La obra o arte de dirigir y gobernar es la más importante sobre la tierra
Ciudadanos de diferentes actividades, incluso religiosos, en ocasiones muestran preocupación por las cosas que ocurren en el país. Algunas veces con dureza. Probablemente con expresiones cuyas manifestaciones van en la misma proporción del deseo de que lo que no luce bien, a su juicio, se proyecten positivamente.
Se podría decir que hay un deseo inmenso de que las actuaciones de los que tienen que ver con el quehacer diario de la vida política, económica y social, sea cada vez más diáfano y coherente. Apegadas no solamente a las normas éticas y morales que debe normar las conductas de todos los ciudadanos. En especial de quienes dirigen en todas las esferas; sino además, enmarcadas dentro del respeto a las disciplinas de cada sector y de cada institución.
Sectores importantes de la sociedad, muchos sin manifestarlo públicamente, desean lo mejor para nuestro país. Se preocupan por el presente y futuro de nuestra sociedad. Se esfuerzan para que las preocupaciones no los empuje a la falte de fe.
Algunos entienden que hay voces que van más allá de lo debido. Que invaden terrenos que no les son propios. Y es probable que para determinados sectores resulte así. Pero de la misma manera en que nadie posee una patente exclusiva para distribuir ideas y orientar, nadie deja de tener derecho a expresar sus preocupaciones. Siempre dentro del respeto debido.
Más que preocupación por las críticas que algunos sacerdotes, profesionales o comentaristas puedan emplear para definir determinadas situaciones o actuaciones de algunos de las cúpulas dirigentes o de funcionarios, deberíamos sentirnos agradecidos de que públicamente se hagan señalamientos.
Pues en la mayoría de los casos representan un claro indicio de deseos de ayudar en la difícil tarea de dirigir y gobernar. Sobre todo en períodos de crisis mundial. Porque el mundo está en una situación que no esperaba. En el que casi todo ha cambiado.
Probablemente los queridos amigos Leonte Brea, Manuel Mora Serrano o Efraím Castillo lo puedan definir con mucho más elegancia y elocuencia, pero he dicho y repetido, que la acción de dirigir y gobernar no son veladas privadas o transmisiones en circuito cerrado.
Son actuaciones públicas, en las que todos los ciudadanos tienen pleno derecho a participar, sin pagar entrada y sin ningún tipo de restricción.
Sin exagerar, considero la obra o arte de dirigir y gobernar como la más importante que pueda realizarse sobre la tierra.
En ella participan más espectadores que en cualquier otra. Sin importar credo religioso, raza, edad, formación personal o intelectual. Y como tal, están sujetas a todas las críticas de parte del público, sea cual sea su oficio o profesión.
Son obras sumamente especiales. Con características muy particulares. En las que no se requieren conocimientos profundos.
Representan obras simples, pero al mismo tiempo difíciles. Si resultan como los espectadores esperaban, serán calificadas, no solamente como buenas, sino también creadoras o despertadoras de fe y esperanzas.
Esa fe y esperanza que tanto hace falta. A la que se refieren nuestros queridos religiosos. En especial monseñor Francisco Osoria.