Una manada de poetas

Una manada de poetas

Los poetas son a menudo “ovejas negras”; también pueden ser “lobos solitarios”. Pero es un contrasentido biológico que exista una manada de poetas.

Ningún bosque social ha albergado nunca semejante agrupación de mamíferos. No es probable que veamos una Asociación Nacional de Poetas, Inc. Sin embargo, en cualquier “pub” de Londres pueden reunirse diez o doce muchachos que se sientan poetas, en potencia o en acto. Cuando un hombre se entristece sin causas identificables, no va donde el psiquiatra, sino al bar; y tal vez escriba un poema, que podría ser el último de su vida. A veces, un joven normal tiene ganas de llorar sin confrontar problemas económicos, familiares o de salud.

Muchos de estos jóvenes estudiantes que acuden a los “pubs”, entusiastas de la literatura y de la poesía, son “transeúntes” del verso. Unos pocos saldrán de la manada para convertirse -definitivamente- en “ovejas negras”. Practicar el arte de la poesía es realmente una anomalía, si bien una “anomalía regular”.

Cada cierto tiempo, en cada país, surgen algunos sujetos especiales dotados de unas antenas parabólicas, que perciben ronquidos de la naturaleza, palpitaciones del universo y voces que viajan en el tiempo. No están locos porque no toman en serio sus propias sensaciones y visiones. Pero gozan con ellas y las transmiten a los demás.

El poder de engendrar bellezas y mostrar verdades a través de las palabras, caracteriza el arte asombroso de los poetas. Todos los hombres pueden tener “acceso” a la poesía y disfrutarla; no todos pueden escribirla. Del mismo modo, podemos entender claramente que todos los hombres pueden cantar; pocos pueden hacerlo como el gran Luciano Pavarotti. Existen condiciones psico-fisiológicas sin las cuales un hombre no puede ser líder político, partero o abogado litigante.

Para ser poeta se requieren aparatos sensoriales de precisión.
Miguel Hernández, el poeta cabrero de Orihuela, abandonó los estudios para dedicarse al pastoreo. Murió a los 31 años. Condenado a muerte en 1940, durante la guerra civil española, falleció en prisión a causa de tuberculosis. Nos dejó: “El rayo que no cesa”, un maravilloso libro de poesía. Explicó a Neruda que él “ponía el oído en el vientre de las cabras dormidas para escuchar el ruido de la leche”.

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