Una línea azucarera hacia Brasil

Una línea azucarera hacia Brasil

ANGEL BARRIUSO
El gobierno peledeísta 1996-2000, atrapado por las debilidades de las finanzas públicas, trató de cambiarle el rumbo a la industria azucarera estatal arrendando ingenios quebrados al sector privado, aplicando una fórmula de capitalización.

Debido a la escasa información de los resultados de estos negocios se hace casi imposible determinar, para los fines de este espacio, el éxito del esquema empleado, en vista de que el Estado, como socio en tales empresas; jamás ha soltado datos a la ciudadanía, excepto las críticas «desfondadas» de las anteriores autoridades respecto al uso de las tierras e ingenios de una entelequia empresarial que todavía llamamos Consejo Estatal del Azúcar.

¿Qué podríamos hacer hoy, cuatro años después de iniciado el proceso de la capitalización de la industria azucarera estatal? ¿Repetir el formato?

Lo ideal es que las nuevas autoridades inicien desde ahora un estudio del impacto de la capitalización de la industria azucarera, desprejuiciado de cualquier eventualidad política e incoloro, a los fines de evitar la politiquería en un análisis económico responsable. Este estudio podría conducirnos hacia una revisión de lo acontecido con fines de superar las fallas, sin necesidad de recurrir al chisme ni a la morbosidad vengativa para juzgar innecesariamente el error que habrían cometido terceras personas o equipos técnicos de trabajo.

Pienso que la industria azucarera hay que replanteársela a partir de los acuerdos internacionales del Estado dominicano o por la intención de tratados de libre comercio con Estados Unidos o con cualquier otra nación amiga. Un replanteo nos conduciría a viejas discusiones, a desempolvar, por ejemplo, el debate de los años setenta cuando la propia embajada de Estados Unidos en el país y el difunto Juan Bosch advertían a nuestros gobernantes sobre la diversificación.

¿Estamos en condiciones de producir azúcar y melaza?

Estamos en condiciones de mantener la producción de azúcar y melaza, tomando en cuenta otras posibles opciones para baratar «los costos operativos» de la vida de cada individuo, de cada familia residente en nuestro país y de cada negocio pequeño, mediano y grande, diversificando la industria.

Venimos despreciando la caña y la diversidad de su uso, y si bien es cierto que hace 20 años su diversificación pudo ser una utopía, hoy es distinto. Nuestro país está en otras condiciones tecnológicas y probablemente presionado por nuevas reglas en los mercados internacionales que obligan a rediseñar una estrategia que conduzca a su evolución. No podemos conformarnos hoy con la renegociación de cuotas en ningún mercado.

¿Qué haremos? ¿Aprovecharemos las relaciones con Brasil para ir más allá de la posibilidad de un Metro y del envío de autobuses para la OMSA? ¿Podríamos identificar otros potenciales aliados en programas que conduzcan hacia el aprovechamiento de nuestros productos? ¿Nos quedaremos de brazos cruzados, repitiendo los fracasos?

Brasil, como en otras partes del mundo, ha logrado sacarle el máximo provecho a la caña de azúcar, y diariamente circulan por sus calles, avenidas y carreteras miles de automóviles con un combustible de bajo costo y de excelente rendimiento. De la caña y sus derivados extraen combustible y, de acuerdo con técnicos dominicanos, República Dominicana está en condiciones de hacerlo, puesto que puede mezclarse -según las explicaciones- derivados del petróleo con los de la caña.

Hace unos meses hubo en Infotep una muestra de logros alcanzados  por los politécnicos, y entre ellos un grupo de estudiantes dio demostraciones del uso de gasolina y gasoil derivados de la caña de azúcar vehículos de motor. También se planteó la viabilidad de extraer combustible de la palma africana. De manera que tenemos una gran oportunidad de mirar hacia el futuro y tratar, en la medida de nuestras posibilidades, de hacer más llevadera la vida de cada hogar, de cada empresa por pequeña o grande que sea.

No nos damos cuenta que hacer negocios en este país es una odisea porque nuestros costos, por encima de todo, son muy elevados. Y estamos en la urgencia de plantearnos medidas gubernamentales que pujen hacia el desarrollo y/o relanzamiento de nuestra economía. República Dominicana no puede darse el lujo de seguir encarecida y desestimulando potenciales inversiones.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas