Una lección magistral

Una lección magistral

VLADIMIR VELÁSQUEZ MATOS
El 30 de junio del año 2000, mientras cumplía con mis funciones como Consejero de nuestra embajada en Alemania, entonces en la ciudad de Bonn, me dirigí al sudeste de esa república para una entrevista soñada por mí durante años con uno de los artistas más reputados y discutidos de la post-guerra, una figura tan famosa y venerada que cualquier misiva o correspondencia llega a su destino aún sin ponerle el código postal, sólo bastando su nombre. Me refiero al gran pintor alemán Werner Tübke.

Recuerdo claramente, como en esos sueños fantásticos que quedan perennes en la memoria, la tarde de ese caluroso día de verano a las 5:00, como estaba pautado desde hacía muchos meses atrás, pues el «Profesor» (título equivalente al Phd de los anglosajones), no recibe visitas, a menos que se le contacte con todo el rigor de lugar, como buen alemán que es, en donde, después de recibirnos personalmente en la puerta de su amplia casona de 3 pisos en el número 5 de la Springer Strasse detrás del Tiergarten (jardín zoológico) de Leipzig, nos invitó a entrar a mi esposa e hija, a mí y a un amigo de la localidad que me iba ayudar como intérprete, y así pudimos hablar y hablar extensamente de arte, de las técnicas antiguas y del ruinoso panorama que el arte ofrece en la actualidad.

El gran maestro, después de un buen rato dialogando y a la vez queriendo que yo comprendiese su proceso de trabajo, me invitó a subir a su estudio para ver la manera de cómo componía sus cuadros, los materiales empleados, el método paso a paso, como los antiguos, de acuerdo a los diferentes estadios de ejecución de cada pieza.

Sobre una mesa habían colocados un nutrido grupo de dibujos realizados a sanguina, los cuales parecían obras de las manos de un Mantegna, Durero o Da Vinci, y luego me dijo en tono confidente: «¡sabe!, todos los días del mundo hago varios de éstos (refiriéndose a los dibujos) para tener mi mano y mi mente bien ágiles, pues el artista debe ejercitarse constantemente, haciéndole más caso a su voz interior, que nunca lo engaña, a los pronunciamientos de cualquier conocedor» (esta última palabra me la dijo con evidente sarcasmo).

También agregó, y en esto fue muy enfático, de que en arte lo más importante no es el tema, esa es la excusa para pintar un cuadro y depende de la inclinaciones del autor, lo importante es la «belleza», el lenguaje que se emplee para expresarla, aunque se represente el horror de la miseria y de la guerra, aunque se pinten monstruos terribles como los del Bosco, Grünewald o Fuselli, pero siempre imprimiéndoles belleza y expresividad.

Después de más de dos horas de enriquecedor diálogo y profundas enseñanzas (en donde también me comentó que en su juventud fue a conocer a De Chirico), este genio renacentista del presente me dijo, cual frase cincelada en el mármol: » Die kunstwerk ist nur arbeit, arbeit und arbeit» (la obra de arte es sólo trabajo, trabajo y más trabajo).

Con esta enriquecedora historia personal junto a uno de los grandes maestros de plástica contemporánea como lo es el profesor Werner Tübke, ex rector de la facultad de Bellas Artes y artes aplicadas de Leipzig cuando era todavía la RDA, siendo autor de uno de los murales más extraordinarios e inmensos del mundo (120 x 14 metros de circunferencia), el famoso «Panorama» de Bad Frankenhausen en Turingia, el cual representa la primera guerra campesina en Alemania (Frühburgerliche revolution in deutschland) gestada por el sacerdote Thomas Müntzer, paso a aclarar algunas elucubraciones lastimosas por pedestres, totalmente desconceptuadas y vertidas recientemente en la prensa para confundir a los incautos (que lamentablemente no son pocos), en cuanto a la naturaleza del arte y los concursos que se gestan en este país.

Lo primero es la dilucidación acerca del valor de una obra de arte no es tan subjetiva como aparenta serlo, «el gusto sí», ya que ésta obedece a una serie de valores bastante bien ponderables como los estéticos y técnicos, en donde el creador en cuestión logra orquestar hábil o torpemente, su mensaje plástico, puesto que, y esto sí es absoluto, «lo malo es malo y lo bueno es bueno».

Lo segundo es que ciertamente las cosas cambian, tal y como Heráclito planteó con su metáfora del río-tiempo, pero es inconcebible de que si los tiempos son feos, desenfadados, obtusos, con líderes mediocres (Bush y Sharon son buenos ejemplos) y pletóricos de barbaridades, haya que producir arte en ese tenor.

Ya en la Edad Media, período terrible como nos refiere la historia por estar colmado de oscurantismo religioso, grandes hambrunas, devastaciones por rivalidades clánicas y monárquicas, amén del horror secular del milenarismo que socabó a gran parte de las conciencias de la Europa de entonces, no debió, por esa razón, producir nada que valiera la pena, sin embargo fue el momento de la canción de gesta, de los autos sacramentales, d la arquitectura romántica y gótica, los modos caballerescos y el amor romántico moderno en la corte de Leonor de Aquitania, y de esa música tan celestial por sencilla y bella como lo es canto gregoriano.

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