Una poética caribeña en la obra de Juan Mayí

Una poética caribeña en la obra de Juan Mayí

Sin embargo, el arte de Mayí es y quiere ser un arte caribeño. Y esto trae un problema: el de la fundamentación de un arte regional. Cuando parece que lo regional ha cedido a lo universal y se ha integrado a él sin que podamos establecer sus diferencias. La fundación de un arte caribeño no es solo un discurso sobre la conciencia artística, sobre la práctica de los artistas del Caribe, ni la apelación a una acción basada en la biología y en las circunstancias de pertenecer a un espacio determinado. Creo, sin embargo, lo contrario: que lo caribeño debe ser discutido, afirmado, y en eso concurro con Mayí, desde una postura estética y epistemológica, porque el arte es también conocimiento.
El crítico León David ha expresado, con relación a la existencia de una estética dominicana o caribeña: “nadie podría decir qué es lo dominicano y lo caribeño en pintura y qué no lo es. El modo de ser dominicano no constituye una vivencia simple y fija, sino algo fluido, en permanente transformación que, por consiguiente, rebasará todo el molde, convención, procedimiento o tipología que nos imponemos atribuirle”. (David, León: “Al correr de la pluma, ensayos de literatura y arte”, 2009). Y tiene razón León David, desde su punto de vista, al plantear una universalidad del arte. Siempre que se enfoque desde la perspectiva de la construcción del concepto de arte y desde la perspectiva puramente filosófica. En lo general, no hay nada que distinga a un francés o a un dominicano, en cuanto a su capacidad de captar o representar la belleza; es decir, siguiendo a Croce, la forma. Así que el hacer y el disfrute estético constituyen una práctica humana que no está limitada a unos cuantos hombres.
Podemos, los negros, los azules, los blancos y los pardos, pintar un cuadro; esculpir, danzar o poetizar, sin que esto tenga ningún menoscabo por el lugar de donde procedemos o del espacio que habitamos. La suya es una postura filosófica, porque la filosofía busca la universalidad de las cosas. Definir el concepto de arte y verlo como algo universal. Lo que voy a plantear como arte del Caribe, es distinto. El arte es, además de una práctica estética, la apuesta de una conciencia artística, la artisticidad, como la poeticidad o la historicidad (Croce); un hacer que se realiza en un espacio tiempo y su propia relación con ‘el aquí y el ahora’ (hic et nunc, hace que los seres humanos pongan en ese concepto de lo universal los elementos particulares que nos fundan como cultura, a la que pertenece la artisticidad.
Centrar el arte en la visión universalista y en nuestra propia condición humana es plantear que el arte no es sociología, no es pedagogía, no es filosofía, no es biología; es decir que, el arte es algo que está por encima de los saberes, de las disciplinas. Sin embargo, el arte se prefigura y se configura desde los saberes, desde las disciplinas y desde la cultura que es la que contiene a todos los demás. De ahí que se pueda construir un discurso del arte caribeño. Nótese que habla de un discurso, la representación sígnica, simbólica y metafórica de ese arte está en construcción. ¿Por qué? Sencillamente porque nos encontramos en la frontera del eurocentrismo y del primado de los universales.
Cuando Croce habla de arte desde el punto de vista de su filosofía neokantiana, señala que lo mismo que dice para la pintura lo dice para la poesía. Y esto me trae a la memoria el ensayo muy polémico del poeta Luis Palés Matos (“Hacia una poesía antillana”, 1932) sobre la construcción de una poesía antillana. Y muestra que esta es no solo posible, sino que ya tiene antecedentes y que es necesaria. No creo que toda la práctica del poeta se diera en toda esa dirección, pero ella era parte de los debates de la Generación del Treinta en Puerto Rico y lo que estaba creciendo en el mundo negro, en Cuba, en Guadalupe, en Jamaica, en Francia y en Senegal en esos años; se estaba demostrando que el arte universal dejaba ya su centro y existiría, como en cierta manera lo ha planteado Arthur C. Danto (“La transfiguración del lugar común”, 2000), como un arte plural.
Tendría que traer a la atención el prólogo de Alejo Carpentier a “El reino de este mundo” (1949) ampliado en “Tientos y diferencias” (1967), sobre la fundamentación de una poética de lo real maravilloso y su entroncamiento en la realidad del Caribe, teoría que el autor integra a una estética del barroco siguiendo a Eugenio D’Ors y que está muy cercana a la teoría del realismo mágico en Uslar Pietri, Juan Rulfo y Gabriel García Márquez.

Mi opinión es que, el arte luego del fin del arte—es decir, el arte en su renacer— se manifiesta como una diversidad que hoy no se puede analizar sin aquellos atributos que podían ser relegados para la definición filosófica conceptual. Pienso que el arte es un conocimiento del ‘estar aquí’ y como tal no puede ser sustraído a la diversidad de las ideas, las épocas, los lugares. Es decir, que el arte tiene su propia ‘mundanidad (tomo este concepto de la filosofía alemana, trabajado por Ricoeur). Sin ella no fuera posible la artisticidad, es decir el conjunto de experiencias técnicas, estéticas que hacen posible la configuración de la obra de arte.

Tengo muchas razones más, pero no voy a distraer al lector de lo que verdaderamente nos convoca y de la urgencia de estas palabras. Sintetizo que existe un arte caribeño y que hemos ido construyendo ya un discurso sobre arte del Caribe. Más allá de lo folklórico, más allá de lo naíf, más allá de la biología. No se trata de que el arte caribeño sea meramente un arte particular, reducido a ciertas formas o colores que refieren al Caribe. De ninguna manera, lo que intento explicar es que el arte universal, o europeo, se ha descentrado, se ha pluralizado y, dentro del concepto de arte que postula la filosofía griega (Platón, Aristóteles o Plotino), dentro de las distintas estéticas europeas (de Kant a Hegel, de Nietzsche a Santayana), podemos hablar en este siglo de un arte, y más firmemente de un discurso del arte del Caribe (continuará).

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