Una oportunidad: Para la Unión Europea y la República Dominicana

Una oportunidad: Para la Unión Europea y la República Dominicana

Cuando el veterano diplomático español Alberto Navarro arribe a Santo Domingo y ponga el pie en el Aeropuerto Internacional Las Américas en su condición de nuevo Delegado de la Comisión de la Unión Europea en República Dominicana, cargo para el que ha sido nombrado por la Alta Representante de Política Exterior y de Seguridad Común de la UE, Catherine Ashton, sentirá probablemente un pellizco en el estómago, un regusto en el paladar y un hormigueo en la conciencia. No es para menos. En su ya dilatada carrera profesional, siempre marcada por una irrenunciable vocación pública –toda una vida dedicada al servicio de los ciudadanos y de su país–, pocas veces ha tenido la oportunidad de comprobar de manera tan fehaciente el significado de conceptos tan inabarcables como cooperación para el desarrollo, diálogo intercultural y colaboración internacional –tres objetivos globales sin los que no se entiende el progreso de los pueblos en paz y libertad–, como cuando ha estado relacionado con República Dominicana, una vieja amistad que ahora retoma con renovada ilusión.

Por ello, este curtido embajador ha dejado huella de su paso en todos sus destinos, donde ha contribuido eficazmente al desarrollo humano sostenible, a la defensa de los derechos humanos universalmente reconocidos, luchando contra la explotación y la desigualdad, denunciando la injusticia y gestionando programas para la erradicación de la pobreza y la difusión de la solidaridad entre los pueblos. Parece una declaración de principios, pero se trata simplemente del día a día del trabajo bien hecho de quien lo mismo asiste a una recepción de gala que se remanga la camisa para dar de comer a niños hambrientos. No obstante, su trabajo cotidiano, pese a que en ocasiones sus actividades no complacen a los poderosos, tiene mucho que ver con la inclusión de todos aquellos a los que esta sociedad margina. Lo que ocurre es que, como el clásico, él no regala un pescado porque prefiere enseñar a pescar. De ahí la importancia de una labor que consiste en integrar a naciones enteras y sacarlas de un aislamiento que empobrece y esclaviza.

Hace 25 años, cuando la Unión Europea intentaba crear un ámbito de actuación comunitaria en Bruselas que comprendiese el área de influencia de países en vías de desarrollo a uno y otro lado del Atlántico, impulsando el denominado grupo ACP, que comprendía naciones de África occidental, el Pacífico y el Caribe, Alberto Navarro, en su condición de primer secretario de la Embajada de España ante la UE, encargado de los preparativos de lo que más tarde fue la convención de Lomé (Togo), tuvo la oportunidad de abrir las fronteras dominicanas al mundo rescatando a un país encerrado en sí mismo y creando la infraestructura necesaria para que fuesen los propios dominicanos, desde sus capacidades diplomáticas y económicas, los que impulsaran el comercio exterior y dieran a conocer los recursos y la riqueza de una república llamada a ser puente tanto con el continente europeo y africano como con Estados Unidos, sobre todo por su privilegiada situación geoestratégica.

Así lo vieron los dominicanos entonces y así lo reconocen ahora, un cuarto de siglo después, cuando aquel país aislado que ofrecía tan pocas garantías jurídicas, que evidenciaba carencias alarmantes en seguridad y que volvía la espalda al capital extranjero cerrando las puertas a la exportación, ha ganado en transparencia y calidad democrática y hoy constituye un destino preferente para inversores de todo el mundo, fundamentalmente de las áreas emergentes. Así lo recuerda igualmente, con agradecimiento y admiración, Renso Herrera Franco, que entonces, en aquel lejano 1988, fue nombrado Ministro Consejero encargado de Negocios, alter ego del embajador de República Dominicana ante el reino de Bélgica y la Comisión de Comunidades Europeas (UE), con el mandato expreso de negociar la adhesión dominicana al ACP. “Alberto nos tomó de la mano –recuerda Renso–  y nos enseñó las complejidades del grupo ACP y sus relaciones con la UE, nos introdujo en el mundo diplomático de Bruselas y nos acompañó en todo el proceso  negociador que duró casi dos años”.

Alberto logró entonces, con el esfuerzo y tesón de los que no se rinden, de los que se  crecen ante las dificultades, por insalvables que estas puedan parecer, no solo romper el aislamiento dominicano sino también lo que yo he propugnado hasta la saciedad y muchas veces con el amargo convencimiento de estar predicando en el desierto: que las dos naciones hermanas que comparten la isla deben aunar esfuerzos en el interés común de representar una unidad de acción en el exterior, una alianza estratégica que implemente la convergencia de expectativas de crecimiento y desarrollo con el apoyo del CARICOM. Esa cooperación regional es prioritaria y se convierte en una auténtica necesidad en circunstancias adversas, como la situación creada tras el terremoto que devastó Haití. Históricamente, ambos países no miran en la misma dirección, más bien al contrario, se odian con cordialidad cuando no abiertamente. Es preciso transformar toda esa confrontación estéril en fructífera cooperación y estoy convencido de que en este empeño el nuevo embajador es el mejor de los aliados posibles.

Con todo, su mejor perfil sigue estando en la cooperación al desarrollo y el comercio exterior, promocionando el acceso igualitario de los países a los mercados globales al tiempo se procura que se respetan las reglas del juego y la equidad entre naciones que evidentemente no son iguales. Por eso insiste en la conveniencia de llevar a cabo inversiones productivas que se traduzcan en la transferencia de tecnología y el intercambio de información en la sociedad del conocimiento. En este empeño nos ha enseñado siempre a tratar como iguales a los que la realidad convierte en desiguales.

En esta época de crisis global, Alberto Navarro llega a República Dominicana para recordarnos que se hace necesario insistir en una política hacia el exterior que establezca lazos multilaterales de unión con los países del área para que el Caribe y Centroamérica puedan tener una sola voz ante la UE. En esta línea, qué duda cabe, República Dominicana ha avanzado considerablemente en transparencia e institucionalización, implementando políticas de integración y aunando esfuerzos para luchar contra la pobreza fortaleciendo precisamente programas educativos y sanitarios, así como de otros servicios públicos básicos. Esos avances han sido reconocidos internacionalmente, pero sería un error recrearse en la complacencia y olvidar que todavía queda mucho por hacer. Con Alberto Navarro los dominicanos tendremos sin duda el mejor de los aliados porque es un diplomático convencido de que otro mundo es posible, de los que creen que los mejores aliados del cambio no son sino el trabajo y el diálogo, herramientas capaces de superar cualquier obstáculo.

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