Yo quisiera en esta ocasión reflexionar un poco sobre la poca tolerancia que existe hoy en nuestras sociedades ante los errores ajenos. Estoy notando que la falta de tolerancia parece ser cada vez más común en el mundo, y lo peor es que los acontecimientos nos empujan en cada momento a la confrontación, a tener que elegir un bando, y por lo tanto, a estar más y más lejos de la tolerancia.
Pareciera que ignoráramos que una mente inteligente es altamente tolerante. Porque la intolerancia tiene su fundamento en el egoísmo, el orgullo y la inmadurez de las personas, ya que una persona intolerante defiende sus puntos de vista en su visión subjetiva de las cosas, no reconoce errores y frecuentemente ataca emocionalmente a quienes no están de acuerdo con su posición.
No puede ser tan difícil tener esa capacidad de pararnos frente a otro y aunque no estemos de acuerdo en ninguno de sus puntos de vista, poder verlo como válido, comprendiendo que su historia lo ha llevado hasta ese lugar, y que sus decisiones aunque distintas no son menos válidas.
De hecho como cristianos, debemos entender que todo lo que se opone a la Palabra de Dios o que de alguna manera se aparta de ella es un peligro para la propia causa de la verdad. Porque la pasividad frente al error conocido no es una opción para el cristiano, pero la intolerancia acérrima del error forma parte de la estructura misma de las Escrituras.
Y estamos hablando de seres humanos, no de dioses perfectos sin derecho a sufrir ni a equivocarse. No es de extrañar que el posmodernismo, que se enorgullece de ser tolerante con todas las visiones que compiten en el mundo, sea sin embargo hostil al cristianismo bíblico.
Con esto no quiere decir que la justicia no sea implacable. Claro que así debe ser, pero guardémonos nuestros adjetivos y nuestros juicios de valor elaborados por información recibida por medios de quinta categoría, sensacionalistas y que le dan a nuestros hijos contenido de ínfima calidad. Sería más positivo inclusive, hasta rezar por esas personas pidiendo la paz de sus corazones.
Nos hemos convertido en una sociedad de culpables e inocentes a rajatabla. Encima, estas categorizaciones son hechas por personas que son iguales al resto, con la misma vulnerabilidad a cometer alguna imprudencia que les puede costar la libertad o hasta la vida propia (o ajena). No estamos libres a que, a cualquiera de nosotros nos pueda ocurrir.
Es lamentable que la decadencia de nuestra sociedad confunda la tolerancia cero con la intolerancia, si no somos capaces de discernir entre la maleza y los verdes pastos ¿cómo sembraremos buenos frutos? Obviamos la diferencia está, en que la tolerancia no es aceptar todo del otro más sí aceptar el otro como un todo, en cambio, la permisividad es la renuncia a decidir entre lo que me es licito y lo que no me conviene. Es interesante ver, que por suerte o por desgracia para el hombre, la diferencia entre tolerancia y permisividad está en las intenciones que pone en valorar los actos ajenos o propios con más o menos condescendencia.
Sí, vivimos en una sociedad que justifica el ser intolerante desde convicciones de estar en lo correcto y con la verdad, despreciando la de otros; pero podemos tomar la decisión de cambiar eso, porque el cambio que estamos esperando realmente llega después de traspasar la barrera donde incluimos el resto de las visiones del mundo, no donde las seguimos separando. Y así, la práctica de la tolerancia se volvería fundamental, desde el aprender a dejar de temerle a lo distinto y lo desconocido, porque ahí está el primer paso.
Debemos ser sabios y aprender de la experiencia ajena.