FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
En la ciudad toscana de Siena existen unos famosos frescos titulados «Los efectos del buen gobierno y del mal gobierno en la ciudad y en el campo». Los pintó Ambrogio Lorenzetti entre 1337 y 1339. Ocupan grandes espacios en las paredes del Palazzo Pubblico de Siena, específicamente en la llamada Sala de la Paz, que fue sede del «gobierno de los nueve» en la baja Edad Media.
Estos frescos de temas políticos, completamente profanos, están compuestos por la «Alegoría del buen gobierno»: una composición en la que aparece un anciano rey vestido de blanco y negro los colores de la bandera sienesa , acompañado de figuras que representan la justicia, la templanza, la magnanimidad, la prudencia, la fortaleza y la paz. Todo ello coronado por la fe, la esperanza y la caridad único toque teológico de un fresco colocado en el Palacio Público de una ciudad gobernada en el siglo XI por los Obispos-condes, esto es, por un régimen clerical. «Efectos del buen gobierno en la ciudad» expone una visión de cómo prosperan las actividades pacificas de comerciantes y vendedores, los hermosos desfiles, danzas y cabalgatas de las clases encumbradas, la alegría de los agricultores fuera de las murallas en medio de las plantaciones de uvas y olivos. El mensaje simbólico de los frescos culmina en «Alegoría y efectos del mal gobierno». El deterioro económico del mal gobierno ha llegado hasta el propio fresco, pues se ha dañado mucho con el paso del tiempo. Una alegoría no prevista por Ambrogio Lorenzetti.
Al comienzo de la Edad Moderna los príncipes educados creían en la posibilidad de alcanzar «el buen gobierno». El arte de gobernar es tema constante durante el Renacimiento. La esperanza de gobernar con rigor, eficacia y justicia, llega hasta la época contemporánea. El «buen gobierno» pretende mantener el orden y, al mismo tiempo, garantizar las libertades publicas y promover la prosperidad. Se trata de una mesa de tres patas: orden, libertad, bienestar. Un solo movimiento torpe, cualquier brusquedad innecesaria, bastan para que la mesa se vuelque y ruede por el suelo todo lo que se coloca sobre ella: dinero, trabajo, esperanzas, paz pública.
Los dominicanos de hoy no creen que sea posible alguna vez disfrutar de buen gobierno. Un gran gobernante no es cosa que aparezca a cada momento. A lo largo de la historia es evidente su escasez. Y esa «rareza» fomenta el escepticismo de amplios grupos sociales, en la República Dominicana y en muchos otros países. En las democracias los gobernantes han de salir de los partidos que concurren a las elecciones. Los dirigentes de los partidos, por regla general, son burócratas oportunistas, maliciosos, intrigantes y rapaces. Los partidos políticos a la manera hispanoamericana actual son poderes desordenadores de la economía y del orden jurídico. Hoy en día atraviesan por una crisis de credibilidad. La presente situación en Venezuela se debe, primariamente, a la disolución del crédito de los partidos tradicionales. Cuando los partidos fracasan aparecen demagogos, sean empresarios o militares, que proponen arreglar las cosas de un plumazo o un batacazo, con tres tiros o con un «megaproyecto de desarrollo internacional». Todo ello con la pretensión de que opere mágicamente, «en un dos por tres». Al final, la frustración y el desengaño es mayor que antes. «El mal gobierno» reaparece, con boca desdentada, blandiendo un garrote.
Esto viene a cuento ante la eterna discusión de nuestros periodistas de si Balaguer fue el peor gobernante dominicano, el más refinado marrullero de la historia republicana. Contra este punto de vista y contra los que prefieren el orden impuesto por un tiranazo como Trujillo, diré que Balaguer me parece una figura muy por encima de los que le han sucedido en el ejercicio del poder. Balaguer era más inteligente, más trabajador y mejor informado que los demás políticos que fueron sus adversarios. También elaboraba y acariciaba propósitos, se auto imponía tareas y llevaba a cabo proyectos que nadie quería, que solo estaban en su cabeza, en los entresijos de su voluntad. Balaguer hizo la Plaza de la Cultura. Sobre la casa de Trujillo edificó la Biblioteca Nacional; los museos: de Arte Moderno, de Historia Natural, de Historia y Geografía, el Teatro Nacional. Estas obras no se habían hecho antes, ni se construyeron mejores después. El Jardín Botánico, el Zoológico, el Acuario son otras tantas obras publicas realizadas por Balaguer. No hablemos de avenidas y presas y canales y parques. La Plaza de la Salud es una institución hija de la voluntad de Balaguer. Los usuarios de dichas obras pueden olvidar al gobernante que las dispuso y recibir los beneficios derivados de que existan. Muchos críticos de Balaguer son tan tramposos como él pero no tienen la voluntad de trabajo necesaria para construir una presa o el Faro a Colon; ni lo más practico ni lo más simbólico.