Una  nueva masculinidad con otra visión del mundo

Una  nueva masculinidad con otra visión del mundo

Seguramente que al hablar de masculinidad no estamos frente a un tema de fuerte impacto para despertar interés y entusiasmo en lectoras y lectores, pues son otros los puntos tenidos como importantes, y que ocupan la atención de casi toda la humanidad. Tópicos como la delincuencia, las guerras, el narcotráfico, contaminación ambiental, entre otros, siguen mereciendo ese tratamiento riguroso que lo coloca en un punto de preocupada actualidad.

En medio de esta cotidianidad inalterable quedan ignorados o menospreciados asuntos de trascendencia como aquellos que tienen que ver con la calidad en relación interpersonal, como la forma en que se manejan las relaciones de poder. Tales asuntos no gozan de gran atención aunque en la práctica suelen generar un malestar permanente. Un ejemplo en este sentido es el de la masculinidad tradicional, una realidad social que debería – críticamente – ocupar un lugar más destacado en la función socializadora que tiene la familia, así como también  en todas las relaciones que se dan en la sociedad.

¿Qué es la masculinidad? muchos diccionarios la definen como “calidad de lo masculino”, pero así explicación dada, no lleva a la comprensión del significado esencial del término. Una definición más cercana es la que considera que la masculinidad es todo lo que se asocia con la conducta típica de los hombres en una determinada sociedad o cultura. En sentido más amplio, véasela como una construcción social y cultural que partiendo del sexo masculino, asigna e imprime a este, perfiles y roles en función del sexo. Lo mismo ocurre con la asignación de roles sociales femeninos. La masculinidad como conducta aprendida, ha reproducido el esquema, por lo que hay ya una sólida estructura mental. Gastón Bouthoul en su libro. Las Mentalidades”, dice que “la mentalidad constituye la síntesis dinámica y viviente de cada sociedad. Dinámica lo es en grado superlativo porque inmanente a cada uno de sus miembros, determina sus conductas y sus pensamientos“.

Bouthoul sigue diciendo que “innegablemente existen estructuras mentales que corresponden estrechamente a estructuras sociales: las acompañan y son inseparables”. 

Son estas estructuras arraigadas forjadas a partir de la socialización recibida de generación en generación, lo que hace más difícil, mas no imposible el proceso de cambios de mentalidad.

Esta construcción social determina los comportamientos y las actitudes de los hombres hacia sí mismos, hacia otros hombres, y hacia las personas de su entorno. La masculinidad estructurada a partir de los roles asignados, va permeando al niño indicándole lo que como varón, como masculino, debe hacer, pensar, sentir, y se va a una base para su dominación y predominio. Este aprendizaje se inicia en la familia – aunque no es el único mecanismo ideológico que tiene estos fines- pues ella es en mayor grado la que reproduce y recrea el sistema de jerarquía basado en los roles. A partir de la socialización con base a los roles asignados desde antes de nacer, se va enraizando, una estructura mental, una visión para ver y asumir el mundo desde la condición de hombre. Por eso, la nueva visión de lo que debe ser la masculinidad, tiene en el espacio familiar principalmente, el lugar privilegiado para inculcar otra visión  de lo que implica  ser hombre.

 La masculinidad tradicional con la que convivimos, tiene sus formas inequívocas de expresión. El manejo del poder en base al uso de la fuerza, es una característica determinante, pero el indicador que con mayor precisión la define y la hace  inocultable, es el de no querer parecerse a lo femenino, pues esta condición le parece socialmente desvalorizada, y vinculada a lo que es tenido como débil, delicado, y de inferior categoría. Desde esa cosmovisión se ejerce el poder con fuerza, con violencia, beligerancia, rusticidad. Además, por todo esto,  no debe hacer labores domésticas, barajar ni aplazar un pleito o disputa, no ceder, llevar todos los conflictos hasta las últimas consecuencias, y no dejar que afloren sentimientos de dolor, llanto, compasión, debilidad.

Las guerras y los accidentes de tránsito que los hombres, haciendo honor a ese uso de poder, no han sabido evitar a pesar de las consecuencias para sí mismos y para la sociedad, obedecen a esa concepción de lo masculino que subyuga. Otro caso que bien pudiera analizarse desde esta visión, son las estadísticas de suicidios, donde los hombres representan entre un 75 y 80 % de los casos reportados. La expresión más vehemente de este machismo se hace más agresivo, y apabullante hacia las mujeres, de ahí el problema de discriminación y la negación de sus derechos, la violencia de género y la violencia intrafamiliar. Michael Kaufman en su libro “Hombre, placer, poder y cambio”, dice que “las diversas formas de violencia masculina contra las mujeres constituyen una afirmación enérgica de que la masculinidad solo puede existir en oposición a la feminidad“. Es así como se reafirma y se refuerza esa masculinidad retroalimentada por la cultura que lo tolera y premia.

A pesar de que la mujer ha sido el objeto principal de la violencia de la masculinidad tradicional, esa embestida no se limita a ese blanco, sino que también se desplaza hacia sí mismo, y hacia otros hombres, pero aquí son otras formas y métodos más directos y convencionales que los empleados contra las mujeres. En muchas ocasiones, en actividades de competencia por negocios, luchas políticas, laboral, profesional, militar, entre otras, suelen verse muchas hostilidades que tienen la intención de aplastar, vencer, derribar, humillar. Un buen ejemplo es el comportamiento de los cuerpos armados.

Aquí la actuación en función de los rangos, puede determinar niveles de sumisión de hombres contra hombres. Aunque se pueda creer que es asunto de disciplina, lo cierto es que allí se pone de relieve esa masculinidad tradicional que humilla. La debilidad aquí se asocia al menor rango, a la condición de subalterno, mientras que por otro lado, se reafirma el poder del yo masculino superior a través del alto rango. Y es que, para la masculinidad predominante, todos los hombres no son iguales. Ser rico es distinto a ser pobre, blanco, negro, congresista, chiripero, analfabeta, intelectual, con rango, sin rango militar. Todo esto plantea relaciones opresivas y desiguales de poder.

Michael K., sobre la violencia masculina contra otros hombres, dice que “al mimo tiempo el temor a los demás hombres, especialmente el temor de parecer débiles y pasivos con relación a otros hombres, contribuye a crear en los hombres una fuerte dependencia en las mujeres para satisfacer necesidades emocionales y descargar emociones Dada la fragilidad -sigue diciendo- la identidad masculina y la tensión interna de lo que significa ser masculino, la afirmación final de la masculinidad reside en el poder sobre las mujeres. Este poder puede manifestarse de muchas maneras como por ejemplo en la violencia”.  

De la violencia del hombre  a si mismo, dice Michael K que “La negación y el bloqueo de toda una gama de emociones y actitudes humanas se agravan con el bloqueo de las vías de descarga“. Es que solo por el hecho de ser hombre, se le ha enseñado a sufrir sin expresar sus emociones, y a demostrar que los hombres han de ser fuertes, que no deben llorar. De esta manera se han hecho víctimas del modelo interiorizado, el que lleva como marca de identidad, el cual es un comportamiento que a través del tiempo ha permanecido casi inalterable en la mayoría de los hombres. Es por eso que el mundo debe ser pensado bajo otra visión de lo masculino pensada para una mejor convivencia y armonía en las relaciones sociales y personales ”.

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