Cuando la juventud aún calienta, perfuma e ilumina, cuando aún es capaz de realizar saltos de pértiga sobre las incertidumbres y las frustraciones que suelen “anemizar” los esfuerzos constructivos y esperanzadores, entonces podemos alentar ilusiones en cuanto a un posible progreso humano.
¿Un futuro mejor?
¿Por qué no?
¿No viene a ser tiempo de “hacernos humanos” y ocuparnos del prójimo, sea cercano o lejano?
Con tantos avances tecnológicos dirigidos a lo material, a lo vital y también a lo mortal, procede urgentemente la creación de un espacio en el cual puedan accionar las fuerzas de un nuevo concepto de juventud, liberada, hasta donde sea posible, de prejuicios largamente distorsionados.
Todos cometemos errores y no se trata de anularlos, sino de aprender de ellos para limitar su acción dañina.
Hay quienes pretenden que las bondades vienen con la madurez y que la insensatez es parte inevitable del complicado proceso de la adolescencia.
No es así.
Muchos procesos de maduración resultan ser, más bien, de podredumbre. A menudo los años acumulan negatividades, arideces de pérdidas, agruras que regurgitan una y otra vez en creciente acidulación. La sabiduría positiva y útil está en el metal noble de la intención limpia, en la confianza, en la seguridad de que la bondad genera bondad; la justicia, justicia, así como el esfuerzo noble se convierten en éxito y ascenso.
Me entusiasma la importancia, el ancho reconocimiento que este diario -entre otros- viene ofreciendo a los éxitos juveniles. Por ejemplo, La Esquina Joven y esas grandes fotos y titulares a todo color. No se trata de que para destacarse “al gran estilo” haya que ser un delincuente de cuello blanco o de cualquier color, con falda, pantalón, uniforme o lo que sea… hasta birrete frente a un crucifijo.
A veces escucho a uno que otro joven argumentar que su edad es para divertirse y “para hacerse”. Son los “ni, ni”. Ni estudian ni trabajan ni se esfuerzan por nada. En antiguas universidades europeas los estudiantes tenían un canto en el idioma universitario, que era el latín y decía: “Gaudeamus igitur, juvenes dumsumus” (alegrémonos pues, que somos jóvenes y después de la jocunda juventud vendrá la molesta vejez y nos poseerá la tierra). Johannes Brahms la utiliza en su maravillosa Obertura Académica.
Sí, la juventud debe ser alegre, pero activa en propósitos de crecimiento, y esto lo estamos viendo, con gran deleite en triunfantes rostros juveniles que demuestran inventiva, capacidad de trabajo, éxitos académicos, deportivos y humanitarios.
Hoy se agregan nuevas perspectivas en el mundo político.
Jóvenes diputados ya miembros del Congreso, libres del cansancio oculto, con los ojos puestos en novedades conductuales sanas, no solo en los jugosos ingresos y las hábiles manipulaciones, nos ilusionan. Como nos ilusiona el alcalde David Collado, empeñado en cambiar todo lo cambiable, un joven que nos trae la esperanza de una ciudad capital limpia, ordenada, obediente de las leyes.
Un funcionario que más allá de la política partidista se expresa -y confiemos que lo haga desde lo profundo de su convicción- diciendo que si fracasa no será el fracaso personal, sino algo peor.
El de una generación.