Una oficina de objetos perdidos, ¿funcionaría?

Una oficina de objetos perdidos, ¿funcionaría?

Imagínese que perdió su celular, que se le quedó en un taxi, que además es un teléfono inteligente en el que guarda toda su información. Es casi su oficina porque a través del mismo realiza todo tipo de operaciones, incluyendo transacciones bancarias y demás.
Eso significa una terrible pérdida por la cantidad de información almacenada y por no poderse comunicar con nadie, más si no se tiene un teléfono auxiliar, como muchas personas que poseen más de un celular con usos diferentes.
Se estima que más de la mitad de los usuarios de teléfonos móviles posee más de uno, y según el tipo de actividad que realice el individuo puede llegar a tener hasta tres unidades.
En esta historia también habría que imaginar que en un país debidamente organizado existe una oficina de objetos perdidos y que taxistas honestos sean capaces de llevar a ese lugar los bienes que los pasajeros dejan en sus vehículos.
Pues bien, me pasó. Andando por Madrid se me quedó el celular en un taxi, causándome una sensación de angustia por haber perdido casi parte de mí. En medio de esa situación, alguien me dijo que lo que tenía que hacer era ir a la oficina de «objetos perdidos», lo cual hice de inmediato y al día siguiente recibí un correo electrónico en el que me comunicaron que había un teléfono con las características del mío.
Por suerte en la pantalla de mi teléfono figura la dirección electrónica, lo que facilitó a los empleados de la oficina localizarme por esa vía. Nadie se imagina la sensación de libertad, la alegría que significó que apareciera el móvil de mi eterna compañía.
Todos me dijeron que tenía mucha suerte porque no es muy común que aparezca un teléfono perdido, ni tampoco son frecuentes las personas honestas que entiendan que alguien es dueño del aparato y puede estar necesitándolo.
Para mí, lo sorprendente fue tener conocimiento de que en Madrid existe una oficina de objetos perdidos, que cuenta con un personal que da un buen servicio, agentes de seguridad custodiando el lugar y numerosas personas en las filas buscando sus pertenencias como si se tratara de una agencia de envío, siempre con la esperanza de encontrar lo perdido.
En esta era de la tecnología de la información, prescindir de un teléfono móvil es algo que a nadie en pleno juicio se le ocurre.
Esos teléfonos se han convertido en un apéndice de nuestras manos que, en el menor descuido o por tener nuestras manos ocupadas -en mi caso con abrigos de frío- los podemos perder.
Esta agradable experiencia es una muestra de que las cosas pueden ser diferentes algún día, que otro mundo ciertamente es posible si nos lo proponemos.

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