Cada día nos trae desagradables acontecimientos del conglomerado humano que componen la nación dominicana, que ocasionan vergüenza y angustias en los estamentos que todavía conservan la dignidad que se les inculcó desde el seno familiar, apegadas a la tradición de conservar y transmitir los valores que hacen grandes las sociedades.
La segunda parte del siglo XX marcó el inicio del derrumbe moral del país, que apegado a sus tradicionales costumbres, se mantenía apartado de las corrientes que ya compartían otras sociedades con la relajación de las normas de la conducta y surgimiento de las actitudes liberales, que ahora en el siglo XXI ya invadieron al país y vive una etapa de aceleramiento por la modernidad de las comunicaciones con el contacto permanente con todos los países de la Tierra.
No es de extrañar que los casos más sonados de corrupción, brotan como la verdolaga, y no hay día que el rumor público o las noticias no dan cuenta de alguna travesura que estremecen por corto tiempo al país, pero se olvida cuando otro de mayor magnitud reemplaza al anterior por ser de mayor gravedad, y el caso es de mayor envergadura por el monto envuelto en el asalto de los recursos del Estado.
Y no causó tanta extrañeza la forma tan olímpica de cómo algunos de los oficiales del DICAN, órgano represivo policial para combatir el micro tráfico de drogas en las calles, barrios y esquinas de las ciudades, disponían a su libre albedrío de la droga incautada y ésta se volatizaba y se convertía en pingües beneficios para los agentes involucrados en esas actividades delincuenciales.
El escándalo del mes retrata de cuerpo entero a casi todos los miembros de una institución, maleada desde sus orígenes, que ahora ya no son los simples requerimientos de las patrullas de los cien pesos para comer o beber, sino que la magnitud de las exigencias van desde la protección personal hasta el pago de mensualidades para cubrir complicidades, y hasta los casos de sicariato nunca bien investigados, y que sin duda involucraron a miembros activos de la uniformada, que cumplían los pedidos de quienes querían eliminar sus rivales y se les contrataban sus servicios especiales por su conocimiento en el manejo de las armas de fuego, y además, por sus humildes orígenes en los barrios marginados, eran y son reclutados sin ninguna formación moral ni tradición familiar.
Una vez más la policía está en la mira de la opinión pública y ésta es poco lo que espera de rectificaciones contundentes por la experiencia con los casos del pasado, que aun cuando se anuncian cancelaciones de las filas policiales o traslados de dotaciones como el caso de San Cristóbal o el de Hato Mayor, uno nunca sabe si tales sentencias se cumplen, o a veces se les saca de la circulación visible para disfrutar de lo que consiguieron en base a aportar un arma de fuego, extorsionar, o tener relaciones muy influyentes, para llevar a cabo una variedad de actividades delictivas como el trasiego de las drogas del DICAN.
La sociedad dominicana, por culpa de sus políticos y autoridades muy permisivas y condescendientes, por ser parte de la cadena de los amigos de los políticos, está sumergida, junto con ellos, en un estercolero de olores nauseabundos y así se nos considera en el exterior, cuando la mala fama nos precede por la conducta de los irresponsables y ser descuidados hasta en los productos que se exportan, que a veces no cumplen las exigencias de los compradores extranjeros y mucho menos con los clientes locales. Así se confirma la percepción de ser irresponsables en muchas actividades de que el dominicano está maleado.
Ahí está la mala experiencia de las mujeres dominicanas cuando viajan solas a España, que son objeto en la inmigración española de una serie de incomodidades, registros indecorosos y agresiones verbales que sufren por existir la creencia en ese país de que todas las dominicanas, viajando sin acompañantes, son prostitutas.
Por el mal comportamiento de los sectores maleados de las esferas oficiales, los dominicanos pagamos justos por pecadores, cuando hay tantos sectores empeñados en hacer de este país un modelo de desarrollo y de transparencia, lo cual no se logra por tantas incrustaciones humanas llenas de vicios y mala fe en el cuerpo moral de la nación.