Una ola de furia islámica

Una ola de furia islámica

POR JOHN KIFNER
NUEVA YORK.- Mientras los iraquíes van a las urnas este domingo _ o no_ es un momento crucial no sólo para la apuesta de Estados Unidos en Oriente Medio sino en la evolución del islamismo. Mientras los iraquíes prueban la más occidental de las innovaciones políticas, dos aspectos de la historia están entrando en juego a la vez: el crecimiento del radicalismo islámico y la larga hostilidad entre las sectas sunita y chiíta.

El islamismo nació en una época de turbulencia y cambio en La Meca del siglo VII, cuando el rápido crecimiento del comercio y las finanzas amenazaba los antiguos valores y lazos de clanes. La nueva religión monoteísta con la cual el Profeta Mahoma desafió a los ídolos paganos de la época fue en muchas formas un llamado conservador a restablecer los antiguos valores. Sería un tema a menudo recurrente.

Los guerreros musulmanes recorrieron el desierto propagando la nueva fe por medio de la espada y estableciendo un califato, un imperio religioso que alcanzaría grandes alturas al extenderse desde España hasta la lejana Asia. No fue sin turbulencia interna; un cisma duradero formado entre la mayoría sunita y la minoría chiíta.

Pero a fines del siglo XIX, la encarnación final del califato, el Imperio Otomano, era una fuerza gastada. Después de la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña y Francia modificaron el mapa de Oriente Medio para que se adaptara a sus fines, creando países en gran medida artificiales. Intranquilidad, levantamientos y el nacimiento de nuevas ideologías empezaron rápidamente.

La frustración creció cuando los nuevos credos laicos fracasaron y los gobiernos llegaron a ser vistos como corruptos, ineficientes, brutales, peones de los extranjeros o todo lo anterior.

Para muchos sunitas, la respuesta llegó a ser el regreso a un islamismo más puro, primero con el movimiento de la Hermandad Musulmana. Los escritos de mediados de los años 60 de Sayyid Qutb son centrales para la generación actual de fundamentalistas sunitas, conocidos diversamente como wahhabis, salafis y deobandis. Los clérigos chiítas forjaron un sendero similar, aunque separado, hacia la política radical.

Para algunos sunitas, el islamismo fundamentalista comprende un odio virulento hacia los chiítas como apóstatas y herejes. Por ello, las elecciones de este domingo en Irak – donde se espera que los chiítas ganen por enorme margen – pudieran resultar girar en torno a algo más que terreno político.

Irak actualmente presenta paralelos pavorosos con mucha de esta historia. Al capturar Bagdad en 1917, el mayor general Stanley Maude de Gran Bretaña declaró: «Nuestros ejércitos no vienen a sus ciudades y territorios como conquistadores o enemigos, sino como liberadores». Los insurgentes capturaron y asesinaron a oficiales británicos. Los británicos bombardearon desde el aire. Protagonizaron un referéndum para su rey elegido.

Al escribir sobre las consecuencias de la Primera Guerra Mundial en Oriente Medio en su estudio épico; «Una Paz para Poner Fin a Toda la Paz» (Avon, 1989), David Fromkin declaró que «la creencia moderna en el gobierno civil laico es un credo extraño en una región donde la mayoría de sus habitantes por más de mil años han declarado su fe en una Ley Sagrada que rige toda la vida, incluido el gobierno y la política».

«Funcionarios europeos en ese tiempo tenían poca comprensión del islamismo», continuó. «Se dejaron convencer muy fácilmente de que la oposición musulmana a la política de la modernización – de europeanización – se estaba desvaneciendo. Si hubieran sido capaces de ver al futuro hacia la última mitad del siglo XX, se habrían asombrado por el fervor de la fe wahhabi en Arabia Saudita, por la pasión de la creencia religiosa al combatir en Afganistán, por la continua vitalidad de la Hermandad Musulmana en Egipto, Siria y otras partes en el mundo sunita y por el reciente levantamiento de Jomeini en la Irán chiíta».

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