Ahora que tanto se habla de “Revolución educativa” sería bueno citar dos pequeños talones de Aquiles del sistema, que si se superan equivaldrían a pequeñas transformaciones sustanciales. ¿Qué sería una pequeña revolución en el sistema educativo dominicano, a la luz de los numerosos análisis y diagnósticos que se han hecho, y de las construcciones de planteles y aulas?
Desde principios de la década de los noventa del siglo recién transcurrido, por la República Dominicana han pasado una cantidad ya incontable de técnicos y consultores cuyas “Memorias” e “Informes”, al ser leídos, parece que rebotan como un eco, repitiéndose unos a otros para forzar el cuadro borroso de quien descubre una figura en una maraña de líneas. Leyéndolos, yo siempre tuve la sensación de que escribían como arqueólogos, ante los restos de una ciudad en ruinas. Ninguna otra institución tiene a su disposición un acervo técnico semejante, ni un caudal tan robusto de observaciones y recomendaciones para superar las trabas del sistema. Cualquier técnico medio puede citar a César Coll, Juan Carlos Tedesco, o Cecilia Braslavsky. Muchos fueron alumnos de Norberto Boggino, trabajaron con Malpica, o estudiaron el “sujeto situado” de Julia Mora. No hay un solo maestro que no esté empapado del lenguaje constructivista, que no haya sobrevivido a la brega de descubrir la “construcción del conocimiento”, y que no sienta ahora la perplejidad de olvidar todo lo que lo obligaron a aprender de esa escuela, y afiliarse al currículum por competencia. Y si citara la enorme cantidad de “estudios”, cursos y programas de capacitación financiados por organismos internacionales, así como el nombre de muchos otros prestigiosos “consultores” venidos desde todas las latitudes, y en todas las ramas del saber, sería la de nunca acabar.
En lo que la educación dominicana falla es en la relación entre la investigación y la acción, en el nulo impacto en el aula de las renovadas políticas educativas, y en la falta de equidad en la educación que se ofrece en el sector público, en comparación con el sector privado. Quizás por ello el sistema educativo dominicano está necesitado, no ya de grandes estudios, sino de mínimas realizaciones, de epifanías.
Una pequeña revolución sería, por ejemplo, que el magisterio nacional y las autoridades se comprometieran a garantizar por lo menos el 90% de las horas-presencia en el aula. En el “Informe de la Comisión Internacional sobre educación, equidad y competitividad económica”, publicado en el 1998 por PREAL, se dice lo siguiente: “La jornada escolar en América Latina y el Caribe es mucho más corta, en promedio, que otras regiones del mundo. En general, las escuelas públicas imparten entre 500 y 800 horas de clases al año, en comparación con las aproximadamente 1,200 horas que se ofrecen en las escuelas privadas y en los países industriales”. Es bueno señalar que en el caso de la Republica Dominicana este porcentaje es aún más crítico, puesto que en ningún caso de las estadísticas manejables las escuelas públicas sobrepasan las 800 horas efectivas, y hay zonas del país donde ni siquiera alcanza a 660. Ahora mismo, con todo y la proclama de la “Revolución educativa”, zonas del país como San Francisco de Macorís, Santiago, Barahona, Higüey, y muchos otras han perdido un número considerable de horas-presencias. Y así, ninguna tanda extendida es verdadera. Otro aspecto fundamental es la cobertura del sector público en la edad de 0 a 6 años. La neurolingüística contemporánea establece que estos son años esenciales para la estructuración de los núcleos neuronales que propiciarían el desarrollo gnoseológico de los niños. El estímulo es fundamental en esta etapa. Y en la República Dominicana el sector público no cubre ni siquiera el 50% de los niños. Es más, es el núcleo de educandos más abandonado del sistema, y ni siquiera se establece una relación dialéctica entre la mejora de la educación dominicana y la atención adecuada en esta época crucial del conocimiento.
Hay que enfrentar estos dos aspectos, junto a muchos otros, para hablar de levantar un sistema educativo en nuestro país que se pueda medir por resultados. Pero si ADP boicotea el cumplimiento de las horas presencia en el aula, y el sistema no mira hacia la inequidad que significa la baja cobertura de 0 a 6 años en el sector público, no podremos hablar de cambios verdaderos en la educación dominicana.