Condenada al fracaso se perfila ya la movilización hacia Haití de tropas débiles, insuficientes y escasamente auspiciadas desde Estados de supremacía y poder que tan resueltamente vuelcan medios bélicos hacia una de las partes de una guerra lejana. El derrumbe de la gobernabilidad de un país en pleno corazón de América amerita una acción militar contundente que llegue a la raíz de los éxodos que dispersan a la vecina nación subyugada con asesinatos y despojos a punta de cañones en manos sediciosas. La Organización de las Naciones Unidas, creada para la defensa de intereses comunes y de la seguridad internacional en nombre de la humanidad, está en dramático déficit de logros frente a una crisis de convivencia y violación masiva de los derechos de un pueblo que pertenece a la comunidad de Estados independientes que la ONU congrega. Presionada por la falta de respaldos materiales y morales desde grandes centros de poder, el órgano multilateral delegó frustratoriamente las acciones de pacificación y protección humanitaria en ejércitos menores sin experiencia, recursos ni dominio técnico para tan ingentes tareas.
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Dueña de una apropiada logística castrense y con un historial de actuaciones de envergadura en diferentes escenarios del mundo a los que ha acudido a combatir caos y fratricidios, la ONU y las potencias que hacen posible su existencia siguen sin dar un verdadero paso al frente hacia una anarquía antillana, omisiones que delatan inequidad ante pueblos de todas las razas y condición social.