Una novia enamorada

Una novia enamorada

MARIEN ARISTY CAPITÁN
Cuando él la mira, ella se derrite. Y todo porque en sus ojos encontró el hogar que siempre buscó. Sus brazos son su sostén; su palabra, un estímulo pero también una ley. Sin él no es nada, no sabe vivir. Por ello, hace hasta lo imposible por verle feliz.

Ella está enamorada. Poco a poco, y sin saber a ciencia cierta por qué, fue perdiendo su alma y se la fue cediendo. Es por eso que aprendió a renunciar: nada que le aleje de él vale ya la pena. El, en pocas palabras, es su todo.

Ella tiene mil nombres. Incluso, a veces deja de ser mujer. El amor, aunque muchas veces se viste de falda, tiene mil formas y mil maneras. También la devoción, el sacrificio, la justificación y el perdón que, aunque solemos asociar sólo a la pasión íntima, pueden estar en cualquier lugar.

En el poder encontramos esa misma relación. O, ¿no es eso lo que vemos cada día cuando escuchamos hablar a nuestros funcionarios? Describen, con devoción y a destajo, gestiones que tiene matices de mujer enamorada: todo lo pueden, todo lo hacen y todo lo sacrifican en nombre de un “amado” que esta vez tiene un nombre propio. Se trata del presidente Leonel Fernández.

Por acomodarse, y acomodar su imagen frente a nosotros, nos dicen que todos los olvidos o las ausencias de inversión se traducen en la excesiva deuda que nos legaron los perredeístas: nadie quiere admitir, sin embargo que aunque se minimice el gasto social, sí existen recursos para construir el metro.

Entonces nos conformamos con tener hombres y mujeres que, en promedio, alcanzan un sexto grado. Como teníamos una Nación que apenas tenía un quinto, sin embargo, hemos avanzado. Pero, ¿podemos hablar de calidad? La promoción, en un país en que los niños de primero a tercero de básica pasan de curso por ley, no es suficiente.

Amén de que preferiría que mis impuestos se destinen a capacitar y mejorar la deficiente calidad de nuestros maestros, he de reconocer que el lunes pasado descubrí qué tan importante es que se resuelva el problema del transporte.

Ya lo vimos en las filas de gente esperando llegar a sus trabajos y sus hogares porque los transportistas detuvieron las guaguas y crearon un caos en protesta por las condenas a los acusados del Plan Renove.

Sin olvidar que ellos parecerían decirnos que pueden estar por encima de la justicia y que son capaces de lo que sea con tal de que se cumplan sus “órdenes”, esto nos hace pensar en lo vulnerables que somos como país y en lo poco que valen nuestros derechos. Además, en qué necesitamos una solución mucho más rápida y certera que el metro.

Ahora hablemos del dengue. Por no quedar mal, las autoridades no han querido reconocer la verdadera dimensión del problema. Y lo solucionan haciendo importantes jornadas, hablando e intentando tranquilizarnos a golpes de funditas de cloro.

Y, ¿qué del tema de la seguridad? Nos limitan las horas de circulación, nos dan unos índices de reducción del delito, nos envían a los militares para vigilarnos en las esquinas… pero a una chica la matan en la puerta de Praia, en el mismísimo corazón de Naco, aunque el portero del lounge no estaba borracho.

Pero todo está bien. No controlamos el porte de armas; no nos preocupamos por saber qué tan ecuánimes o preparados están los guachimanes, los porteros, los vigilantes; no tenemos luces en muchas calles; nos siguen asaltando a plena luz del día; nos lastiman con el caos del tránsito que nos lega conductores imprudentes de los que debemos salvarnos… y existe seguridad; y el sistema funciona y las medidas del presidente, por supuesto, también.

La sociedad no escapa al amor. Por eso, en función de que sus antiguos amantes han sido aún peores, cae rendida ante su “novio”. Y no es capaz de mirar sus fallas. Ni de reprocharle nada, ni de levantarse un día y pedirle que demuestre sus sentimientos más allá de las palabras.

El peligro del amor es que un día acaba. Termina por el hastío y la soledad. Por las promesas incumplidas, por los momentos de dolor o porque, al ver más allá de su corazón, descubre que todo fue una mera ilusión. Entonces no hay marcha atrás. Porque, ¿cómo sobrevive el amor cuando le cobran la luz como si hubiera; le dan agua como si la regalaran; y le ofrecen viciados sistemas de educación y salud que arrastran antiguas carencias? Es bastante difícil.

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