El valor real de salarios nominalmente bajos decreció con una inflación acumulada durante largos años de crecimiento económico, obligando a cambios en el consumo de bienes y servicios en calidad y cantidad, así como a un mayor endeudamiento.
El estrés crónico deri- vado de un constante déficit prepuestario y de agobiantes deudas, puede provocar ansie- dad, depresión, estalli- dos de ira que alteran la paz familiar.
No hubo un respiro. A las tensiones pandémicas del covid-19 sucedieron las presiones inflacionarias que como balas perdidas nos llegan desde países remotos en guerra, impactando aún más el deficitario presupuesto familiar, induciendo a una mayor propensión al estrés y menor capacidad para enfrentar los trastornos emocionales.
El desequilibrio sostenido entre ingresos y gastos predominante en clase baja y media, generalmente manejado con deudas y enojosas privaciones, tiende a concentrar las energías sicológicas en los problemas económicos y a acelerar el estrés financiero, provocando ansiedad y depresión, nerviosismo y desórdenes conductuales.
La pérdida del poder adquisitivo por la inflación acumulada y los bajos ingresos sin la debida indexación en cuatro décadas de crecimiento económico, perturban el ambiente familiar, exacerban las tensiones cotidianas.
Afectan a una población que, pese al auge económico prepandémico, había sido sobrecargada de impuestos al consumo con “paquetazos” para cubrir déficits fiscales, amén de la especulación voraz que impunemente contribuye a la escalada inflacionaria derivada de factores internos y externos.
Los Precios siguen altos
La reducción de la inflación que, de acuerdo con el Banco Central situó la interanual en 4.35% en octubre pasado, difícilmente se refleja en el precio de alimentos, medicamentos y servicios básicos.
No obstante los subsidios gubernamentales en electricidad, combustibles y programas sociales, el deterioro de la economía doméstica degrada la calidad de vida entre los más pobres y sectores medios con ingresos fijos, deudas y sin ahorros.
La carga de ansiedad ante la insostenible alza en el precio de medicamentos y servicios de salud es mayor en hogares donde el gasto se eleva con la epidemia de dengue, la influenza y otras afecciones respiratorias.
A la vez, los conflictos en el hogar se enardecen ante conductas irresponsables en la administración del dinero, en familias poco previsoras, atrapadas en el consumismo, que gastan por encima de sus posibilidades. Y más aún cuando las tensiones potencian la adicción a las drogas, alcohol y juegos de azar.
Ajustes presupuestarios
El sustancial incremento en los egresos mensuales impuso ajustes presupuestarios, posposición de pagos, rejuegos con tarjetas de crédito y préstamos de sector formal e informal, endeudándose para saldar deudas.
Frente a una canasta básica con un valor promedio nacional sobre RD$43 mil y RD$50 mil en la provincia Santo Domingo, se tiende a adquirir menor cantidad de bienes y de más baja calidad y a reducir gastos en recreación. Incluso, dejar de comprar medicamentos y posponer la atención en salud, estudios de diagnóstico o una operación, limitándose a lo que amerite urgencia.
Los precios siguen altos y el dinero no alcanza. Las tensiones se intensifican al no poderse saldar la renta, el colegio, la universidad, un préstamo, cuotas del apartamento financiado, facturas de servicios y atrasos en el pago de tarjetas de crédito. Se enardecen con el acoso de prestamistas informales, los insistentes mensajes telefónicos por deudas bancarias, que suelen generar reacciones iracundas que alteran las relaciones interfamiliares.
El estrés se acrecienta con la inseguridad y la incertidumbre, la aceleración del ritmo de vida y la sobrecarga laboral, el pluriempleo, los “apagones y caos en el transporte.
Estrés sostenido y la salud
Investigaciones realizadas por psicólogos y psiquiatras apuntan hacia una correlación entre salud financiera y psicológica, la situación económica y laboral y el estado de salud, provocando depresión, insomnio, alteraciones del sistema inmune o problemas cardiovasculares.
La salud mental se afecta con un estrés crónico, mal manejado, degenera en trastornos personales y colectivos, convulsiona la cotidianidad y desencadena una espiral de nuevos conflictos que deterioran las condiciones esenciales para un desarrollo psicológico sano.
El cúmulo de situaciones estresantes agreden al organismo, se somatizan, pasan de la psiquis al cuerpo, provocando modificaciones químicas, físicas y hormonales que se traducen en trastornos vasomotores, taquicardia, espasmos, sudoración, temblores.
En ese proceso, el estrés se transforma en múltiples afecciones de los sistemas respiratorio, endocrino, gastrointestinal y circulatorio. Provoca alergias, insomnio, úlceras, estreñimiento, dolor de cabeza, nuca y espalda, hipertensión arterial, patologías coronarias, cirrosis hepática, colitis, dermatitis y diversos trastornos de la piel.
Una sobrecarga de estrés crónico puede afectar el sistema inmunológico, baja las defensas para combatir los gérmenes invasores que se reproducen masivamente ocasionando infecciones. No todas las personas somatizan de igual modo los conflictos. En algunas _ por ejemplo_, las tensiones producen una hipersecreción gástrica que se transforma en gastritis, la cual puede ulcerar la mucosa estomacal y hasta degenerar en úlcera maligna.
Hay que evitarlo. La prevención se impone, amerita mejorar la salud financiera, psíquica, emocional, posibilitar mayor cobertura y eficiencia en la atención de la salud mental.