Una isla rumbo al abismo

Una isla rumbo al abismo

En pleno siglo XXI, la diferencia entre las dos naciones es notoria

El destino de los 20 y tantos millones de habitantes de la isla de Santo Domingo está rodeado de una nebulosa provocada por la actitud  del odio ancestral que ha animado la vida en la isla, cuando la corona española accedió a que los bucaneros  franceses  y otros europeos zarparan de la isla de la Tortuga para asentarse  en la tierra grande de la isla en la parte norte.

Para el año 1650, los ocupantes europeos emigrados de la isla de la Tortuga, adquirieron sentido de propiedad gracias  a la condescendencia española que para 1687 por el tratado de Ryswik, esos ocupantes, franceses en la mayoría, asumieron la propiedad de esa porción de la costa norte de la isla convirtiendo esos 27 mil kilómetros cuadrados en la colonia más productiva del continente recién descubierto.

Con sus plantaciones de caña, cacao, café y otros fue la colonia más rica y productiva  de Francia. A esa distinción, Francia fue ayudada por la masiva traída de africanos arrancados de su territorio, y aquí como esclavos, enriquecieron a los franceses convertida en una mina de la abundancia.

El oriente  de la isla, en manos de las incapaces españoles, solo soñaban con un rápido enriquecimiento con el oro que ya no aparecía en los ríos.

Mientras la colonia francesa florecía, y se enriquecían sus colonos  con la mano esclava de los africanos, la española languidecía  y se sostenía  con el contrabando y la venta de pieles de las miles de las abundantes reses montaraces que servían para el comercio isleño.

Esta actividad impedía que la exigua colonia española se derrumbara hasta que en 1795 los españoles le dieron el último martillazo al cedérsela a Francia y abandonar lo que fuera su colonia insigne en América. Así Francia y Napoleón  ocuparon la isla en su totalidad lo que se materializó en 1822 para iniciarse el largo vía crucis sometido a la voracidad de una país de exesclavos con ínfulas de sanguinarios dictadores tribales decididos a aplastar lo que quedaba de la nacionalidad española en oriente.

Para 1800, lo que había sido la joya de la corona española ya no existía. Era tan solo un conglomerado de unos cuantos cientos  de seres que permanecían apegados a sus tierras y cultivaba lo que necesitaban para sostenerse y viviendo de un esquivo situado que se compensaba con las compras que hacían los prósperos colonos franceses de occidente.

Para 1805 sería el nuevo país negro de Haití  con el exterminio  de los blancos franceses arrasando con la riqueza de la colonia. Poco tiempo después Haití se convirtió en el principal dolor  de cabeza de los escasos españoles de oriente, se anexaron más de cuatro mil kilómetros cuadrados y para 1822 avanzaron para ocupar la isla llegando a Santo Domingo en enero.

Pero el espíritu indómito de la raza dominicana, que venía gestándose en la escasa colonia de raíces ibéricas, fue tomando forma cuando un grupo de jóvenes en 1838, encabezados por Juan Pablo Duarte, decidieron darle vigencia a una nación en medio de la fuerte represión de un adversario mucho más poderoso.

Pero esos jóvenes emprendedores  y soñadores le dieron forma a un proyecto de nación que de entrada iba a enfrentar a un poderoso adversario que había sido creado por los franceses y quienes fueron destruidos bajo la sombrilla de una guerra patria donde los dominicanos hicieron valer su decisión.

En pleno siglo XXI, la diferencia entre las dos naciones es notoria, y   los dominicanos, experimentando un crecimiento y desarrollo sostenido que es apuntalado  con una mano de obra artesanal extranjera e indispensable para las actividades productivas, pero el odio y resentimiento domina el espíritu de los haitianos que no aceptan esa supremacía. Uno ve que en los corrillos extranjeros ni siquiera se toma en cuenta a los dominicanos cuando se trata de auxiliar a los vecinos en sus perentorias emergencias de todo tipo.

Y tal cosa se vio ahora con el asesinato del presidente haitiano. Poco faltó para que los haitianos quisieran  involucrarnos como parte del complot.  Pero fue tan evidente el origen del magnicidio que las mentes calenturientas  antidominicanas del Gobierno haitiano desistieron aparentemente de esos señalamientos.

Eran tan evidentes los perpetradores de la acción, que aun cuando han sido aclarados, todavía en las masas estimuladas por agitadores,  mantienen la tesis del origen de la tragedia, salen a las calles a incitar a un ataque a los dominicanos quemando banderas y consignas muy agresivas. Esto obligará a que la presencia dominicana en los funerales de Moïse  sea mínima, aun cuando sea en Cabo Haitiano  donde se aprecia a los dominicanos.

Poco faltó para que los haitianos quisieinvolucrar a RD en el complot para asesinar a Moïse

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