POR MU-KIEN ADRIANA SANG
Nací un año en que la Oveja del 1955 iba por la mitad de su trayecto, un día 8 de septiembre, en el corazón de Virgo, el mismo día en que nació mi hermano Ping Jan cuatro años antes. Soy oveja y virgo, expresiones simbólicas del horóscopo oriental y del occidental. Esa mezcla de oveja y virgo evidencia la composición de mi doble y complementaria identidad.
Soy un ser humano a quien el destino dio la oportunidad de haber nacido, formando parte de dos grupos excluidos y marginados. Con orgullo digo y afirmo que soy mujer y lucho por la igualdad de oportunidades. Tuve además el privilegio de ser bautizada con dos nombres que reflejan fielmente los dobles senderos que formaron mi origen. Tengo un rostro con rasgos indiscutiblemente asiáticos; sin embargo, mi patria chica amada es Santiago de los Caballeros. En esa ciudad norteña, corazón del tabaco, de la industria naciente, de la oligarquía que subía y bajaba presidentes, nací, y desde ahí asumí a la República Dominicana como la tierra de mi pertenencia y de mi identidad. Correteando por las calles de esa ciudad norteña, aprendí a amar esta tierra, nací dominicana, sentí como dominicana y tomé conciencia de que formando parte de Las Antillas Mayores, también era caribeña.
Nací hace 50 años. Medio siglo es mucho tiempo si se habla de la espera, del que sueña, del que lucha, del que sufre. Medio siglo es poco tiempo si se ama la vida y se quiere que los días fueran eternos. Ya no tengo las mismas ilusiones de los 20 años. Ya no tengo que soñar sobre lo que será mi vida. El príncipe encantado que vendría a rescatarme para vivir el amor y la pasión sin límites y la felicidad completa, aprendí con lágrimas y desilusiones que no existe. Soñaba con devorar el conocimiento para aprenderlo todo. Después de mucho esforzarme, aprendí a fuerza de tropiezos, que nadie es capaz de dominarlo todo, y que la sabiduría es superior al conocimiento. Si somos sabios, aprendemos para la vida. Si sólo buscamos la racionalidad, acumulamos información, cual enciclopedia andante, pero no podemos adecuarlos para vivir mejor.
Ya soy mujer de 50 años. Mi cuerpo se resiste, a pesar de los esfuerzos y las restricciones a ser el de antes. Mi espalda se ha ensanchado, mis caderas, mi vientre y mi cintura también. Mi pelo dejó de ser negro para cubrirse de plata. Me siento con fuerzas y energías para seguir batallando por esta vida, pero cuando me miro al espejo, las fisuras que acompañan mi sonrisa, las pequeñas arrugas que se posaron en mis ojos, las manchas sin explicaciones que han aparecido en mi piel, los pliegues que han empezado a aparecer en mis manos me doy cuenta que el tiempo ha pasado y que debo asumirme y aceptarme como la mujer que soy hoy. ¿Por qué negarnos a reconocer que hemos vivido, si la vida es un regalo? ¿Por qué empeñarse en ocultar los años, cuando a todas luces las experiencias y la apariencia te delatan? ¿Por qué negar que nuestro cuerpo se haya transformado? ¿Por qué vivir en el eterno ahogo de mentir?
Ya cumplí 50 años. Un momento para detenerse en el camino y descansar por un momento. Mirar hacia atrás sin remordimientos ni temores, sin frustraciones por lo que no pude hacer, sin culpabilidad por mis ilusiones no realizadas, sin heridas por las cosas que me hicieron llorar. Evaluar, mirar, analizar y recordar, para recoger sólo los recuerdos que me servirán en mi nuevo caminar. Aligerar la carga que llevaré en el nuevo camino, echando en la cesta los recuerdos de los que he amado y ya no están, las experiencias que me fortalecieron y las ilusiones que aún a mis 50 pude retener.
Ya cumplí 50 años. Un momento para detenerse y proseguir. Caminar hacia el futuro con ilusiones renovadas y con la alegría de haber vivido. Seguir mi camino junto a Rafael y los míos, la mejor de todas las compañías.
Ya he vivido más de lo que me falta por vivir. Y debo dar gracias por ese regalo. Por haber visto tantos amaneceres, por haber sido testigo de muchas lluvias y tormentas, por haber recibido la bendición de días completos de sol ardiente, por el sudor del trabajo, por las angustias y las alegrías.
Soy y seré una eterna oveja, que agradece el trabajo y la compañía del rebaño. Soy y seré la mujer virgo, empecinada en el orden y la disciplina, en la planificación, pero la virgo loca que sabe reír, gritar y gemir. Tengo 50 años y doy gracias por el regalo de haberlos cumplido.