PEDRO GIL ITURBIDES
Les pido que elevemos una oración por Abdul Rahmán. Es preciso que los pueblos de occidente le dediquen un pensamiento a este hombre que está a punto de ser lapidado o ahorcado en Afganistán. ¿Su crimen? Ser converso.
Abjurar del islamismo para abrazar la fe cristiana. Los medios de comunicación social debían escribir sobre Abdul, y decir que Abdul es importante para el mundo. Como hijo del Altísimo ejerció su derecho a expresar sus creencias en una fe diferente a aquella que le inculcó su sociedad. El ejercicio de ese derecho no debe ser causa de su muerte.
Adbul Rahmán trabajó durante nueve años en Alemania, empleado por una sociedad humanitaria internacional. Con posterioridad fue enviado a Pakistán, en labores propias de esa organización. Quedó seducido por las maneras de los occidentales de quienes dependió. Y tal vez a instancias de éstos, quizá porque recibió un llamado de Jesús por el testimonio de vida de sus patronos, cambió de religión. Al retornar a Afganistán ha sido apresado y se encuentra bajo jurisdicción de juicio, con amenaza de la condena a muerte.
Occidente no debe permitir, sin levantar la voz, que Abdul sea asesinado porque abandonase la fe musulmana y abrazase el cristianismo. Los alemanes iniciaron un proceso de presión sobre el gobierno afgano. El ministro germano de Relaciones Exteriores, Frank Walter, llamó a su homólogo afgano, Abdullah Abdhallá, para expresar su inquietud por el juicio. En ese país europeo prevalece la idea de que nadie debe ser condenado a muerte en estos tiempos, debido a sus creencias religiosas. Yo suscribo ese punto de vista, y por eso entiendo que debemos alzar la voz en defensa de Abdul.
Un formidable movimiento de opinión pública mundial debe hacer saber a los afganos, la disensión que prevalece en occidente por juicios incoados por causas religiosas. Y el caso de Abdul Rahmán tiene que tomarse, aquí, allá, acullá, para impulsar las transformaciones culturales y sociales en sociedades que aún esgrimen como válidas, primitivas estructuras religiosas y sociales. Hay que decirles a los jefes de países de gobiernos teocráticos, que en estas épocas, nada los faculta para arrancar la vida de aquellos de sus ciudadanos que abrazan formas de fe en el Creador, diferentes a las que ellos sustentan.
Cuando Estados Unidos de Norteamérica encabezó la alianza para derribar el régimen de los talibanes en Afganistán, creímos que coadyuvaría al cambio de mentalidad. Este no se impone por la fuerza en estos tiempos. No resulta de imposiciones políticas. En cambio, en estos años, ese cambio necesario se difunde en obras personales y comunitarias de servicios a los pueblos sobre los que se quiere influir. La conversión de Abdul Rahmán es, quizá, el mejor ejemplo. Pero es evidente que así como fracasó la operación militar en Irak, nada ha sido alcanzado en Afganistán.
Por eso, armemos este movimiento de opinión pública. Comencemos con opiniones como ésta. Lancémoslas por las páginas de nuestros medios de comunicación social. Rescatemos de las garras de la barbarie y del primitivismo, la vida de Abdul Rahmán. Preguntemos al Islám si es que las bases de su fe son tan frágiles que únicamente pueden sostenerse por la violencia ejercida sobre sus correligionarios. Pero preguntémoslo en voz alta, para rescatar la vida de Abdul Rahmán.
Probemos que las voces de mucha gente en los países de Occidente, puede ayudar a que se produzcan cambios culturales, allí donde éstos son necesarios.
Y oremos. Oremos con fe, por él. La fe, la convicción más profunda de que Dios nos escucha, es vital en esta causa. Preciso que en el momento de la Oración de los Fieles en la Liturgia Eucarística, se invoque al Señor para que salve a Abdul Rahmán. Y en todas las denominaciones de los hermanos separados que confesamos a Jesús como guía y Señor, también deben elevarse oraciones por la vida de este afgano. Después de todo, al igual que san Pablo, no hizo más que abrazarse a la fe del rey de reyes. Y eso debemos decírselo al gobierno y a los dirigentes religiosos islámicos de Afganistán.