Una mirada a la poesía dominicana en el tiempo

Una mirada a la poesía dominicana en el tiempo

De los albores a la ciudad letrada trujillista

La crítica literaria ha coincidido en el predominio de modelos neoclásicos en la poesía dominicana del siglo XIX, cosa que muchas veces se le da por causa el aislamiento del país. Aunque no se pone en evidencia las razones sociales que hay dentro de este aserto. La primera ciudad letrada de criollos se vio empujada a abandonar el país con motivo de la cesión a Francia en 1795, lo mismo le pasó a la segunda en 1801, 1805 y 1822 producto de las invasiones haitiana y la ocupación del país, con el consiguiente cierre de la Universidad.

Se debe agregar a eso el estado de pobreza y abandono en el que se encontraba la primera colonia de España en América, lo que se traducía en la ausencia de una economía que trasladara al suelo dominicano los elementos que la civilización europea difundía en el mundo como sentido de la modernidad. El Santo Domingo español solo tuvo cierto desarrollo como centro de abastecimiento de productos para la colonia francesa del lado oeste y, cuando esa había permitido que la clase acumulara ciertas riquezas, produjo una fuerza expansiva que llevó a los criollos a Venezuela, Cuba y Puerto Rico. Es significativa la presencia de esa oligarquía económica a través de sus hijos como Rafael María Baralt, historiador venezolano de origen dominicano, (“Resumen de la Historia de Venezuela”, 1840); Domingo del Monte (“Centón Epistolario de Domingo del Monte”), en Cuba; José María Heredia, el cantor del Niágara; Esteban Pichardo y Tapia, geógrafo, novelista y lingüista (“El Fatalista”, 1866, “Itinerario general de los caminos principales de la Isla de Cuba”, 1828); y, desde luego, los Angulo Guridi.

El primer escritor de la hornada liberal que se formó en la Universidad de La Habana fue Alejandro Angulo Guridi, quien ya en 1843 escribía el prólogo de un libro de poesía de Francisco Javier Blaché y Palma, poeta cubano muerto a destiempo (“Margaritas” 1846), con éste publicó la novela de costumbres “La venganza de un hijo”. El prólogo a un conjunto de poemas variopintos muestra la entrada del romanticismo, pero esa poesía era ya publicada en Barcelona por los jóvenes del “Aguinaldo puertorriqueño” (1843). Las familias acomodadas de Puerto Rico habían enviado a sus hijos a estudiar medicina a Barcelona, Madrid y Santiago de Compostela. La de Santo Domingo se encontraba inmersa en la lucha contra la ocupación y las guerras contra Haití. Es significativo que esas guerras pudieron actuar como un freno al desarrollo económico y literario, más allá que el inmovilismo social de la sociedad hatera.

Toda la poesía dominicana desde 1844 cuando comienza el periodo republicano fue una poesía romántica con elementos neoclásicos. La primera antología de poesía apareció en 1874 con la publicación de “La lira de Quisqueya” de José Castellanos. El conjunto poemático tiene la presencia de algunos poetas de relevancia como José Joaquín Pérez y Salomé Ureña Díaz.

Al terminar el siglo XIX, Gastón Fernando Deligne y Fabio Fiallo (Canciones de la tarde, 1920) representaban el final y el comienzo de dos estéticas, la del romanticismo neoclásico la del modernismo romántico. El primero rechaza al Modernismo de Darío, que conoció desde un inicio porque entendía que era una versión latinoamericana del parnasianismo, poetas estos que podía leer en su lengua original (“Ars nova scribendi”, 1897, Baesa Flores, 1976, 49). Del segundo, dice Balaguer que tiene influencia del romanticismo español y alemán a través de Bécquer y Heine (Balaguer, 1945). Sin embargo, los aires de modernidad que llegan con el nuevo siglo sacarán a la República Dominicana de esa recesión estética y la impulsarán a buscar los nuevos aires del tiempo presente. Con el modernismo, autores como el novelista Cestero, y los poetas Fiallo y Ricardo Pérez Alfonseca (“Finis patria”, 1914 y “Oda a un yo”), amigos y contertulios de Rubén Darío, la sociedad letrada dominicana tiene asiento en los cafés de París. Mientras que Osvaldo Bazil (“Rosales en flor”, 1901) publicó en Barcelona la antología de la poesía dominicana “El Parnaso dominicano”, 1915.

Al cruzar el siglo XX, la estética modernista se cuestiona como una ruptura con la forma y la representación del poema. Las discusiones sobre la métrica y el verso libre ocupan la atención de Pedro Henríquez Ureña y Joaquín Balaguer. Para 1912 aparece, según Manuel Rueda y Lupo Hernández Rueda, (“Antología panorámica de la poesía dominicana contemporánea”, 1972) los primeros aires del vanguardismo con la poesía de Vigil Díaz, más tarde el poeta Federico Bermúdez comienza a despojarse del instrumental poético del modernismo y atiza formas del posmodernismo poético. Mientras Fabio Fiallo continuaba siendo el poeta romántico más importante. Por esta razón, postulo que, en las tres primeras décadas del siglo XX, coexistieron en la poesía dominicana el modernismo, el posmodernismo y el movimiento del llamado arte nuevo. A veces no como movimientos de ruptura, sino como de desplazamientos.

La poesía dominicana de los años veinte, además de tener el impulso y las contradicciones de las vanguardias europeas, estaba mirando hacia las grandes capitales de la cultura latinoamericana, no solo como poética, sino como política del poema. El movimiento posmodernista y el vanguardista de Domingo Moreno Jimenes y Andrés Avelino (“Manifiesto postumista”, 1921) estuvieron influidos por el poeta Almafuerte y por la crítica de Manuel Ugarte [Ugarte, Manuel. Latinoamericanista, dirigente socialista y crítico literario argentino. Difundió la literatura joven de América en “La joven literatura hispanoamericana: Antología de prosistas y poetas”, 1906, donde integra textos de Fabio Fiallo y Américo Lugo]. Su peregrinar por América lo llevaron Cuba, República Dominicana y Puerto Rico, donde se solidarizó con la lucha del Partido Nacionalista de Pedro Albizu Campos. En cuanto a la política del poema, el Movimiento Postumismo, que fuera vanguardismo y antivanguardismo a la vez, tiene este último filón por buscar una expresión propia y autónoma que, orientada por el modernismo de José Santos Chocano y las ideas del primer Víctor Raúl Haya de la Torre, quedó imbuido de un latinoamericanismo que aspiraba a encontrar una expresión continental. (Dice Baeza Flores que a pesar de haberse extendido a Puerto Rico, El Postumismo se quedó muy aislado de América, Baeza, 1976, 51).

En la década que se inicia en 1930, la poesía dominicana había unido a ese vanguardismo en que aún asomaba la escuela modernista a la construcción de la poesía social, con la poesía de Pedro Mir y Héctor Incháustegui Cabral. Ese mirar la tierra y sus problemas sociales, tan fuerte en la narrativa del realismo social, tiene en estos dos poetas poemas cimeros que, si no son los únicos, podemos decir que se encontraban entre los primeros poetas sociales vanguardistas de toda América Latina. El reconocimiento vendría más tarde, en el caso de Pedro Mir (“Poema del llanto trigueño” (1937), y el de Héctor Incháustegui (“Poemas de una sola angustia”, 1940) nunca llegó, pues lo que pudo haber sido este poeta dentro de las letras latinoamericanas se lo tragó el efecto Trujillo en la literatura dominicana. Luego a estos vates, el canon suma a Manuel del Cabral (“Doce poemas negros”, 1935) y Tomás Hernández Franco, (“Canciones del litoral alegre, 1936”).

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