Una madre deportada y un hija abandonada

Una madre deportada y un hija abandonada

POR NINA BERNESTEIN, THE NEW YORK TIMES
En abril del año pasado, cuando su madre fue a la oficina federal de inmigración, en Manhattan, para completar cierta documentación, Virginia Feliz, de ocho años, se convirtió en parte de una tribu creciente de niños norteamericanos que han perdido a sus padres por deportación.

Su madre, Berly, de 47 años, quien emigró ilegalmente a Estados Unidos hace una década, acudió a la oficina de inmigración en una visita de rutina para renovar su autorización de trabajo. Pero debido a una vieja orden de deportación que había resurgido, rápidamente fue esposada y pocas horas después era puesta a bordo de una avión hacia su nativa Honduras, sin poder decirle adiós ni a su esposo ni a su pequeña hija.

“No soy feliz; estoy triste”, dijo Virginia, quien vive en un pequeño apartamento del Bronx. “No es justo que todo el mundo tenga a su madre excepto yo”. Se arrojó en un sofá cerca de su padre incapacitado, Carlos Féliz, un ciudadano norteamericano que nació en República Dominicana, mientras declaraba que detestaba su apellido por lo que significa.

Nadie lleva el registro de cuántos niños estadounidenses quedaron solos como resultado de la cifra récord de 186,000 personas expulsadas de Estados Unidos, o los otros 887,000 a los que se les pidió su “partida voluntaria”. Sin embargo, los expertos de inmigración dicen que hay cientos de miles de niños cada año que pierden uno de sus padres por deportación. En la medida que el debate sobre la política de inmigración se calienta, estas familias desechas están preocupando a las personas que están en ambos bandos, y están convirtiéndose en un reto para las escuelas y clínicas de salud mental en las comunidades de inmigrantes.

Funcionarios del Departamento de Seguridad Nacional dicen que ellos simplemente están haciendo cumplir las leyes aprobadas en 1996, que casi eliminaron el criterio de los funcionarios de inmigración para considerar los vínculos familiares antes de hacer valer una vieja orden de deportación.

“Hay millones de personas que se encuentran ilegalmente en EEUU, y es una desgracia que cuando son capturados, ver como se desbarata una familia”, dijo William Strassberger, un vocero de los servicios federales de inmigración. “Pero una persona tiene que responder por sus acciones”, agregó.

Funcionarios federales dicen que ellos le dan tiempo a los padres para que hagan algunos arreglos por sus hijos, y los remiten a una agencia de servicio social, caso de ser necesario. Muchos padres logran dejar a los niños nacidos en EEUU con parientes o amigos; otros, especialmente los que no tienen a nadie que se haga responsable de los niños, se los llevan cuando son deportados.

“La gente se refiere a esto como una situación de `la elección de Sofía´, dijo. “El padre es quien elige a donde va a ir el hijo”.

Como problema práctico, los arreglos de un niño que se queda pudieran ser apresurados, en el mejor de los casos, dijo Janet Sabel, quien dirige la unidad legal de inmigración de Legal Aid Society. A una madre a punto de ser deportada a Nicaragua el año pasado se le indicó que dejara sus cuatro hijos con su esposo, dijo la señorita Sobel. Pero el esposo era un adicto a las drogas y finalmente la madre persuadió al funcionario de inmigración para que le concediera unos días para hacer otros arreglos. Un sacerdote la remitió a Legal Aid, que reabrió el caso y detuvo la deportación.

“Esta historia tiene un final feliz”, dice la señorita Sabel, “pero el hecho es que tuvo mucha suerte en encontrar el camino para llegar a nosotros”.

En todos los informes, Virginia Féliz fue una niña de seis años feliz, antes de la expulsión de su madre. Dos meses más tarde, los médicos de Programa de Salud Mental de Niños y Adolescentes del Bronx-Lebanon Hospital Center encontraron que sufría de un gran desorden depresivo marcado por hiper-actividad, pesadillas, mojaba la cama, lloraba con frecuencia y peleaba en la escuela. Ahora, su historia médica muestra que toma antidepresivos y visita a un terapeuta, pero los problemas persisten.

En una carta al Departamento de Seguridad Nacional del año pasado, el doctor Víctor Sierra, el director de la clínica, no perdió tiempo para subrayar el problema: “Una madre ausente, una deportación secundaria”. Podrán pasar otros seis u ocho meses antes de que la Embajada de EEUU en Honduras al menos procese la solicitud de regreso de la madre, dicen los funcionarios.

En Brooklyn, casos similares preocupan a Birdette Gardiner-Parkinson, directora clínica del programa de Salud Mental para la Comunidad Caribeña, en el Centro Médico Judío Kingsbrook. En un caso, dijo, una niña de 12 años de último curso, académicamente bien dotada, empezó a faltar a clases, se mutilaba a sí misma y tenía pensamientos suicidas, después que su padre colombiano desapareció en medio de un proceso de desplazamiento. En otro caso, las pesadillas y las fallas docentes afectaron al menor de seis niños cuyo padre, un taxista con 20 años de residencia en EEUU, fue deportado a Nigeria seis horas después de que solicitara una entrevista para la tarjeta verde, al parecer por multas de tránsito sin pagar, dijo la señorita Gardiner-Parkinson.

“El impacto es devastador”, comenta. “Cuando los niños pierden a un miembro de la familia de esta forma, aunque pudieran tener una conversación telefónica con ellos, la separación física se siente como una muerte”.

La alteración de los hijos que se quedan solos en EEUU, reitera la de niños que se dejan en el lado sur de la frontera, dicen académicos de migración transnacional como Leah Schmalzbauer, una antropóloga social que recientemente realizó un proyecto de investigación de dos años con las familias divididas entre Honduras y EEUU.

Se espera que las cifras aumenten, añadió la señorita Schmalzbauer, quien es ahora profesora asistente de Sociología y Antropología en la Universidad Estatal de Montana. Las familias en los países pobres como Honduras ya no pueden arreglárselas sin las remeses que les envían de Estados Unidos, y las mujeres están empezando a reemplazar a los hombres como emigrantes primarios, y están llenando solicitudes en número creciente para trabajos de bajo costo, como atención a ancianos, trabajos domésticos y otros servicios.

“No hay protección para ese trabajo indocumentado”, añadió la señorita Schmalzbauer, “y a pesar de que hablamos de los valores familiares, tampoco hay protección para los hijos”, dijo. “La investigación revela que los impactos emocionales son enormes, ya sea si están separados de sus padres de este lado de la frontera o del otro”.

Los defensores de mayores restricciones a los inmigrantes, familias como las descritas, ilustran las penosas consecuencias de un pobre cumplimiento de la ley en el pasado, y señalan los peligros de los programas de trabajadores temporales invitados, como el propuesto por el presidente George W. Bush. “Una vez que se le permite a una persona quedarse en EEUU, se hace extremadamente difícil en nuestra sociedad lograr que se vaya”, dijo Steven Camarota, director de investigaciones del Centro de Estudios sobre Inmigración, de Washington. “¿Cómo se puede evitar que se enamoren, se casen y tengan hijos nacidos en EEUU?”.

Para los críticos de las leyes más duras adoptadas en 1996, los casos que hemos citado muestran que la ejecución sistemática desde el 11 de septiembre de 2001, está reforzando las contradicciones y la pérdida del poder de decisión.

“La piedra angular, el fundamento de la ley de inmigración es la unidad familiar”, dijo Jeffrey A. Feinbloom, un abogado de inmigración que ha estado trabajando por el regreso de la señora Féliz desde su deportación y que se ha decepcionado con las demoras en el proceso. “El interés del gobierno en sacarse de arriba a esta mujer palidece en comparación con su sufrimiento y el de su familia. Y esta niña es una ciudadana [de EEUU] y su esposo es un ciudadano norteamericano. ¿Qué hay con sus derechos?”.

En una entrevista telefónica desde Honduras, la señora Féliz admitió haber ingresado a EEUU ilegalmente, en 1994. Dijo que hizo el peligroso viaje a través de México porque ya no podía comprarse ropa, ni alimentos ni los enseres escolares de su hijo, que entonces tenía 13 años.

Al ser sorprendida unas horas después de cruzar la frontera, quedó en libertad bajo palabra y poco después y huyó a Nueva York Al no presentarse ante un tribunal de inmigración en Texas, fue condenada a ser deportada in absentia. Pero como la gran mayoría de esas órdenes, durante años no se hizo valer, y la señora Féliz consiguió trabajo, primero como una doméstica, y posteriormente en empleos de bajo salario en factorías.

Después de su matrimonio en 1996, cuando solicitó la tarjeta verde, los funcionarios federales de inmigración no solo le emitieron en varias ocasiones el permiso de trabajo, sino que le permitieron a su esposo, como ciudadano norteamericano y nuevo padrastro, acoger al hijo que la señora Féliz había dejado en Honduras.

Ahora ese hijo, César, tiene 24 años y es un residente permanente legal con su propio hijo estadounidense, mientras que su madre está de vuelta en donde empezó todo, sin trabajo y sin hijos.

“No tengo paz porque no estoy con mi hijita”, dijo en español antes de echarse a llorar. “No como ni duermo. No puedo estar sin ella. No tengo vida”.

La parte más dura, dijo, es que en las llamadas telefónicas, su hija le dice a veces: “No me llevaste; eres mala”.

“Eso no lo puedo soportar”, expresó.

En el Bronx, el señor Féliz, de 48 años, que quedó imposibilitado por una lesión en la espalda en un accidente de trabajo hace cuatro años, dijo que estaba luchando por mantener a Virginia sin los ingresos de su esposa, y que también está bajo tratamiento para la depresión. No tiene el valor de decirle a Virginia que su madre fue deportada, añadió. Al principio le dijo que su madre estaba atendiendo a un familiar enfermo en Honduras, una historia que su esposa le ha repetido en sus llamadas.

Esas mentiras son corrientes cuando los padres conmovidos intentan proteger a sus hijos de la realidad de la deportación, dicen los consultores. Pero el engaño solo puede incrementar la sensación de abandono, la irritación y la inseguridad, cuando los niños inquieren por los motivos por los que fueron abandonados.

Cuando un visitante comentó que era muy bonita, Virginia, una niña con ojos de venado y una piel bronceada, gritó indignada: “¡Yo soy fea!!”. Y repetía “¡Yo quiero ser blanca, blanca, blanca!”.

Y cuando se le preguntó por la partida de su mamá, dijo: “Yo estaba loca. ¿Cómo es que no me llevó?”

TRADUCCIÓN: IVÁN PÉREZ CARRIÓN

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