Una pieza que no encaja

Una pieza que no encaja

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Querido Miklós: Vuelvo a escribirte para saber si recibiste mi carta de hace tres días. Es imprescindible que tengas en tu poder los documentos que he reunido para ser usados en los trabajos de Ladislao; todavía no sé el día exacto en que saldré de Hungría. Es esa la causa de mi impaciencia. Te escribo desde mi cama; el mal tiempo no me deja pasear por las calles y entrar aquí o allí a divertirme, en una tienda, en una heladería, en un salón de arte moderno. Acostada en la cama me miro los pies como hacia ese Neruda sudamericano que escribió un poema – ritual a sus propias piernas.

Lo recordarás muy bien porque fue traducido al alemán. Miro mis pies y me parecen teclas de un instrumento musical caído en desuso. Ladislao decía que las uñas pintadas de las mujeres parecían racimos o espigas empacadas en sandalias, que se desplazaban por cuenta propia. En los últimos días he dormido mal. Los chirridos del tranvía, los golpes de unos trabajadores clavando un poste, los motores de los camiones que reparten mercancías, no me dejan descansar. Tengo los nervios a flor de piel. He comprobado, una y otra vez, que solamente tengo diez uñas en los pies.

¿Has notado que los campesinos duermen bien en las granjas, a pesar de los ruidos de los miles de insectos de la floresta? En los campos de las afueras de Budapest se oye al anochecer un concierto de cigarras. También se escuchan pájaros que graznan de manera intermitente. Y todo ello pacifica el ánimo, tranquiliza los nervios. Los ruidos binarios actúan como un sedante o dormitivo. Podría haber cerca de la casa un lobo, un jabalí hambriento o una serpiente; pero te sientes tan dueño de ti y del entorno que el sueño te atrapa enseguida. Tal vez llegue a ser buen negocio vender parejas de grillos en las grandes ciudades, exportarlos a los países del mediterráneo donde se reproducirían más fácilmente que en el Norte de Europa. El mundo urbano está hoy lleno de sobresaltos e inseguridades. Cuatro grillos y dos cigarras, en un patio interior, tomarían con ventajas el lugar del psiquiatra y de las pastillas de dormir. Las ciudades de nuestros días necesitan árboles; el cemento y la piedra dejan las ciudades peladas y yermas. Por eso no hay aves, ni cigarras, ni grillos. Algunos animalitos sobreviven en los parques más extensos. Pero estos parques se llenan de holgazanes y rateros; y lo que es peor, a veces se vuelven centros de operaciones para delincuentes y psicópatas.

Es el compás binario de los insectos lo que produce esa suerte de armonía biológica. Los latidos del corazón, el ritmo de la respiración pulmonar, son movimientos propios de la vida humana. Los grillos y las cigarras no hacen más que darte el tono, la intensidad, las pausas. Salir de la ciudad y entrar al campo es un método de autorregulación; lo contrario ocurre con un largo viaje en avión: descompone el reloj del organismo, desestabiliza el flujo de los humores. Los músicos vieneses de vanguardia son poco menos que “tumores urbanos”; ellos no han relacionado el contrapunto – por lo menos suficientemente – con el cabeceo de la tierra, las mareas, el flujo sanguíneo, el trote de los caballos. Los entomólogos pueden ayudar mucho a los músicos, a los urbanistas y arquitectos. Una cigarra, al difundir su reclamo en la primavera, contribuye a que conciliemos el envejecimiento del cuerpo con la alegría de percibir colores y sonidos; y puede estimular en nosotros la capacidad de disfrutar del arte tanto como de la comida o del sexo.

Ladislao me dijo una vez que había sabido de la existencia de un sapo pequeño, oriundo de las Antillas, que producía un sonido particular que facilitaba el descanso y el sueño. Un cubano residente en Praga, mucho antes de que Ladislao viajara a Cuba, le explicó que en una isla cercana se desarrolló un diminuto batracio al que llamaban coquí. El nombre procede del ruido característico que emite el sapito: coquí, coquí. Parece que de esa isla próxima llevaron a Cuba algunas plantas tropicales y en ellas viajó también el animalito. Pero no se adapta bien a otros climas o ambientes. Difícilmente sobrevive fuera de su hábitat. Cuba es un país tropical, con clima semejante al de la otra isla donde prospera el coquí; sin embargo, en Cuba no se reproduce este extraño sapo. No podría, por tanto, ser introducido en Europa. El buen estado de ánimo de las personas es esencial para la convivencia social armoniosa. Un sapo o una cigarra son capaces de producir en nuestra psique el mismo efecto que un antibiótico entre las bacterias de una infección estomacal. Debemos extraer soluciones de las propias ruinas de la vida urbana y de la organización política de nuestra época. El edificio corrompido de la post-modernidad nos ofrece las piedras con que construir una casa nueva para curar las angustias contemporáneas. Las llamadas “ideuchas” son ideas sueltas, pensamientos sin base ni raíz. Estamos viviendo interiormente de “ideuchas” sin parientes, sin descendencia, ni articulaciones intelectuales. Los escritores, maestros, lideres, artistas, que hoy intentan educarnos o dirigirnos, nos han llenado el alma de paja. No sé por que he decidido irme del lugar que más quiero; siento, no obstante, que soy una pieza que no encaja en este rompecabezas. Abrazos, Panonia.

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