Una junta desjuntada

Una junta desjuntada

PEDRO GIL ITURBIDES
A seis meses de los comicios generales en los que se elegirá Presidente de la República, a la Junta Central Electoral (JCE) le conviene cultivar su crédito público. Ni disposiciones controversiales, ni reglamentaciones discutibles, ni confrontaciones internas, harán que crezca su imagen. Por el contrario la pugnacidad entre uno que otro miembro del organismo, o entre el organismo y uno que otro partido reconocido, son causas del deterioro de la confianza pública en esa entidad.

Por supuesto, todos sabemos que la JCE es un tribunal contencioso. Pero actúa en esta virtud en razón de sus propios dictámenes, o de los dictámenes de las Juntas Municipales Electorales, sobre resultados de la consulta comicial. Al margen de dicha materia, la JCE debe aparecer como un árbitro amigable, capaz de lograr el entendimiento entre los partidos, o al interior de ellos cuando el asunto sea puesto en su conocimiento. No puede ni debe la JCE, o alguno de sus miembros, apelar a la majestad de la ley que la estatuye, para imponer puntos de vista. No le conviene al organismo.

Al amigable componedor le viene a pie juntillas el traje de la neutralidad, de una ponderada serenidad, de la reflexiva disposición para escuchar a todo el mundo. En el caso, todo el mundo son los partidos políticos, reconocidos o no, pero sobre todo, los reconocidos. Si como viene aconteciendo se notan discrepancias internas, es probable que pierda para el 16 de mayo, y para las horas posteriores, esa capacidad de arbitrar los comicios. Y no precisamente porque la ley la despoje de este atributo, sino porque el recelo levantado le impida asumir a plenitud su papel.

En naciones como la nuestra, en donde es proverbial la sospecha sobre la idoneidad de quienes tienen a su cargo dirimir quién gana o quién pierde en toda forma de litigio, a la JCE no le conviene abonar el terreno de los escépticos. Contempla el observador menos avezado lo que ocurre en los juegos de la pelota profesional cuando se permite la anotación a un equipo sobre una jugada apretada. ¡Qué no ocurrirá cuando tras el día de votación tenga la JCE que determinar a ciencia y verdad todo lo concerniente a los resultados de la consulta!

Si desde ahora se torna la JCE en un órgano litigioso en vez de volverse un tribunal de litigios electorales, impondrá su dictamen pero levantará un movimiento de opinión pública contra sus mismos integrantes. Conviene que los miembros de este organismo especial del Estado Dominicano piensen en el papel que se le asigna, más que por la ley, por la esperanza de entendimiento entre los dominicanos. Si prevalidos de la ley  cuya letra no siempre camina pareja con el espíritu de la costumbre en países como el nuestro, los miembros de la JCE rinden sus cuentas al final en medio de malquerencias internas, la fe popular no los arropará.

Porque si hay algo respecto de lo que esos miembros de la JCE deben preocuparse es por no aparecer en el cicla de los corazones del electorado. Este es un cicla más rencoroso que aquél otro que condena civilmente sin que medie sentencia de tribunal de comercio, a los morosos y a los mala paga. ¡Cuiden pues su crédito, su imagen pública, los integrantes de la Junta Central Electoral!

Publicaciones Relacionadas

Más leídas