Los recuerdos y las vivencias son el fundamento que nos permiten estar de pies y poder mirar más allá de lo superficial. No nos dimos cuenta de que estábamos haciendo recuerdos, solo sabíamos que nos lo estábamos pasando bien. Los recuerdos nos hacen sentir, aveces nos provocan un lloro envuelto en nostalgia, nos motivan a re evaluar nuestro destino y sobre todo nos generan una sensación de que hemos vivido una vida plena, sin importar los tropiezos y las pérdidas que hemos sufrido. Si aún podemos leer o escuchar este escrito saturado de memorias, por encima de los tropiezos, entonces estamos a tiempo. Así es, todavía hay esperanza de seguir o iniciar una vida fructífera y preñada de cuentos que nos hacen reír y caminar sobre cristales rotos.
La memoria es vida y es energía a nuestro ser. Cada memoria escondida en el hipocampo contiene un escenario, un olor, un color, un sabor y sobre todo una figura humana. Alguien expresó que lo que uno ama en la infancia se queda en el corazón para siempre. Después de varias decenas de años en mi vida sigo amando las cosas que cuando niño Jaime Adames y yo hacíamos. Todas esas vivencias con otras más se han convertido en la suma total de mi vida. Mi amigo Jaime o amiguito, aquí deseo abrir un paréntesis para aclarar el término amiguito: Amiguito no porque era una expresión diminutiva, todo lo contrario, usábamos esta expresión para generar una afirmación afectiva, una camaradería en forma de fraternidad sin códigos secretos…cierro el paréntesis.
Jaime y yo no teníamos máscaras, pero tampoco malicias, solamente queríamos disfrutar del regalo de Dios en esta vida, solo existíamos, estábamos presentes y sin un cronómetro emocional que nos controlaba, nos creíamos los dueños del contexto y espacio donde pisábamos. Recuerdo que Jaime siempre ejerció el papel de un líder, un emprendedor y amante de la naturaleza. Jaime era mi amigo cercano, lo que él emprendía me llamaba la atención, fui parte de sus sueños, y estoy seguro que cada persona que está leyendo este artículo puede entender desde su propio contexto lo que yo pude saborear en mi niñez. Jaime me enseñó a cargar con municiones un rifle, luego nos íbamos a cazar guineas salvajes en la finca de su abuelo, Villa Rosa, y la tierra de sus padres que estaba también en Licey, un municipio de Santiago.
Para un niño del centro de Santiago salir para el campo cada sábado se convertía en una experiencia pedagógica y divertida. Con mi amigo Jaime aprendí a discernir los plátanos y los guineos. Iniciamos una crianza de conejos, esto me dio la oportunidad de cuidar y amar a los animales y también verlo como una pequeña empresa. Recuerdo que un día Jaime y yo nos fuimos sin dinero y sin alimento a disfrutar una carrera de Motocross; claro, eso nos costo una pela debido a la falta de comunicación con nuestros padres. Nacer y crecer en la misma calle, con los mismos amigos, hoy certifico que es un regalo.
Jaime siempre será mi amigo, no importa donde esté, no importa su credo, y mucho menos su condición socioeconómica. Su posición política nunca podrá separarme de aquel amigo que nació y creció en la misma calle que yo nací y crecí. Hoy tengo más amigos que nunca, y prefiero decir como dice el cantautor Roberto Carlos: “Yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar”.