Una política migratoria

Una política migratoria

Eludo a veces tratar el tema migratorio por una razón obvia: Antepasados nuestros emigraron a principios del siglo veinte hacia este país – que los acogió – a causa de las guerras intestinas en el oriente medio.

Muchas naciones se nutren del trabajo de activas poblaciones de inmigrantes que mucho aportan a su desarrollo.

Estados Unidos debe su progreso en gran medida a una oleada inmigratoria judía, italiana, china, alemana y la que procede de muchos países latinoamericanos.

En Argentina se asentó hace años una comunidad italiana conocida por su vocación al trabajo, y en España los marroquíes tratan de abrirse camino venciendo enormes dificultades.

El inmigrante, por elementales y justificados motivos, es persona entregada apasionadamente a sus jornadas laborales, evita en lo posible irrespetar leyes y regulaciones, y hasta se somete a las más variadas formas de explotación.

República Dominicana fue, a principios de los años 50, receptora de grupos inmigratorios que el dictador negoció con España. Recuerdo en mi Azua natal la llegada de familias que fueron alojadas en La Colonia, y de otras recién instaladas que la comunidad bautizó como “los gitanos”.

Nadie en absoluto puede negar los innumerables aportes hechos por españoles, italianos y árabes al comercio, el arte y la cultura dominicanos.

No justifico la inmigración haitiana, debido a que llega sin control sanitario ni al amparo de planes.

Antes al contrario, favorezco que el país apruebe cuanto antes una legislación que nos proteja de  invasiones no deseadas.

Todo país tiene el derecho y la obligación de controlar su frontera.

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