Una lágrima por Argentina

Una lágrima por Argentina

MARIEN ARISTY CAPITÁN
La puerta se abre. Ha sido difícil entrar. La prensa está mal vista en muchos lugares. Hay que insistir, rogar, hablar fuerte… y entonces, como si el cielo se abriera de repente, pasamos. Al hacerlo, la sorpresa nos golpea el rostro: todo lo que habíamos visto hasta ahora no era más que una pantalla. De la pintura de la entrada no queda nada. Los graffitis, como único adorno, estorban a la vista mientras hablan de uno de los posibles motivos que provoquen su presencia: la rebeldía de los estudiantes ante el propio estado del centro.

Cual si se tratase de una ruina que se reinventa sola, el Liceo República de Argentina podría ser el local ideal para hacer una fiesta de brujas o grabar una lúgubre película de horror. Todo, y la verdad es que es todo, está dispuesto para ello.

Nadie puede imaginarse lo duro que puede resultar recorrer este espacio. Con aprensión, al dar cada paso uno teme caer: los agujeros en el suelo se suceden de una forma muy peligrosa. También los hoyos que quedan de lo que una vez fueron escaleras o ventanales.

Otro aspecto que hace de la estancia una experiencia lamentable es descubrir las profundas fisuras que tienen el techo, los muros, las columnas… cada rincón es la fiel representación de lo cruel que pueden ser el abandono y el tiempo.

Dejando de lado la integridad física del visitante y la vejez que muestran hasta las butacas, hay que hablar del alma. Ella, aunque no lo crean, es la que más corre peligro cuando uno se interna por los mil laberintos que existen en este plantel.

¿Qué creen ustedes que le puede pasar a ella cuando se deja arropar por el dolor, la angustia y la impotencia que se sienten aquí? Aunque sea sólo por un momento, desfallece. También suplica, en medio de un triste y eterno sollozo, que alguien se digne a ayudar a este lugar (o darles un nuevo liceo, que sería lo ideal ante el terrible deterioro del que tienen).

Bien lo merecen los grandes héroes que moran el liceo: los maestros y estudiantes que, so pena de que el plantel les caiga encima, luchan contra la opresión que se siente en el pecho cuando se está entre estas paredes.

Por ellos, y en su nombre, hoy podríamos recordar la famosa canción de «No llores por mí Argentina», que popularizó Paloma San Basilio. Nuestro párrafo, sin embargo, tendría que decir todo lo contrario: llorar por mí, Argentina, que ya yo no puedo.

m.capitan@hoy.com.do

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