Una joya sin pulir: La Ciudad Colonial

Una joya sin pulir: La Ciudad Colonial

La aspiración de los arquitectos y urbanistas, que se desviven por el cuido de la ciudad colonial, es verla convertida en una hermosa joya urbana que constituya el orgullo de los dominicanos y sea la admiración de los visitantes.

Por muchos años, desde que los haitianos, durante la ocupación de 1822, restauraron muchas edificaciones coloniales del casco más antiguo de la ciudad, imprimiéndole un estilo francés a la moda de Puerto Príncipe y de New Orleans, no se volvió a hacer casi nada en restauración, hasta que, durante la dictadura de Trujillo, se rehízo el Alcázar de Colón a mediados de la década del 50 del siglo pasado.

Superada la dictadura en 1961, se despertaron las inquietudes creativas de los numerosos y valiosos arquitectos urbanistas, que conociendo lo que ya estaba en marcha en otros países, como lo del Viejo San Juan en Puerto Rico, comenzaron a idear planes y planos para emprender con entusiasmo los primeros alardes de restauración en torno a las principales iglesias de la zona colonial, que ya experimentaban severos estados de deterioro como era el caso de las iglesias de Santa Bárbara y Las Mercedes.

Se impuso una laboriosa tarea de rescate, y antiguas edificaciones de la calle de Las Damas, Hostos y de Las Mercedes recuperaron su esplendor original, para admiración de los residentes capitaleños. Pero ese proceso experimentó un imprevisto atascamiento, cuando al pretender devolverle a las piedras calizas su atractivo original, se comprobó que estaban bastante deterioradas por efectos de las lluvias y de los vientos, por lo que hubo necesidad de revaluar y estudiar lo que ya se realizaba en otras ciudades coloniales del Caribe con más sentido práctico y sin planes de volver a lo que habían sido las construcciones en el siglo XVI.

Ahora, en la segunda década del siglo XXI, los expertos coloniales criollos con el aporte de la ayuda internacional, incluyendo asesoramientos foráneos, le han dado otro enfoque a la restauración colonial, muy parecido a lo que hicieron los haitianos en el período de 1822 a 1844, que a los edificios remanentes de la época colonial, a sus paredes ya en deterioro, las cubrieron con una mezcla de cal como si fuera el pañete moderno.

De esa manera se preservan las rocas calizas originales y las que se colocan en reemplazo de las ya destruidas, por ser tan vulnerables a la intemperización que era el dolor de cabeza de los restauradores criollos, que veían cómo sus trabajos se deterioraban rápidamente y hasta hubo que declarar edificaciones, después de intervenidas, como peligro público.

Las áreas coloniales de Cartagena de Indias, de La Habana, de New Orleans, de Quito, de Lima, la hermosa y atrayente Antigua de Guatemala, quizás la más emblemática ciudad colonial del hemisferio, experimentan un acertado proceso de recuperación para volver a los siglos XVII y XVIII, de manera que las generaciones presentes admiren lo que nuestros antepasados legaron a las mismas.

Ahora en Santo Domingo, con más sentido práctico, se ha emprendido una labor encomiable que ya lo hemos visto de cómo terminaron los trabajos de remodelación del Museo de la Catedral, la residencia arzobispal y algunas de las iglesias en mal estado y edificaciones de la calle Hostos.

Son necesarios grandes trabajos de restauración que faltan para fortalecer el bautizo de Patrimonio de la Humanidad a la ciudad colonial. Hay un empeño evidente de parte de los diversos sectores oficiales, que tienen su mano metida en ese sancocho colonial, para que finalmente se pueda disfrutar de un producto, que aparte de enorgullecer a la ciudadanía criolla, permita convertir a la capital en un polo turístico que atraiga a los turistas que prefieren las costas del Este por los magníficos resorts existentes. Con las modernas autopistas de cuatro carriles se le garantiza al turista un viaje cómodo, rápido y seguro desde sus guetos tropicales hasta el envolvente mundo de colorido de la capital, con sus noches de bohemia y diversión y sabrosas comidas al estilo criollo e internacional, aparte de las visitas obligadas a los sitios de interés histórico con sus diversos museos bien abastecidos de una riqueza histórica y artística envidiable.

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