Una obligada neutralidad

Una obligada neutralidad

El agigantado y costoso tren administrativo debe estar apartado con palabras y hechos (que suelen brillar por su ausencia) de activismos partidarios que pretendan aprovecharse de estos recursos. La autoridad no debe aparecer siquiera ejerciendo influencias para que asalariados del sector público se sientan obligados, vía el clásico fantasma de la pérdida de sus empleos, a asistir a actos proselitistas. Ni los vehículos ni los capítulos presupuestales de la discrecionalidad que a veces permite escapar a controles externos (debilitados por ejercicios unipartidarios) deben ser utilizados ilegalmente para movilizar personas, existiendo públicamente líneas de acciones y una gran ofensiva publicitaria que impulsan proyectos políticos, incluyendo el retroceso de intentar modificaciones coyunturales a la Constitución.

El empleo de recursos oficiales, en situaciones de confusión entre lo que es patrimonio de la nación y lo que responde a intereses políticos, ha sido una constante que desnaturaliza la democracia dominicana. Que crea desigualdades negadoras de condiciones que conduzcan a la libre expresión de la voluntad popular, que se queda en mera apariencia cuando el sufragio ha sido precedido de un desbordamiento de gastos sostenidos desde el Erario para movilizar prosélitos y llenar muchos espacios de alta visibilidad con propaganda partidaria, directa o indirecta, abrumadoramente superior a la de los adversarios.

Una pobreza demostrada

La realidad que certifican estudios aplicados por la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la Agricultura (FAO) en coordinación con la Cepal es que América Latina y el Caribe retroceden en la lucha contra la pobreza y la extrema pobreza rurales. Que después de algunos avances casi la mitad de los campesinos de la región a que pertenece República Dominicana vive en pobreza y en extrema pobreza. Queda destacado que este país pertenece a ese mapa de zonas deplorables

El diagnóstico así expresado entra en contradicción con los esfuerzos políticos y propagandísticos de forzado optimismo que pintan una situación de avances y progresos que, evidentemente, no llegan a la extensión en la sociedad que se pregona; que dejan huecos impresionantes, que son los que la FAO denuncia. ¡Alto ahí!

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