¿Cuál es en verdad la función del Departamento de Persecución de la Corrupción Administrativa DPCA? Sus hechos dicen muy poco. El efecto de su accionar incluso podría ser considerado como contrario a los objetivos que se le atribuyen y determinan su nombre. Se entiende que la Cámara de Cuentas -mutilada en su capacidad de hacer sometimientos por vía propia- cumple al menos con la tarea de hurgar con autoridad técnica sobre deplorables manejos de la administración pública y aun cuando no ponga directamente en evidencia propósitos de dolo, el olor indicador de que algo está podrido aquí, allá y acullá debe mover a la Justicia, además de que la negligencia y el desorden deben ser castigados con rigor también.
No es válido ser juez y parte al mismo tiempo; y si la DPCA no muestra empeño en investigar hasta las últimas consecuencias y someter a gente que ha dado atendibles señales de que ha lesionado el patrimonio del Estado, ahí mismo se paraliza la posibilidad de escarmentar. Otras posibles vías quedan cerradas. Se yugula la persecución ipso facto. La DPCA es una entidad inseparable del núcleo del poder y del partidarismo que lo sustenta. Y eso no es lo que corresponde, en fuero e independencia, a un Ministerio Público que de ninguna forma debe parecer reticente para actuar por su identificación con el orden de cosas. Aquel que cuide las ovejas no debe estar subordinado a los lobos.
Fuerte agresión a los oídos
Un pronóstico de especialistas que acaba de conocerse debería preocuparnos: las emisiones abusivas de ruidos que contaminan el país será causa grave de pérdida de audición para muchos ciudadanos con el paso de los años. Las personas que prefiere música a alto volumen; las que apelan a la emisión de sonidos a altos decibeles en negocios y calles. Las que estremecen los entornos con vehículos y maquinarias pesados que contaminan con sonoridades anormales los lugares públicos, son la expresión de una dañina cultura de irrespeto. Contra esas plagas de la cotidianidad las autoridades hacen poco.
En la Zona Colonial y en decenas de barrios capitalinos las diversiones con tragos y música estridente son desbordantes porque la ley es letra muerta. Los individuos bulliciosos, que tan numerosos son y constituyen epidemia, merecen un valladar. Constituyen un serio problema de salud pública.