Una nueva visión

<p>Una nueva visión</p>

POR LEÓN DAVID
El grueso de las pinturas que expone ahora María Aybar bajo el título de Una  nueva visión , fueron exhibidas pocos meses atrás, el 15 de julio del 2006, para ser más precisos, en la “Galería Forma” de la bohemia barriada de Palermo Soho, en Buenos Aires, capital indiscutida de la cultura hispanoamericana.

De las obras incluidas en la referida exposición se expresaba elogiosamente el escritor y crítico de arte porteño César Magrini con palabras que no me resisto a transcribir: “Pintura rica en ingenuidad, y también notable en sabiduría, la de esta artista dominicana, lejana sólo en lo geográfico, es de una pureza genuina que impresiona por igual a los sentidos y a los sentimientos. Sus temas, recurrentes en lo que respecta a su sensibilidad, han sido trabajados dando al diseño ese tabicado a lo Rouault que es el emblema de los fuertes de espíritu: sus gruesas líneas separan pero también armonizan los distintos elementos de la composición, con la hermosísima y reiterada presencia de una zona fulgurante, a la que la creadora da el sugestivo nombre de “pan de oro”, testimonio de un nexo entre los diversos cuadros que han brotado de su inspiración, en una feliz vertiente artística que, lejos de agotarse, se renueva y esplende cada vez más, en esta sosegada fiesta del diseño y el color que son cada uno de sus seductores cuadros.”.

De las pinturas de la muestra que estamos comentando también opinó, con no escasa acuidad y experimentado olfato exegético, el crítico del periódico Buenos Aires Herald, Alfredo Carnadas, cuyas ponderaciones, por demás encomiásticas, que a continuación recojo, son traducidas al castellano del original en lengua inglesa:

“María Aybar nació en República Dominicana y estudió arquitectura. Ciertamente, lo muestra en sus pinturas, sobre las cuales ha vertido la exuberancia del trópico, pero en gráficas rigurosamente organizadas. Sin embargo, hay un elemento eslávico, intrigante, en su trabajo, el cual, paradójicamente, agrega a la exuberancia de sus obras. Aybar usa hojas doradas en la mayoría de su producción, por lo menos en la que se presenta en esta exhibición.

“También hay cierto aire ingenuo (naive) en su perspectiva. Pero también juega con el cubismo en las formas fragmentadas de los paisajes y las formas imprecisas de sus objetos.

“ Siendo una artista versátil, Aybar  aborda una amplia variedad de temas con iguales resultados: naturalezas muertas, desnudos, flores, paisajes, imágenes religiosas. Y, por si fuera poco, también es una artista de muchos logros en retratos, quien captura asombrosamente el alma interna de sus sujetos, con vívidos resultados.”.

Soy del dictamen de que lo aseverado por los doctos críticos citados en los párrafos que anteceden tiene trazas de agotar –o poco falta- lo que acerca de los cuadros que ocupan nuestra atención es posible decir.

De todas suertes, correré el riesgo de aventurar algunos juicios valorativos propios, que lejos de contradecir el contenido de los eruditos comentarios traídos a esta página, no tienen otro propósito que derramar algo más de luz sobre el talante y peculiaridad estética de los lienzos aquí considerados.

Cobremos ánimo señalando que, siempre que no me pague de apariencias, las obras de la muestra Una nueva visión se hacen acreedoras de nuestra simpatía en virtud de tres atributos primordiales: uno, su desplante lúdico; dos, su vigoroso cromatismo; y tres, su dinamismo exacerbado…

El cariz lúdico se manifiesta en la descomposición del espacio y las figuras, no para provocar estupefacción o gestar monstruos de repulsivo corte expresionista, sino para alumbrar un mundo de hospitalaria extrañeza y traviesa tesitura del que la armonía y cierto candor infantil y risueño nunca están ausentes.

Por lo que hace al color, estas pinturas revientan de puro cromatismo, de logrados contrastes y cautivadores matices, verdadero banquete para la sensualidad golosa de cualquier retina que sepa calibrar los secretos de la luz. El color lo utiliza la artista en esta ocasión para dar testimonio de valores estético-emocionales, no para reproducir, sujeta a un criterio estrecho de verosimilitud, las apariencias del mundo externo.

Y en cuanto al dinamismo, rasgo fundamental de los cuadros a cuyo escrutinio nos hemos abocado, salta a la vista su presencia. Estos lienzos de María Aybar han sido pergeñados sobre el eje del ritmo, del movimiento de las formas. Las tensiones de las imágenes contrapuestas, la ruptura del espacio en las que se ubican, el predominio de lo oblicuo y de la diagonal en la composición, infunden a las mentadas creaciones plásticas una fuerza dinámica tal que no nos asombraría de repente se pusieran a danzar ante nuestros ojos.

Para muestra un botón… Acerquemos nuestra mirada al cuadro intitulado Venus tropical. En él, de manera ostensible, las prendas estilísticas que acabo de mencionar en los párrafos que anteceden se manifiestan con deslumbradora cuanto cautivante asiduidad: remite la figuración –qué duda cabe- al trópico marino de cocoteros y arenas rutilantes, pero lo hace eludiendo los académicos protocolos de la imitación realista. Las imágenes, desenvueltas, frescas, gráciles y sencillas, sugieren un espacio, evocan un lugar, antes que describirlo. Y cumplen además la función –de ahí el elemento lúdico a que nos referíamos, párrafos atrás- de componer estéticamente la pintura, de estructurar armónicamente sus elementos formales, en la medida misma en que descalabra en perspectivas fantasiosas y extrañas la realidad natural que le sirve de motivo inspirador. La paradoja plástica funciona como sutil charada que aprobamos complacidos con la sonrisa que asoma a nuestros labios.

¿Y será necesario insistir en el hecho de que los elementos plásticos de la obra que estamos examinando han sido dispuestos y colocados donde se hallan con el obvio propósito de generar una red de tensiones y fuerzas, de pulsiones y contrapuestas energías, merced a las cuales entronizar al movimiento como eje y señor del cuadro? Los antagonismos en las posiciones de las figuras, en el enfrentamiento de los planos, en la superposición y contraste del collage de pan de oro sobre la superficie pintada, en el tratamiento geometrizante del espacio, oposiciones que milagrosamente se resuelven siempre de manera armoniosa y expresivamente eficaz, se nos revelan como la raíz y núcleo de esta nueva visión de María Aybar.

Por lo demás, ¿cómo no exaltar el tratamiento cromático de la artista en la obra de marras? Henos aquí frente a algo muy difícil de conseguir: luminosidad y transparencia que proceden no del uso de colores chillones, como es usual en cierto tropicalismo folclórico de pacotilla, sino de una sabia untada y mezcla en la que la virtud esencial es la suavidad, la delicadeza, la mesura. Maestra del matiz, María Aybar nos seduce por la riqueza de la pigmentación y el equilibrio de los planos tonales.

La muestra Una nueva visión  se mantendrá abierta al público durante todo el mes de diciembre en la sala Ramón Oviedo de la Secretaría de Estado de Cultura.

Suficiente. Repose ahora la pluma. Demos también descanso merecido al lector, que María Aybar, de ello estoy por sobrado modo convencido, pincel en mano, no descansará.

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