Una nación de borregos

Una nación de borregos

Durante la parte más caliente de la guerra fría, entre el comunismo de la Unión Soviética y el capitalismo de Occidente, surgió una abundante literatura de denuncias y de confrontación en la que predominaba la de los autores izquierdistas, que influenciados por la novedad del marxismo arrollador después de la II Guerra Mundial, atacaban con todos los argumentos a la sociedad occidental, en especial a la norteamericana y la europea capitalista.

Esas décadas, desde 1950 hasta 1980, estuvieron repletas de obras de literatura de todo tipo, en que la forma de vida del capitalismo occidental era apabullada y descreditada, buscando un giro de la sociedad hacia lo que pregonaba el falso paraíso marxista de las libertades, del cual no renegaba la clase intelectual, que prefería vivir en las capitales occidentales en libertad y no sumergirse en las oscuridades de las capitales bajo los regímenes comunistas.

Fueron décadas de confrontación ideológica, que en algunos casos llevó a enfrentamientos sangrientos, dejando a muchos países devastados y más pobres con una clase intelectual frustrada, y en algunos casos, añorando sus pasiones marxistas ya disminuidas y al borde de su disolución, el cual llegó en 1989, se produjo el derrumbe del mundo comunista con la destrucción del muro de Berlín y la Unión Soviética se disgregaba en múltiples nacionalidades, que habían estado atadas por las consignas marxistas.

El siglo XX concluyó con un sistema e ideología en desbandada, en donde la influencia decisiva del recordado Papa Juan Pablo II motorizó la acción de devolverle la libertad a los pueblos de Europa Oriental, pero desafortunadamente no se pudo escapar del capitalismo salvaje y del fundamentalismo medioambientalista, al que este último se adhirieron, con pasión activa y militante, los antiguos marxistas, que abandonando su color rojo lo transformaron en verde para ser los abanderados de la causa que ganaba adeptos por todo el mundo para la protección del medio ambiente, degradado por el desarrollo capitalista.

Y encontraron un nicho adecuado y prometedor para las denuncias y propagandas por la preocupación mundial ante la tendencia de ver cómo el efecto invernadero afectaba a muchas naciones, en especial a sus capitales superpobladas. La moda era apoyar los movimientos verdes de protección del medio ambiente y se emprendían en muchos casos acciones militantes, enfrentando al nuevo monstruo capitalista de la destrucción de la humanidad.

Y de repente, en el país se ha revivido la cultura de que la opinión pública se deja narigonear por los sectores de izquierda para defender causas justas, pero llevadas a extremos de una confrontación, y casi de una rebelión social, en donde aparecen los hechos comunes que le dieron razón a muchos autores de hablar de la Nación de Borregos de Michael Lederer, de muchedumbres adocenadas y domesticadas, fieles seguidoras de consignas populares para perjudicar a largo plazo los intereses generales de la nación.

Y como el país siempre va a contramarcha de la historia social, resurgen ahora en el siglo XXI esos eslogans de los 60 cuando la izquierda triunfante, precedida por lo ocurrido en Cuba en 1959, arrastraba a millones de gentes soñando con su revolución, pero todo se vino abajo con el derrumbe comunista, dejando entonces el reducto de la defensa ecológica del medio ambiente, donde se fueron a refugiar casi todos los cerebros pensantes del comunismo y el país no podía ser la excepción.

En el reducto ecológico, muy bien aprovechado por las izquierdas, aquí han tenido algunos triunfos, aun cuando sus estrategias se han desbordado más allá de lo prudente, al creerse que hasta podrían tumbar al gobierno y pretendieron estirar la soga hasta que se rompió, como ha sido el caso de Loma Miranda, muy mal asumido por una parte del clero católico cibaeño, pero peor asimilado por los sabrosos legisladores peledeístas, que en menos de cinco días, después de su eufórica aprobación de la ley del parque, dieron marcha atrás para acoger lo que, juiciosamente y de manera correcta, hiciera el presidente Medina al devolver observada al Congreso, vía el Senado, esa caducada ley de marras.

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