Una madre casi muerta en la carretera

Una madre casi muerta en la carretera

POR  DOMINGO ABRÉU COLLADO
El sonido metálico del toque en el vidrio de mi camioneta me sobresaltó. Anochecía, y la imagen del hombre afuera se hacía difusa, por lo que bajé el vidrio a verlo claramente y saber de qué se trataba. El hombre mostraba una cara mezcla de angustia, desesperación, espanto y desprotección que desarmaban a cualquiera.

No esperó a que yo le preguntara qué quería: «Mire -me dijo- yo soy empleado de Obras Públicas, mire mi carnet. Mi carro se me ha quedado por gasolina y llevo a mi madre muy enferma al hospital. Por favor, consígame aunque sea para un galón de gasolina».

Con el carnet de Obras Públicas en la izquierda y la llave del vehículo engastado en un llavero negro en la derecha, el individuo era la cruda imagen del dominicano cuyo empleo no le alcanza para emergencias de ningún tipo.

Busqué mi cartera en mi mochila lo más rápido que pude, antes de que cambiara el semáforo de la Máximo Gómez con San Martín (venía hacia el periódico) y saqué casi a ciegas un billete de veinte pesos. Ya lo iba a entregar al señor cuando un manotazo de mi acompañante me arrancó el billete: «¿Qué vas a hacer maldito loco? -me dijo secamente-, esos son dos mil pesos». Buscó entonces un verdadero billete de veinte, me lo pasó y yo al señor, que me agradeció casi con lágrimas en los ojos y se fue.

-Bueno- pensé yo -esa fue mi buena acción del día-. Y arranqué tranquilo y satisfecho conmigo mismo.

Dos semanas después y con el sol afuera, otro toque en la ventana de mi camioneta llamó mi atención. Se trataba del mismo hombre. Bajé el vidrio y escuché de nuevo el mismo pedimento y con la misma cara: «Mire -me dijo- yo soy empleado de Obras Públicas, mire mi carnet. Mi carro se me ha quedado por gasolina y llevo a mi madre muy enferma al hospital. Por favor, consígame aunque sea para un galón de gasolina». Como muchas cosas de éstas sólo me causan gracia, imaginé rápidamente a la madre del tipo catorce días estacionada en el carro esperando por gasolina para llegar al hospital. Le dije que ya había colaborado con su madre hacía dos semanas y cerré el cristal.

Más de dos meses después de ese último encuentro lo encontré de nuevo saliendo casi a la autopista Duarte, en la misma faena, con la misma cara, la misma llave, el mismo carnet de Obras Públicas, más delgado y con una madre que ya debe estar agonizando en la carretera, esperando por un galón de gasolina para llega al hospital.

Bajé de mi vehículo y le hice la foto que ven encabezando esta página. Ahora que me acuerdo, creo que las lágrimas en sus ojos el primer día de nuestro encuentro fue porque no llegó a echarle mano al billete de dos mil pesos que por equivocación iba a entregarle… y yo que creí que eran por su madre.

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Cuatro cruces y dos boquetes

Ya cumplieron año los muertos y los boquetes abiertos en la Escuela Primaria Básica La Cabirma, de la carretera que va a Cotuí desde Maimón.

Según me contaron los vecinos de la escuela -que no pudo recibir estudiantes este año- un camión que venía por la carretera perdió frenos y control, arrolló algunas personas y fue a estrellarse con la pared este de la escuela, derribando parte de las paredes e inutilizando la escuela.

En memoria de los muertos se colocaron las cruces. Y en olvido de la escuela se le quedaron los boquetes. Y nadie encuentra explicación en La Cabirma ni en cualquier otro sitio de la provincia Sánchez Ramírez, cómo es que la Secretaría de Estado de Educación no ha diligenciado la reparación de la única escuela que hay en esa zona.

El edificio no colapsó, no se le cayó el techo, pero en semejante estado no es posible impartir clases en la escuela.

Ahora, si lo que se espera es que se le adjudique la obra a algún ingeniero del partido para que derribe la escuela y construya una nueva, entonces sí se entiende el olvido en que quedó este plantel.

Es más, hasta se entendería que no la construyan todavía a ver si se ponen más caros los materiales y el presupuesto para la reconstrucción se abulta más. Porque mientras en otros sitios se dice que «mientras menos bulto más claridad», aquí «mientras más bulto más posibilidad… de agarrar comisiones».

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El niño de los peces y las ojeras

Creo que el milagro más grande que yo haya oído es aquel de la multiplicación de los panes y los peces a orillas del Mar de Galilea. Solo que a este niño en lugar de peces y panes le tocaron peces y ojeras, es decir, peces y hambre.

Y parecería un contrasentido que teniendo peces a mano este niño también tenga esas ojeras con que el pincel de la miseria le ha rodeado los ojos. Pero esa es la realidad. Habiendo capturado algunos peces ahí, en la Presa de Hatillo, este muchacho debe prescindir de ellos para buscar algunos pesos para otros gastos que, quizás no lo sean, pero que para él son más prioritarios.

Esa presa, en la parte de Maimón, es coto abierto de pesca de diferentes especies de peces, entre ellos la carpa espejo, de rápida proliferación, y la tilapia, introducida para controlar las sanguijuelas en los arrozales, pero que se extendió hasta llegar a todos los cuerpos de agua dulce del País.

Y para los más deportivos que hambreados están las truchas, llevadas a la presa para la práctica de la pesca deportiva desde lanchas y botes.

Pero fíjense como son las cosas. Algunos de los dueños de esas lanchas son propietarios de negocios donde tienen instaladas máquinas tragamonedas de esas que sonsacan a los niños, y como sanguijuelas le sorben de a poco la sangre dejándoles profundas ojeras de hambre.

O sea, que no obstante la presencia de las tilapias, ahora en manos de este niño, la sanguijuela de la máquina tragamonedas como quiera le va a sorber la sangre, y a dejarle con esas ojeras y algunos peces en las manos, esperando por solventar alguna prioridad… como jugar en las máquinas tragamonedas, por ejemplo.

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Entrando por el otro lado a la presa

Cualquiera pensaría que como está anunciado en algunos letreros y vallas uno va a llegar a un sitio turístico de habilidoso manejo y excelente presencia. Y es que la Presa de Hatillo y su entorno se prestarían excelentemente para ello. Pero resulta que este asunto de la democracia y su incomprensión lo tira todo al muladar.

Me explico. A raíz de la construcción y terminación de la Presa de Hatillo la gente aprovechó para irse instalando en lo que iba quedando como calle de acceso a la presa, hasta conformar el tipo de barrio largo y deforme que ya es casi norma.

Ahora, aunque se quiera promocionar a la Presa de Hatillo como un lugar de proyección turística, desde Cotuí, acceder a ésta a través de esta calle no es lo más inspirador como para disfrutar el sitio. Eso ocasiona que el turismo de marras no va a desarrollarse por este lado, por más vistosa que la presa sea.

¿Y qué tiene que ver la democracia con esto? Muchísimo, por lo menos nuestra democracia. Para el común de nuestra gente vivir en democracia es hacer lo que uno se le venga en ganas. Y después de hecho, por más mal que haya quedado, hay que dejarlo así. Y es así como tenemos entonces un crecimiento de poblados a favor de un albedrío de caos total e infuncional, lógicamente.

Esta entrada hacia la zona de la Presa de Hatillo pudiera tener otro aspecto. Si el proyecto de la presa hubiera contemplado la alternativa de desarrollar el entorno con una motivación turística había que impedir a como diera lugar la ocupación de esta zona. Y no necesariamente «a como diera lugar», tan así como suena, simplemente que por disposición y proyección del área no debió permitirse lo que tenemos ahí hoy. Ni ahí ni en ningún otro lugar con proyecciones similares.

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