Una mirada a ciertos periodistas

Una mirada a ciertos periodistas

ELOY ALBERTO TEJERA
Están ahí. Obsérvelos, son algunos periodistas, moviéndose a sus oscuras anchas, como esos millares de microbios cuando quieren asaltar cuerpos sanos o aterrizar en cuerpos enfermos. Si usted tiene buena vista los puede otear: están en las ruedas de prensa los mansos (amansados por el poder) y cimarrones (amarronados y manchados por las dádivas).

Es interesante el variopinto estudio que se puede hacer de ellos. Observo sus rostros de asombro cuando ven a un alto funcionario, pueden hasta temblar de emoción cuando están al lado del Presidente. Viven su mayor momento de gloria cuando han podido hacerle una pregunta al «primer mandatario», o cuando escuchan que algún triste y opulento funcionario los ha llamado por su nombre. Es el periodista que no puede ocultar su satisfacción cuando aquel funcionario maliciosamente le pone la mano en el hombro y le dice que pase por su oficina.

Los que han llegado recientemente al oficio o al medio donde prestan sus «servicios» se les puede ver sudorosos o que el traje les queda grande. Lucen tan famélicos físicamente, pero no menos de los que están intelectualmente. A los más veteranos se les ve el brillo, la arrogancia, se les ve que ya han probado las mieles del poder o que han disfrutado de estar en alguna nómina por ser afines al poder de turno que masacra las arcas del Estado. Tienen un extraño orgullo: nunca leer ni interesarle. Los más arrojados escriben libros de colecciones artículos super mediocres. Así se equiparan y pasan por escritores.

Ambos, el periodista neófito y el veterano, han aprendido a hacer la pregunta correcta. Nunca nada que incomode. Preguntan no para indagar, sino generalmente para que el funcionario se explaye. Si hacen una pregunta que usted considera osada, no se asombre, se la ha hecho por encargo.

Para fines de banca y de pool dan lo mismo. En espíritu sanos causan el mismo desprecio, una singular repulsa natural. La presencia del idiotismo que destilan es insoportable. ¿Qué leen? Ah se burlan de esos que quieren formarse. Y les llaman despectivamente «poetas». Quien se desplaza más allá de la chatura recibe de ellos el odio y la inquina. Como todo mediocre, este tipo de periodista, de inmediato, se agremia. Llámese CDP, SNPP o cualquier otra sigla. O mejor dicho, se apandilla. Yo he sufrido esa vergüenza ajena, ya en extinción, cuando los veo padecer desmayos ante la  ostensidad del poder. Sueñan menos con la palabra que con le jeepeta. Los he visto empujar a personas y hasta dejar conversaciones a medio talle por correr a saludar a tal o cual funcionario. Nada más patético que contemplarlos. A mí particularmente me gusta verlos en el despelote. Alguna vez yo he estado. Me salva quizá que he tenido esa oscura conciencia de reconocerme. Me gusta ver cómo se acercan micrófono en mano, grabadora lista para recoger la última babosidad o estolidez del funcionario, como si fuera una sentencia de Gracián o uno de los aforismos geniales de Gala o Porshia.

Es este tipo de periodista dominicano un reflejo de lo que ha sido la sociedad. Es muy astuto cuando quiere congraciarse con el poder, con el partido que está de turno y es magistral sólo para la contumelia. Es especialmente virulento cuando quien está no le da la viruta o la ración de la boa. Entonces desde su columna periodística lanza llamas, adoctrina, moraliza. Su espacio en la cuartilla y en el periódico es un bazar donde vende informaciones al mejor postor. No saca tiempo para leer un libro. Sin embargo es el más habilidoso de su grupo. A través del tiempo se ha ganado fama de inescrupuloso, y todos conocen los juegos que ha hecho para llegar dónde está. Sin embargo nadie es más dado a dar cátedras de moralidad en los  espacios de opinión pública donde babea. Dice que nunca ha recibido un cheque. Conozco el caso de uno que roe y que un ex funcionario le mandó la copia de la nómina donde estaba. Están ahí los periodistas, conozca esa fauna, mi fauna. Oh qué lástima. Suenan de lo más graciosos y ridículos cuando pronuncian la palabra «colega». Ah, ¿cómo se distinguen estos especímenes?, te diré amigo lector: el traje por más que se lo pongan siempre les queda mal, y la palabra escrita o hablada les queda perpetuamente grande.

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