Una noche en el Bolshoi

Una noche en el Bolshoi

DIÓGENES VALDEZ
Muy cerca del Kremlin y de la Plaza Roja (Krasnaia Plodtschad), se encuentra una plaza pequeña, con cierto aire de intimidad, se llama Sverdlosk. Imagino que los enamorados prefieren este lugar de dimensiones modestas para sus citas, y quien sabe si para darse un beso, porque Sverdlosk es en verdad romántica, ideal para sentarse en uno de sus bancos y conversar largo rato sobre asuntos diversos.Si se la compara con Krasnaia Plodtschad, la de Sverdlosk podría pasar por un lugar común y corriente, uno de los tantos y hermosos lugares de esparcimiento que hay en la capital rusa, mas no así para un moscovita o para cualquier visitante interesado en las manifestaciones artísticas de ese gran país, porque frente ella se encuentra uno de los más famosos y antiguos teatros del mundo: el Bolshoi.

La palabra “Bolshoi” quiere decir “grande”. Del mismo modo “Krasnaia” puede traducirse indistintamente como “bella” o “roja”.

Se cuenta que cuando los alemanes bombardeaban inmisericordemente la ciudad de Moscú, los moradores de la ciudad, en su afán de salvar a esta reliquia, considerada un patrimonio de la humanidad, procedieron a “disfrazar” el Bolshoi, colocando encima de él una carpa, de tal manera que desde el aire, pareciese una casa de dos aguas. La artimaña dio resultado. Conseguir boletos para un espectáculo en el Bolshoi es una empresa harto difícil, pero Silvano Lora, que en paz descanse, parecía conocer a quien era necesario conocer en esta hermosa ciudad y pudo obtener, por cortesía del Ministerio de Cultura, unas entradas para la presentación del ballet Espartaco.

Días antes, en la sala principal del Palacio de los Congresos, en el mismo corazón del Kremlin (palabra rusa quiere decir “muralla”), presenciamos la prémiere de “El Principito”, basado en la obra hemónima de Antoine Saint Exúpery. No sé por qué llegué a pensar que el Bolshoi dispondría del mismo confort que en el Palacio del Congreso.

Sin embargo, el Bolshoi es majestuoso. Una hermosa araña de cristal de roca pende del techo. Todos los palcos están decorados con pan de oro. Son cuatro los niveles y desde cualquier ángulo es posible contemplar el espectáculo sin que nada obstaculice la visión. Pero el Bolshoi no es cómodo. Los asientos son sillas de espaldares rectos, que los espectadores pueden mover a su antojo para así tener una panorámica más amplia de todo lo que sucede en el escenario. Una vez levantado el telón las sillas parecen soldadas al piso, porque nadie se atreve a moverlas. Nadie se atreve a alterar el silencio casi sagrado que existe dentro del hermoso edificio. En un acuerdo implícito, los asistentes, entre los que se encuentran las inevitables “claques”, que son los últimos en retirarse, sólo permiten los aplausos y los vítores.

Aun así, la experiencia de asistir a una presentación en el Bolshoi, es algo irremplazable.

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