus partes más bellas y tentadoras golosinas para la felicidad de los ojos y los corazones, sin las trabas de las atrasadas y podridas leyes antipezones: esas utopías serían paraísos donde las negras mulatas y cobrizas amanecerían blancas, rubias y nobles. Todos los ojos serían oficialmente azules. Se trabajaría pocas horas con muchos descansos, comidas, y el alojamiento comunitario sería de cinco estrellas; donde las mujeres trabajaran entre desfiles de modas y perfumerías, patrocinados por los futuros reyes de la moda. La moneda sería suprimida y con el oro se harían bacinillas, y los diamantes serían regalados a niños como bellugas. La rica alimentación y la salud sería suministradas sin prestación alguna y las casas serían climatizadas.

Si acaso alguien al leer esto se burla de Tomás Moro y sus compartes utopistas ¿no está siendo él mismo un futurólogo al negar los éxitos de esos planes? ¿No son acaso los políticos -y sus promesas, planes quincenales o decenales- futurólogos de buena o de mala fe?

Ahora a nosotros nos toca el atrevimiento de atisbar las nieblas del futuro:

¿No sería acaso un día alborozado el de despertarnos en una isla “puesta en el trayecto del Sol”, arrepentida, llorosa y pidiendo misericordia por sus pecados; donde la pobreza ya no sea más un crimen; donde la piel en las conciencias amanezca blanca para todos; donde las cárceles perfumadas acojan con igual entusiasmo a ricos y pobres y a los gatos de dos patas; donde la honestidad no sea un estado de imbecilidad; donde a los funerales de los pobres asistan lágrimas, flores, coros, presidentes y cardenales; donde en los hospitales aparezca un antibiótico llamado piedad; donde los negritos también vengan de París; donde todos seamos Almirantes y Generales rameados; donde los impuestos no quiten ni el pan ni el sueño; donde clamar justicia no sea un osado peligro; donde aparezcan los padres de los hijos sin padres; donde Al Capone y Pinochet no sean siempre condenados a prisión domiciliaria; donde haya esperanzas aunque sean de mentira…?

¡Perdón! ¡Ven ustedes queridos lectores, cómo de una pluma tonta salen tantos delirios, disparates, ilusiones y utopías!

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