Una nación de borregos

Una nación de borregos

Casi todos los jóvenes de mi generación tuvieron en sus manos y leyeron con interés “Una Nación de Borregos” de William J. Lederer, co- autor del “El Americano feo”, llevado a la pantalla, aquel prologado por la notable escritora Pearl S. Buck que recomienda “a todo norteamericano leerlo sin temor, tan pronto se publique, porque cada frase destila verdad, ya que en él hay tanto miedo como esperanza.”

El autor de este libro, testigo presencial como oficial de la Armada Norteamericana interventora narra lo vivido en los diversos países de Asia y el Oriente Extremo destacando, de manera principalísima, la incapacidad y miopía de gobernantes de su país para comprender la realidad de esos pueblos – y de otras latitudes, incluyendo América Latina y el Caribe- y la ignorancia y desinformación en que han sumido a sus propios conciudadanos, adormecidos y apáticos, como una nación de borregos, que no lee, cree todo lo que le dicen las fuentes interesadas y se contentan con el chirrido de los titulares sin abordar los temas de importancia.

El pueblo dominicano vivió en las tinieblas. Tras más de 30 años de férrea dictadura, pudo alguna vez considerarse “una nación de borregos.”

Sin derecho a conocer la verdad y mucho menos a difundir y protestar por los hechos oprobiosos que le sojuzgaban y conformaban su vida, soportó estoicamente y hasta gozoso “la Paz de Trujillo” hasta el día que asomaron las primeras briznas de libertad un 30 de mayo, luego que las montañas y costas de Constanza, Maimón y Estero Hondo se estremecieron y regaran con el martirologio de sus héroes la semilla libertaria del 14 de junio.

Pero aquellos sueños redentores de una vida digna, plena de libertades y de justicia, pronto languidecieron.

Un fatídico golpe de Estado pareció sellar su suerte que no detuvo el estallido armado de Abril Eterno, brutalmente aplastado por la fuerza bruta y las mentiras del Imperio que todavía predomina, más allá de la verdad oculta del 11-S, en una nación que no termina de liberarse del miedo y servir de ejemplo para el mundo.

Nuestro pueblo diezmado, pero no vencido por la pobreza, la corrupción extendida por doquier, la impunidad que le acompaña junto al crimen y el desorden institucional organizado, ha llegado al límite extremo de paciencia y tolerancia, de silente complicidad con los poderes públicos y fácticos que santiguan tales males que no pueden ocultarse, denunciados diariamente por los programas y medios de prensa, las redes sociales y las protestas desafiantes de la fuerza represiva que despiertan la conciencia cívica de un pueblo que quiere vivir en verdadera democracia, amparado por un Estado Social de Derecho, donde impere la ley y el orden, la razón, la equidad y la justicia, no las mentiras y trapisondas de quienes han hecho costumbre su forma de vida, abusando de sus poderes, acumulando riquezas mal habidas.

El pueblo dominicano alberga esperanzas y no ha de renunciar al derecho que le asiste de vivir en auténtica democracia, lejos de temores, en dignidad y bienestar. No. Aunque algunos así lo piensen no somos una nación de borregos.

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