Una poesía aplastada

Una poesía aplastada

La tierra siempre tuvo árboles, montañas y pájaros, lagos con peces y ríos caudalosos. Lo que no existía en el mundo era la poesía. Unos hombres estrafalarios inventaron la epopeya; crearon unos cantos sonoros que mantenían unidas tribus y poblaciones por la magia de versos bellísimos, por la fascinación de unas historias de dioses revoltosos, que raptaban mujeres y engañaban enemigos. La poesía épica nos hacía sentir héroes de segunda fila, seguidores de Odiseo, “followers”, se diría en nuestra época. Por vía de estos héroes de historietas no ilustradas, llegábamos a amar nuestras costumbres, aprendíamos a defender el suelo donde nacimos. Con este arte colectivo –sin necesidad de drogas- la imaginación florecía.

La poesía lírica, según Antonio Machado es “palabra en el tiempo”; la manera artística de fijar para siempre aquellas cosas que tienden a desaparecer: los sentimientos dolorosos, los miedos difusos, las energías juveniles o los colores del atardecer. En un conocido poema de Machado, este poeta describía, al mismo tiempo, los recuerdos de su infancia, la diferencia entre lo original y lo repetido, así como el valor individual del trabajo. Primero: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,/ y un huerto donde madura el limonero”;/ segundo: “A distinguir me paro las voces de los ecos”,/ tercero: “y al cabo, nada os debo; debeisme cuanto he escrito./ a mi trabajo acudo, con mi dinero pago…”/.
Los hombres que inventaron la poesía épica y la lírica no pararon de inventar variantes, parientes, descendientes: poemas eróticos, sociales, burlescos, de ingenio, místicos, de búsquedas filosóficas. Hay poemas costumbristas, que trabajan “las cosas de afuera”; y poemas surrealistas, que se elaboran con materiales que llevamos enterrados en la cabeza. La gruta de la poesía contiene de todo; desde el soneto de Lope de Vega, hasta “Unión libre” de André Bretón.
Platón intentó aplastar a los poetas en nombre del Estado y del pensamiento riguroso. Veinticuatro siglos después, la poesía sobrevive aplanada, como un gusano platelminto. En busca del rendimiento óptimo de la economía, la poesía debe desaparecer; la exactitud de los mandatos de los ordenadores exige la “desambiguación”. Toda poesía es polisémica, multidimensional, ambidextra, ácida y alcalina y, por tanto, intolerable. Es el último reducto de la inteligencia sensible.

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